La desertificación daña 650.000 hectáreas en la Argentina
todos los años
El 70% de la superficie del país, 152 millones de ha, es
tierra seca; de esa extensión, el 81% se degrada por eventos climáticos y
actividades humanas.
Javier Drovetto
Abdel Nasif lleva plantados 243.000 árboles en el sur de Río
Negro. Así, busca generar pequeños oasis en una región cada vez más árida.
Desde hace dos décadas coordina un plan forestal provincial y su tarea es
detener el proceso de desertificación o, al menos, lograr que avance lo menos
posible sobre un área de 1.200.000 hectáreas que representa el 60% de esa
provincia.
Parece una pulseada despareja contra la naturaleza, pero en
verdad es una carrera contra reloj por cambiar la forma en que los pobladores
aprovechan sus tierras hasta dejarlas desnudas e indefensas frente a vientos de
120 km/h que hacen polvo sus nutrientes. "Las plantaciones las hacemos con
chicos y productores, para que conecten con los árboles y los cuiden y que
puedan entender que si no lo hacen, la vegetación muere. Queremos que
comprendan que ocurre lo mismo con el monte. Si lo talamos en exceso para sacar
leña o dejamos que los animales se coman los brotes, desaparece", explica.
Lo que ocurre en Río Negro no es un problema aislado. El 70%
de la superficie del país, unas 152 millones de hectáreas, es tierra seca y de
esa extensión el 81% sufre un proceso de degradación generalmente ligado a la
actividad humana, que si no se detiene podría llevar a que esas zonas se
conviertan en un desierto. Este fenómeno ocurre en grandes superficies de 15
provincias, pero con un avance significativo en Río Negro, La Pampa, San Luis,
Mendoza, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Salta y Jujuy. El último
estudio oficial, citado en el Informe de Estado de Ambiente de 2016 elaborado
por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable, advierte que la
desertificación progresa a un ritmo anual de 650.000 hectáreas.
Las causas de la degradación suelen ser el sobrepastoreo,
una excesiva carga ganadera y desmontes para aprovechar la madera o despejar el
terreno para la actividad agrícola ganadera. Cuando disminuye la vegetación, el
viento o el agua erosionan la capa superior del suelo, que contiene los
nutrientes que necesitan las plantas. Con menos flora, la tierra pierde la
capacidad de retener agua. De este modo, se retroalimenta la degradación.
Cuando estos procesos coinciden con períodos de sequías o lluvias torrenciales
la desertificación se torna casi inevitable.
"Las consecuencias ambientales de este fenómeno son la
pérdida de la capacidad productiva de los suelos y de servicios ecológicos,
como la función de regulación hídrica, la captura de carbono y la conservación
de biodiversidad", expone el investigador del Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria de Bariloche Donaldo Bran. Y subraya que, después,
surgen las consecuencias sociales: "La poca productividad puede llevar a
un empobrecimiento y a un aumento de la migración del campo a la ciudad.
También empeora el hábitat, ya que las condiciones climáticas se hacen más
extremas".
El tema no es ignorado por el Gobierno. El Ministerio de
Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación tiene un área abocada al tema,
que es la Dirección de Ordenamiento Territorial, Suelos y Lucha contra la
Desertificación. Jorge Heider, a cargo del área, contextualiza que si se toma
toda la extensión del país, 276 millones de hectáreas, el ritmo de avance de la
desertificación es de 0,2 %. "Es un valor para considerar. Por eso hemos
empezado a generar nueva información sobre degradación, no solo sobre tierras
secas, sino para todo el país", indica Heider y remarca que, entre las
políticas que promociona el Estado, sobresale una serie de prácticas y
actividades productivas que permiten sacar provecho de la tierras sin dañarla.
Sin datos
La falta de estadísticas históricas impide ver la evolución
del problema. El trabajo que expuso el ritmo de desertificación está hecho en
base a datos de 2010 y no existe una investigación anterior igual. El único
indicador que permite tener una idea del progreso no es alentador. "Lo que
se usa debido a su antigüedad son datos de erosión hídrica y eólica, ya que hay
estimaciones desde 1956. Lejos de disminuir, se registra un aumento, de 34,2
millones de hectáreas en 1956 a 105,6 millones en 2015. Pero de 1990 a 2015 la
erosión de grado severo a grave pasó de 31 millones a 33,3 millones de
hectáreas, casi igual", remarca Heider. Ese estudio está hecho sobre la
superficie de todo el país y no solo sobre tierras secas, por lo que la
degradación del suelo no necesariamente implica el inicio de un proceso de
desertificación, como es el caso de suelos húmedos en la provincia de Buenos
Aires o de Santa Fe degradados por el monocultivo de soja.
El oeste y centro de Santiago del Estero es una de las regiones
donde la desertificación avanza con mayor rapidez. "Se dan por desmontes
no planificados o ganadería silvopastoril con un manejo no sustentable",
señala Víctor Rosales, director de Bosques de esa provincia, y remarca que es
un proceso de años: "Desde 1976 a hoy, sabemos que 4 millones de ha de
bosques fueron desmontados. Y que hay entre 500.000 y 600.000 hectáreas que
fueron sembradas con soja, abandonadas porque dejaron de ser rentables y hoy
están en proceso de desertificación".
Como la desertificación es el resultado de la combinación de
actividades humanas y eventos climáticos, en cada región existen
particularidades. "En Mendoza, la vitivinicultura requirió de postes y
rodrigones para viñedos, que tuvo como consecuencia una gran extracción de algarrobos,
lo que acentuó las condiciones para que se degraden las tierras. En las
provincias patagónicas, en cambio, hubo una introducción masiva de ovinos a
fines del siglo XIX. En un período corto, 25 años, se llegó a 22 millones de
ovejas, el doble que hoy", dice Bran. La perspectiva es compleja también
en otras regiones del mundo, según afirman desde Ambiente.
Una de las principales herramientas que existen para ponerle
un freno a la desertificación es la ley de bosques, que obligó a las provincias
a hacer un ordenamiento territorial y determinar qué bosques deben ser
preservados íntegramente, cuáles pueden tener actividades productivas que
garanticen su conservación y en cuáles está habilitada la ganadería y
agricultura sin mayores reparos.
Almut Therburg, coordinadora del Observatorio Nacional de la
Degradación de Tierras y Desertificación, coincide en destacar la relevancia de
esta ley, pero considera que es necesaria una norma específica de conservación
de suelos: "Se tendría que formular entre todos los actores".
El avance en
cifras
0,2 por ciento
Es el avance del ritmo de la desertificación
15 provincias
Son las afectadas por el fenómeno
4 millones
Son las hectáreas de bosques desmontados
600.000 hectáreas
Sembradas con soja y luego, abandonadas TOMADO DE LA NACION
DE AR
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