El Instituto Antártico, desmantelado y con graves problemas
para funcionar
Los científicos no cuentan con los equipos que necesitan;
hay estado de abandono en los laboratorios Diego Cabot,Agustina López
El 13 del actual, en el marco de la venta de inmuebles
estatales, comenzó la licitación del edificio de la histórica sede del
Instituto Antártico y de la Dirección Nacional del Antártico, ubicado en la
calle Cerrito 1248.
La versión oficial es que el edificio está "ocioso y en
malas condiciones edilicias". Además, desde el año pasado, el Instituto
Antártico se trasladó al campus de la Universidad de San Martín (Unsam) por un
convenio que se firmó con esa institución. Sin embargo, según pudo constatar LA
NACION a través de visitas al lugar y denuncias de los empleados, el instituto
destinado a la investigación antártica, que cuenta con 200 trabajadores, apenas
funciona y se encuentra "desmembrado".
Los científicos no cuentan con instalaciones suficientes y
apropiadas, y para seguir con su labor piden laboratorios prestados en otras
universidades. Esto quiere decir que el organismo del que depende gran parte de
nuestra soberanía en el continente antártico -ya que la presencia de los países
está supeditada a la investigación científica- está actualmente en una
capacidad de producción mínima. Al respecto, el Gobierno asegura que ya se
están ocupando.
La historia comenzó en 2013, cuando los científicos y parte
de su equipo fueron trasladados a la calle Balcarce 290, para la refacción de
oficinas de la sede de Cerrito. De todos modos, ya que sólo habían destinado un
piso para todo el instituto y uno para la Dirección Nacional del Antártico (de
la que depende el instituto), muchos especialistas seguían trabajando en el
edificio histórico en donde tenían montados sus laboratorios. Según constató LA
NACION, el alquiler de estos pisos es actualmente de $ 150.000 por mes.
Sin grandes avances en la obra de Cerrito y aún en Balcarce
surgió la posibilidad de mudar de forma definitiva el instituto al nuevo campus
de la Universidad de San Martín, que estaba en construcción. En 2015, el
ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, inauguró el nuevo espacio y
presentó con gran orgullo los laboratorios de primera generación, a los que se
destinaron casi $ 20 millones, según datos de Cancillería.
El problema es que de todo el campus el instituto cuenta con
tan sólo dos pisos. Uno es de oficinas tipo call center, con
escritorios uno al lado del otro, lo que hace casi imposible el desarrollo de
actividades de alta complejidad. En el otro espacio hay algunos laboratorios,
insuficientes para la cantidad de científicos, y que además se encuentran
prácticamente deshabitados, ya que no cuentan con la estructura necesaria para
investigar.
La mayoría están rebasados de cajas, expedientes y mapas que
se fueron trasladando de una mudanza a otra, sin encontrar un lugar de
guardado. En los pasillos hay bachas y acondicionadores de aire que nunca
fueron instalados y en gran parte de los laboratorios falta el bajo mesada, y
las instalaciones eléctricas y de gas no son las adecuadas.
El departamento de geofísica, el laboratorio de electrónica,
un museo, un auditorio y una imprenta todavía se encuentran en la calle
Cerrito, clausurados desde hace dos meses y sin posibilidad de acceso. También
la biblioteca del instituto, con más de 10.000 volúmenes, está en desuso y
clausurada en el centro porteño.
Ante esta situación, muchos científicos recurren a los
laboratorios de otras universidades en donde dan clases o tienen algún colega
que les dé permiso para continuar con sus investigaciones. La Universidad de
Buenos Aires, la de La Plata, la de Florencio Varela, la Kennedy y el Museo de
Ciencias Naturales son algunas de las instituciones que albergan trabajadores
antárticos huérfanos.
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"El instituto funciona a los ponchazos. Los
investigadores trabajamos con lo que podemos. A veces armamos vaquitas para
comprar nuestros materiales y así seguir", contó a LA NACION un empleado
que prefirió mantener el anonimato por temor a perder su trabajo.
Cuando se consultó por qué, al menos, no sacaban los equipos
de Cerrito, el trabajador explicó que el único lugar de guardado con el que
cuentan es el depósito polar y que dejarlos ahí bien sería "tirarlos a la
basura".
El lugar está ubicado en el puerto y es un galpón de chapa
totalmente oxidado por fuera, con goteras en el techo y que se inunda con
frecuencia. En la parte exterior pueden verse vehículos abandonados, gomones en
desuso y basura amontonada en los laterales del depósito.
Otro científico aseguró que la interacción entre colegas,
fundamental en el campo científico, es prácticamente imposible. "Si
necesito un trámite tengo que ir a las oficinas de Balcarce; después tal vez
recurro a un laboratorio de la Kennedy, y finalmente vengo a la Unsam, en donde
tengo mi computadora. Es un locura." Otra irregularidad es que desde
diciembre del año pasado, con el cambio de gobierno, el instituto está acéfalo,
ya que nunca se nombró un nuevo director. De acuerdo con lo que informó la
Cancillería -ministerio del cual depende la Dirección Nacional del Antártico-,
esta semana se confeccionaría el decreto para nombrar al nuevo director, el
magíster Rodolfo Andrés Sánchez.
Finalmente, LA NACION consultó a la directora nacional del
Antártico, Fernanda Millicay, acerca de todas las irregularidades. Sin dar una
respuesta personal, la Cancillería envió un escrito al respecto. Allí
aseguraron que están al tanto de toda la situación y que se "han mantenido
reuniones con autoridades de la Unsam (...) para subsanar faltas en lo edilicio
para el funcionamiento y el montaje de equipos". Asimismo, "la nueva
gestión ha iniciado contactos con las áreas contables de la Cancillería a fin
de explorar posibles formas de gestionar las partidas presupuestarias
necesarias para proceder a las futuras adquisiciones del material pendiente de
instalación en la sede del IAA". También informaron que en el presupuesto
de 2017 del ministerio se incluyeron las partidas necesarias para refaccionar
el depósito polar.
Sin embargo, la Antártida parece ser un punto débil en el
Estado. En agosto, LA NACION difundió los resultados de una auditoría interna
que develaba una sobrefacturación del 241% de precios en los comestibles de la
campaña antártica del año pasado. Lo apremiante de la situación que atraviesa
el Instituto Antártico es que su condición se precariza cada vez más. Ahora su
funcionamiento depende prácticamente de la buena voluntad de los científicos
que, al reclamarle al Estado, tropiezan con un sórdido silencio que anhelan se
revierta pronto.
Una cadena de irregularidades
En 2015 se inauguró, en el campus de la Unsam, el nuevo
Instituto Antártico. La sede cuenta con sólo dos pisos y está mal equipada, a
pesar de que el proyecto costó casi $ 20 millones.
Hace dos meses se clausuró la histórica sede en Cerrito
1248, que todavía contiene equipos, documentos, laboratorios y libros en su
interior. Los empleados luchan por recuperarla.
De acuerdo con la Cancillería, ya hay un proyecto para
trabajar juntamente con la universidad y recomponer el instituto. Por el
momento, los científicos piden prestados laboratorios en otras instituciones
para poder trabajar tomado de la nación de ar
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