Los números insólitos del 24 de diciembre en Colombia
La numerología insólita de los 24 de diciembre
La Navidad genera 2 mil toneladas de basura diaria más.Foto:
Archivo particular
Dos millones de Marías, 479 bautizados Dios y 42 millones de
botellas de ron deja diciembre.
Si Jesús niño o adulto volviera hoy por estas tierras, en
esta época de actividad febril, tendría que reconocer que aquí, en Colombia,
todo puede pasar.
Con sorpresa, sus ojos, que todo lo ven, todo lo saben,
podrían calcular las cifras (que no por ser números dejan de ser datos
reveladores, poéticos en algunos casos) de una nación en la que cada diciembre
se disparan todos sus índices, una realidad descomunal que se supera a sí misma
todos los años.
Lo primero que vería en este país quizás le parecería al
menos curioso.
Nuestro país tiene 2’300.204 Marías y 1’402.227 Josés. Ellos
de seguro no sospechan o ya olvidaron la procedencia de estos, los dos nombres
más comunes en el territorio nacional. Pero qué importa.
Jesús, en cambio, ‘Chucho’, por más señas, tiene en Colombia
apenas 255.313 tocayos.
Se llaman Jesús, sin duda alguna, en contra de su voluntad,
como quiera que el bautismo aquí se practica cuando la persona, como bebé que
es, se encuentra al margen de cualquier decisión a ese respecto.
La reiteración de un nombre que no solo muestra lo católicos
que somos, sino que sus padres siguen a la espera del redentor milagroso. Un
mesías propio.
Entre los jesuses colombianos se encuentra Ababdón de Jesús,
ese sí, sin tocayo tal vez en el mundo. (Todos los datos acerca de los nombres
fueron proporcionados por la Registraduría Nacional del Estado Civil).
Otro es Emmanuel Rodríguez, un colombiano marcado, como
tantos, por la celebración católica del nacimiento de Cristo: “Yo me llamo
Emmanuel por ‘Emmanuel preclaro’, el de la novena de Aguinaldo. Porque cuando
nací brilló toda la Tierra”.
Y hay, por supuesto, combinaciones inesperadas, como Adriana
Clemencia del Corazón de Jesús y de la Santísima Trinidad, con 65 caracteres. O
Martha Magdalena María de Santa Teresita del Niño de Jesús, que no se le queda
atrás, con 54.
Si Jesús de Nazareth viniera de nuevo podría disponer de
actores de reparto suficientes para el montaje de un pesebre navideño de
proporciones masivas: hay en nuestro país 908 personas que fueron bautizadas
con el nombre Gaspar, 286 que se llaman Melchor, y 140 a quienes designaron
como Baltasar.
“Yo no sé si es bueno o malo, pero Gaspar me parece un nombre
de gato o de rey, y yo no soy ni lo uno ni lo otro”, dice con mucho sentido del
humor Gaspar García, un bogotano que se desempeña como profesor de escuela.
Este es realmente un dato de poca relevancia al lado de los
siguientes, a la hora de mostrar cuánta influencia puede llegar a tener un
hecho de fe como la Navidad en la vida real de la gente: son 10.738 las mujeres
colombianas a quienes en la pila bautismal les dieron por nombre Natividad.
Eso sí, por fortuna para nuestros menores, Colombia solo
cuenta con nueve Herodes, nombre del rey que organizó la matanza bíblica de los
inocentes.
A propósito, si falta alguna prueba de que efectivamente la
Biblia es el best seller de cabecera de los sacerdotes, no hay más que
verificar este otro dato sustentado por la Registraduría: tenemos 18.897
mujeres que se llaman Belén y 1.700 denominadas Nazareth, topónimos que, hechas
las cuentas, resultan más afortunados como nombres femeninos que los
colombianos Bogotá o Chía.
Entre Dios y Dioselina
La búsqueda de nombres no termina en la Biblia o en el
Almanaque de Brístol.
Nada menos que 479 colombianitos fueron bautizados Dios. Y
se ha llegado al fervoroso extremo de que hay un Dios Ángel y un Dios Pagita
del Carmen.
Este rebuscado deseo de hacer tributo a la divinidad también
cuenta con su versión femenina: son 17.621 las mujeres de nombre Dioselina.
“Llamarse Dios es una gran responsabilidad —me confiesa Dios
Gómez—. Hay que saber representar su espíritu aquí en la Tierra”.
Y se lo toma tan en serio este vendedor ambulante que guarda
una biblia entre su cajón de confites.
No es difícil imaginar, a estas alturas, la perplejidad de
Jesús en nuestra hipotética gira por Colombia, pues su visión sobrenatural ya
habría comprendido la esencia de esa extraña concepción cómica del mundo que
profesamos: nuestra verdadera vocación es ser un universo navideño.
Si no, que lo diga Niño Dios Capurganá, un antioqueño que
tiene un hotel hecho de materiales reciclables en el Chocó, y con frecuencia
debe lidiar con el accidente de haber nacido un 24 de diciembre.
Y otras sorpresas
Si Jesús viniera a nuestro país se asombraría al ver desde
muy lejos el resplandor incandescente de los 12 millones de bombillos públicos
que se instalan en Bogotá para esta época, y otros tantos millones de
guirnaldas nórdicas en pleno trópico.
Tal vez querría mirar de cerca las costumbres de este país
tan comprometido con la Navidad. Al entrar la noche navideña, se comienzan a
beber la gran mayoría de los 74’342.847 de botellas de aguardiente y de los 42
millones de botellas de ron que se venden en diciembre.
Y verá a los devotos persignándose. Observará los coloridos
globos nocturnos, volátiles, elevarse hacia el cielo. Oirá, con su agudísimo
oído, las plegarias silenciosas de los menesterosos. Verá los voladores, sus
hilos de luz ascender, más veloces aún, hacer su parábola y caer en un potrero cualquiera
o en el techo de una frágil casa de tugurio. Todo esto, globos incendiarios y
pólvora que no cayeron en la pesquisa de los 33.771 kilogramos que han sido
decomisados hasta ahora por las autoridades.
Y así, al llegar la cena navideña, presenciará los banquetes
ostentosos, las abundantes comilonas que terminan casi siempre en falsa alarma
de preinfarto.
Esta costumbre, saca a la luz números que maravillarán
seguramente a Jesús en su vuelta a Colombia: Corabastos, el mayor distribuidor
de alimentos del país, mueve 400.000 toneladas de alimentos en diciembre.
Casi 12.000 millones de pesos al día.
El auge comercial es frenético. En este mes se comen
aproximadamente 99.555 toneladas de pollo.
Pero el verdadero protagonista no es la oveja arisca, el
cordero manso. Es el cerdo, introducido, según los expertos, por Cristóbal
Colón en su segundo viaje, pues resulta el más apetecido: 300.000 animales son
sacrificados.
Esta cultura produce cifras como la de Antioquia, donde se
come en promedio 17,5 kilos al año por habitante, casi un cuarto del peso
regular de un cerdo listo para el sacrificio.
Los residuos de tanto exceso son otra desmesura. En
diciembre, los gallinazos tienen su propio festín de fina culinaria navideña
solo en el botadero de Doña Juana.
La conmemoración decembrina genera como subproducto 8.000
toneladas de basura diaria. El promedio histórico del resto del año es del
orden de 6.000 toneladas diarias.
De tanto exceso no solo quedan los residuos y las
apocalípticas resacas.
Queda también el sobrepeso. Como si emularan al antiguo
símbolo normando de la Navidad, hoy el Papá Noel de todos, algunos colombianos,
desde enero, ostentan unas barrigas que recuerdan a la boa de El Principito.
Es verosímil que ninguna divinidad podría sentirse a gusto
en un festejo semejante.
La cuesta de enero
Si Jesús de Nazareth nos visitara por estos días encontraría
que en los ancianatos y en las cárceles la soledad dobla su intensidad. Mueren
más viejos y algunos presos se quitan la vida.
Este es el tiempo en que los opositores más radicales de la
Navidad, con sus críticas contra la mercadotecnia y el consumismo, se
sorprenden a sí mismos, de repente, silbando algún villancico trasnochado que
los habita desde la niñez, comiendo algún buñuelo que rezuma aceite de freír.
En la quincena siguiente a la Navidad, en enero, los
gimnasios se abarrotan de gente. La cuota de matriculados se incrementa en un
40 por ciento. Pero son pocos los que resisten la rutina de sudor y
sufrimiento.
A la disciplina militar del ejercicio diario le oponen la
buena vida, el gozo de una panza satisfecha.
A esas alturas, Jesús se atrevería a sacar sus propias
conclusiones: después de tantas cifras y números, los humanos habitamos un
paisaje navideño, el pesebre vivo de un carnaval sin tiempo. De SANTIAGO GÓMEZ
LEMA, tomado de el tiempo de Colombia
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