Un Arca de especies vegetales de Argentina
Por Osvaldo Nicolás Pimpignano
Desde Jujuy hasta Tierra del Fuego e incluso en la Antártida,
el INTA conserva más de 30.000 entradas de material genético de diferentes
especies vegetales que permite rescatar cultivos originarios.
Desde los orígenes de la humanidad, resolver su alimentación fue
primordial para nuestros ancestros. Superada la época nómade en busca de caza y
recolección y entrando en el sedentarismo, base de las primeras comunidades,
donde la recolección fue superada por la siembra y la caza por la cria de
animales domesticados, debe haber surgido la imperiosa necesidad de seleccionar
y guardar con seguridad las semillas, que daría lugar a la próxima cosecha de
la que dependía su existencia en la próxima temporada. Durante milenios esta práctica
fue vital y fue realizada en base de intuición, análisis y experiencia que se
transmitían de generación en
generación.
En la actualidad nos encontramos con un problema semejante pero
multiplicado por el aumento creciente de la población y porque no todos nos
dedicamos a la producción de alimentos. Esto dio lugar a la formación de
profesionales que realizan aquellas prácticas milenarias pero no por intuición
sino con conocimientos científicos que garantizan los resultados del trabajo
propuesto, al punto de mejorar sensiblemente las variedades, tanto de cultivos
como de las especies animales que consumimos. Esto a resuelto algunos problemas
y creados otros, relacionados con la contaminación, tanto ambiental como de los
mismos productos que llegan a nuestra mesa. Pero esto será tema de otra nota.
Podemos decir que la humanidad cuenta con herramientas para garantizar
su alimentación, pero como tantos otros recursos no están a disposición de
todos y las hambrunas todavía existen en territorios fértiles. Aquí también
existe la desigualdad de oportunidades y cuando se trata de la alimentación
debemos considerarlo un crimen. En muchos casos empresas transnacionales han
creado y patentado variedades de alto rendimiento pero costosas para los
bolsillos de los agricultores y el ambiente.
Estas empresas prohíben la recolección de semillas, para una próxima
cosecha y en el caso de las variedades hibridas, están no son útiles para una
próxima cosecha. Por otra parte, las legislaciones nacionales e
internacionales, impulsadas por lobbies corporativos, se empeñan en hacer
ilegal el intercambio libre de semillas, que ha venido ocurriendo desde el
inicio mismo de la agricultura.
Esta situación es particularmente grave por dos condiciones, el clima está
variando en todo el planeta y lugares fértiles han dejado de serlo o solo son
aptos para otros cultivos que los lugareños no saben manejar. La otra situación
resulta de la permanente modificación que se realiza de las semillas (que en ocasiones
resultan espontaneas convirtiéndolas en inútiles) y la perdida de material
“genético
original” que permita reiniciar el ciclo.
Hace menos de una década en toda América se inutilizaron las semillas
del maíz modificado que se cultivaba y se lo pudo recuperar porque las
comunidades originarias de Chiapas, en México habían seguido con las practicas
ancestrales y disponían del material genético original que permitió recuperar
los cultivos. El maíz es uno de los cereales que más se consumen, tanto para su
uso directo como suplemente en la cria de animales de consumo, pero en el caso
Mexicano es el cereal más consumido, es como el trigo para los argentinos o el
arroz para los asiáticos.
Las actividades de introducción, recolección
y conservación de germoplasma en colecciones bien identificadas, principalmente
en forma de semilla o fruto, comienzan en el país a principios del siglo XX,
con programas de mejoramiento de los principales cultivos a cargo de colonos y
los primeros fitomejoradores argentinos, que trabajaban en el Ministerio de
Agricultura
Este estado de cosas, encendió la luz de
alarma y muchos países crearon sistemas estatales para la conservación de
material genético utilizado en la alimentación. Argentina es uno de ellos y a través
del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, el INTA, ha creado bancos de
semillas seleccionadas por su alta calidad y conservadas en condiciones
extremas, algunas en la Antártida Argentina en las Bases Belgrano II y Jubany del
Instituto Antártico Argentino.
Allí se conserva aproximadamente el 93 por ciento de los recursos
genéticos del país, según el último informe del plan de acción mundial de la
Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Se trata de la Red de Bancos de Germoplasma (RBG) del INTA, que cuenta
con más de 30.000 entradas, nueve bancos activos de recursos fitogenéticos, 12
colecciones distribuidas en diversas áreas ecológicas y un Banco Base que
guarda un duplicado de todo.
Entre las actividades que se realizan se pueden mencionar: Conservar custodiar
a largo y/o mediano plazo duplicados de semillas ortodoxas y material
vegetativo. Entre ellos se encuentran los duplicados de los materiales de la
Red de Recursos Fitogenéticos de INTA.
También el INTA ha creado un grupo
“Herbario, taxonomía, y bioprospección”. Este grupo pertenece al Área de
Conservación y Caracterización de Germoplasma. El objetivo de la Taxonomía es
ordenar a los organismos en un sistema de clasificación, diferenciarlos e
interpretar las relaciones de parentesco estudiando su historia evolutiva
(Filogenia).
El herbario, posee preservado a través del
tiempo, plantas desecadas e identificadas, con datos de fecha y sitio de
colección que representa la Flora de una localidad, región o país. Este material
vegetal es referencia para estudios taxonómicos, florísticos, biogeográficos y
moleculares. Gracias al conocimiento de diferenciación de especies es posible
desarrollar propuestas de bioprospección en búsqueda de fines comerciales u
holísticos de nuevas fuentes de compuestos químicos, genes, proteínas,
microorganismos y otros productos con valor económico actual y/o potencial.
Pero los pequeños agricultores de las
economías regionales, no confían totalmente en la ciencia y han creado “Bancos
de Semillas Orgánicas Populares de Argentina”. Los bancos sociales de semillas
cumplen una función adicional y clave en la conservación de biodiversidad, así
como para la seguridad y soberanía alimentaria. Las nuevas lógicas de
producción de alimentos, altamente dependientes de energía fósil, han
desplazado valiosas variedades tradicionales que co-evolucionaron con el ser
humano por generaciones. Hoy constituyen una promesa de vida para las
sociedades futuras locales y globalizadas, como el caso mencionado del maíz de Chiapas.
Pero esto no es todo. La preocupación de la
perdida de material genético significo la creación del Banco Mundial de
Semillas de Svalbard. Es una enorme despensa subterránea de semillas de miles
de plantas de cultivo de todo el mundo situado en la isla de Spitsbergen, en el
archipiélago noruego de Svalbard, y cerca del Círculo Polar Ártico donde las
semillas son conservadas a una temperatura promedio de 18° bajo cero. Fue creado
para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos que sirven como
alimento en caso de una catástrofe mundial. Se la conoce popularmente como «Bóveda
del fin del mundo” o el “Arca de Noé del siglo XXI. Pero este será tema de
nuestra próxima nota.
Fuentes: INTA – FAO y Pampero TV
Por Osvaldo Nicolás Pimpignano
Periodista de Investigación – FLACSO
Para: ASOCIACION ECOLOGISTA RIO
MOCORETA
Las imágenes fueron tomadas de la WEb
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