Víctimas del agua: la odisea de esperar a la vera de la ruta
para volver a empezar
Hace 70 días, en la localidad salteña de Santa Victoria Este
el río Pilcomayo desbordó e inundó la zona; aún hay 6000 afectados; muchos levantaron
precarias construcciones al costado del camino Crédito: Javier Corbalán
SANTA VICTORIA ESTE, Salta.- "Antes extrañaba, pero me
acostumbré", dice Lionel, de 9 años. El desborde del río Pilcomayo, el 24
de enero pasado, arrasó su casa. Ahora, a 20 kilómetros de su hogar, a la vera
de la ruta provincial 54, una construcción precaria se convirtió en su techo y
el de su familia. En su rostro se dibuja la tristeza cuando ve que el barro
cubre buena parte de su escuela en el paraje Monte Carmelo, y todavía más lo
impacta cómo quedó el establecimiento de La Curvita, una comunidad vecina que
se convirtió en un verdadero pueblo fantasma.
La desolación en este paraje salteño es una sucesión de
casas de adobe vacías y destruidas por el avance del agua; de ropas roídas que
asoman entre grietas de lodo y de colchones rotos y todavía húmedos. Esa postal
es la que dejó hace 70 días el desborde del río Pilcomayo, cuando alcanzó un
pico histórico de 7,26 metros. Como consecuencia, unas 10.000 personas debieron
abandonar sus viviendas y buscar asilo sobre la ruta provincial 54. A su vera
se suceden asentamientos donde viven los que no pudieron regresar. Aún en el
monte quedan varias comunidades aisladas.
Según datos del Ministerio de Asuntos Indígenas de Salta,
siguen afectadas por la inundación unas 6000 personas.
Hasta allí llega el camión municipal de Santa Victoria Este
y llena con agua potable unos tachos comunitarios. El gobierno provincial envía
alimentos que no siempre alcanzan. También, en estas tierras se ve la mano
solidaria de las ONG como las fundaciones Sí y Cultura Nativa, del músico Jorge
Rojas.
Las tierras que el Pilcomayo cubrió hoy están atravesadas
por zanjas profundas y el terreno subió entre 30 y 40 centímetros por el barro
acumulado. Las barrancas naturales del río, que servían de defensas, ya no
están y las cañadas se ahondaron. Casi la totalidad de los animales
desaparecieron.
El calor y la humedad pesan y atraen a mosquitos, arañas y
escorpiones. "Agua y luz. Eso es urgente. En unos días empezará a
oscurecer más temprano y los peligros aumentarán. Necesitamos herramientas para
hacer nuestras casitas. Tenemos que limpiar la tierra", dice Dixom
Ruperto, cacique wichi de la localidad de El Cruce. "No vamos a volver. Ya
está todo contaminado", agrega Ernesto Álvarez, el segundo cacique.
La ministra de Asuntos Indígenas y Desarrollo Social, Edith
Cruz, afirma que todos los afectados reciben ayuda alimentaria y sanitaria.
Además, junto con el equipo de Obras Públicas, recorren la zona para determinar
los trabajos que deben hacer (ver aparte).
Solo hay que cruzar la ruta y están los desplazados de La
Curvita. Son 133 familias (unas 700 personas) que pertenecen a varias etnias
(wichis, tobas, chorotes, guaraníes y tapietes). Su cacique, Rogelio Segundo,
se levantó después de las 9 para cuidar las carpas improvisadas.
"Estamos esperando con mucha paciencia. No vamos a
volver nunca más al chiquero que dejamos. Estamos comenzando de cero, todo a
pulmón. Si el gobierno quiere ayudar, que lo haga. Somos trabajadores, no vamos
a esperar, no queremos vivir del político", enfatiza. Dice que es urgente
poder tener electricidad y agua potable porque empiezan las clases. En el
terreno hay dos aulas móviles, pero no están habilitadas.
Las 71 comunidades que hay en el municipio de Santa Victoria
Este, donde el 80% de los habitantes son pobladores originarios, viven de la
pesca, la caza, la recolección y los cultivos.
Del rancho de adobe en el que vivían Virgilio, su mujer y
sus tres hijos solo quedan en pie ocho postes y el techo desvencijado. Hablan
poco, pero cuando lo hacen describen el horror de la inundación que "llegó
como tromba". Huyeron de allí sin nada. "Voy a limpiar y hacer mi
casa de nuevo", dice Virgilio. A su vecina Florentina le sucedió lo mismo.
De su vivienda, solo quedan unas chapas que delimitaban lo que era la cocina.
Una parte de las 94 familias de Monte Carmelo debió
desplazarse y la otra decidió quedarse entre el barro y las taperas caídas.
Allí, sus pobladores limpian las casas de material cuyas paredes sí
resistieron. "Irse es empezar de la nada. Acá tenemos electricidad y
luz", señala el cacique Joel Gómez. Ocho personas viven hacinadas en una
pieza. "Nunca vino tan fuerte el agua, fue terrible", repite Elena.
Están todos sentados frente a lo que era una cancha de
fútbol, que hoy está inundada. "Estábamos desesperados. Cuando llegó la
inundación, el ruido del agua era como de cataratas y el poste del
transformador se empezó a inclinar y había chispas. Salimos en lanchas",
describe Daniela, de 15 años.
Unas máquinas de Vialidad emparejan un poco los caminos. A
pie, en moto o en bicicleta, los pobladores buscan agua para lavar o para
echarle "el polvito" que dejó la Cruz Roja para potabilizarla.
Balsaura, de 36 años, tiene a su nieto Isaac en brazos. Está
cerca de un fuego donde hierve agua para darle al chico. Los tachos donde
descarga el camión municipal están oxidados. "No se puede tomar",
dice.
El agua, por su exceso o su falta, marca la vida de estas
comunidades. La estabilidad aquí todavía parece lejana. En unos días llegaría
personal del Registro Civil para tramitar los documentos que los afectados
perdieron.
Una catástrofe natural con múltiples causas
El fenómeno de La Niña fue uno de los factores que
contribuyeron a la inundación. También influyó la deforestación (en este caso,
en Bolivia, de donde bajaron las aguas) y la precariedad de la infraestructura
en la que viven las comunidades del departamento Rivadavia, el más pobre de
Salta.
Edith Cruz, ministra de Asuntos Indígenas y Desarrollo
Social de la provincia, admite que la inundación ingresó desde un sector
inusual, y que la fuerza y la permanencia del agua también fueron
"extraordinarias".
Moisés Balderrama, intendente de Santa Victoria Este,
insiste en que para resolver el problema hay que construir defensas desde el Hito
1 (punto límite entre Bolivia y la Argentina) hasta Formosa. "No es fácil
porque hay 120 kilómetros de frontera que es el río y como es tripartito deben
intervenir distintos poderes", explica.
Todavía siguen aisladas las comunidades La Esperanza, Desemboque,
Las Orquetas y Balbuena. Un problema para avanzar en la resolución del problema
es que las zonas están cubiertas de barro y es difícil encontrar suelo firme
para nuevas construcciones.
Cómo ayudar
Cruz Roja Argentina: Transferencia a la cuenta de la Cruz
Roja. Banco de la Nación Argentina - Cta Cte. Nº 91344/97. Cruz Roja Argentina
- Catástrofes - CUIT 30-54603392-5. CBU Nº 0110012920000091344977
Fundación Sí: Recibe alimentos en Ángel J. Carranza 1962.
Junto a la Fundación Cultura Nativa, realiza una campaña para colaborar con el
reequipamiento de materiales de construcción y alimentos, pañales y otros
productos. Para más información ingresar al sitio Donar Online o al de la
fundación Cultura Nativa
Cáritas Argentina: Por transferencia a la cuenta de Cáritas
Argentina Emergencia. Cuenta Corriente Banco Nación Nº 35869/51 - Sucursal
Plaza de Mayo 0085. CBU 01105995-20000035869519. CUIT
30-51731290-4
Por: Gabriela Origlia / TOMADO DE LA NACION DE AR
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