El desafío ambiental de naturaleza global que enfrenta la
humanidad en los últimos años exige orientar sin demoras las nuevas inversiones
energéticas hacia las tecnologías requeridas para abatir las emisiones de CO2.
Esta necesaria tarea de reducir las emisiones generadas por el consumo
energético no será fácil ya que, al mismo tiempo, se debe abatir la pobreza con
un sostenido crecimiento económico que sea socialmente inclusivo, pero que
naturalmente tenderá a aumentar la demanda por energía.
El mundo ha cambiado mucho desde la Revolución Industrial,
ya que durante el siglo XX la humanidad ha producido 19 veces más bienes y
servicios que en el siglo XIX y más que toda la producción acumulada desde los
inicios de la presencia humana en la Tierra hasta inicios del siglo XX. Por
esta razón, no debe sorprendernos que el cambio climático, de origen
esencialmente energético, nos está afectando cada vez más en todos los lugares
de la Tierra que, como define la Nasa “es nuestra única nave espacial en un
viaje muy largo”.
En una nota en el diario Clarín, Alieto Aldo Guadagni
sostiene que las emisiones contaminantes de CO2 han venido aumentando en los
dos últimos siglos porque los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) han
sido y siguen siendo hoy la principal fuente de abastecimiento energético.
Estos combustibles fósiles representan en la actualidad el 85% de la producción
mundial de energía (petróleo 33%, carbón 28% y gas 24%). Las energías limpias
no fósiles están cubriendo apenas el 15% del consumo total energético, de los
cuales apenas un 4% corresponde a la energía eólica y la solar.
Se espera que las cosas mejoren en el futuro, ya que las
energías no fósiles, que están en acelerado crecimiento, hacia el año 2040
representarán 26 % del total de la oferta energética, con una mayor
participación de la eólica y solar, que llegarán hacia el año 2040 al 14% de la
producción total energética.
La pregunta es si con esto alcanza para abatir las emisiones
contaminantes. La respuesta lamentablemente es no, ya si bien los combustibles
fósiles retrocederán en su participación relativa en el total de producción
energética, en valores absolutos seguirán creciendo. Es decir, seguirán
contaminando aún más el planeta.
Es alentador prever que la generación de energías limpias
crecerá mucho en el futuro, 135% hasta 2040. Es decir mucho más que las fósiles
que crecerán apenas 18%. Pero con esto sólo no será suficiente, ya que no
alcanza con que únicamente la importancia relativa de los fósiles disminuya,
sino que es crucial que también el consumo total de energía fósil sea en 2040
inferior al actual. Y esto no se prevé que ocurrirá.
Es necesario que la producción total de fósiles retroceda en
valores absolutos. Por eso hasta ahora es insuficiente el previsto retroceso de
la importancia porcentual de los combustibles fósiles en la producción total
energética.
Las actuales emisiones de CO2 son hoy un 52% mayor a las del
año 1995, año en el cual comenzaron los compromisos impulsados por Naciones
Unidas para evitar el deterioro climático, y se prevé que seguirán aumentando
en la próxima década. Estamos lejos de cumplir el compromiso del Acuerdo de
París (2015) que apuntaba a que el aumento de la temperatura mundial no
superaría los 2° C.
Evitar el avance del calentamiento global exige que las
actuales emisiones anuales de CO2 se reduzcan nada menos que un 40% en los
próximos 25 años. La educación debe realizar un importante aporte al
cumplimiento de esta exigente meta en este siglo XXI, destacándose el papel
central de la Universidad.
La Tierra es “nuestra única nave espacial”, y como dijo
Obama en su visita a Córdoba: “Somos la última generación que puede hacer algo
por el cambio climático”. // tomado de el litoral de ctes ar
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