Marcelo Rubinstein, investigador del Conicet, sobre la
pandemia de la obesidad
“Las corporaciones hacen lo que quieren con la salud de la
población”
En el mundo habitan 7500 millones de personas y 2000
millones tienen sobrepeso. Es el problema de salud pública número uno y
requiere de Estados fuertes capaces de combatir a las corporaciones
agroalimenticias. ¿Qué ocurre en el mundo? ¿Qué hace Argentina?
Por Pablo Esteban
Marcelo Rubinstein, doctor en Ciencias Químicas e
investigador superior del Conicet.
Marcelo Rubinstein, doctor en Ciencias Químicas e
investigador superior del Conicet.
“Esto es una guerra en tiempos de paz; producto de esta
tremenda pandemia la gente se enferma y fallece. Lo que ocurre es que el
proceso es tan lento que no se percibe en toda su complejidad. Es un combo
explosivo pero en cámara lenta, por eso, nadie lo ve”, describe Marcelo
Rubinstein, doctor en Ciencias Químicas e investigador superior del Conicet.
Según cifras de la OMS, actualmente, existen más de 2 mil millones de personas
con sobrepeso, de las cuales 700 millones son obesas. En 2017, la FAO –agencia
de la ONU que se ocupa de los problemas vinculados a Alimentación y la
Agricultura– y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) publicaron un
informe con resultados alarmantes. El documento reveló que Argentina se ubicaba
como el país de Latinoamérica y el Caribe con más hombres adultos obesos (con
una prevalencia de 26,7 por ciento) y la tercera tasa de mujeres adultas obesas
(con un 30.1 por ciento) detrás de Uruguay y Chile. El sobrepeso y la obesidad constituyen el principal conflicto de salud
a nivel internacional. ¿Por qué? Porque estimulan la emergencia de un rosario
de trastornos y enfermedades que, tarde o temprano, emergen y suceden en
catarata. Problemas cardiovasculares, hipertensión, insuficiencia renal,
diabetes, várices y úlceras venosas, cáncer de colon, dificultades
respiratorias, cálculos, arterosclerosis y osteoartritis encabezan la lista.
Además, el aumento del tejido adiposo genera un estado crónico inflamatorio
que, como si fuera poco, acelera el deterioro del sistema nervioso y adelanta
el advenimiento de enfermedades neurodegenerativas.
Hoy en día sucede algo paradójico: existen más personas con
sobrepeso que con desnutrición. ¿Se trata de adictos que abrazan conductas
autodestructivas, o bien de víctimas de un sistema hiperconsumista? ¿De qué
manera las publicidades promueven la construcción y posterior naturalización de
un ambiente “obesogénico”? El especialista hilvana una respuesta: “La
desnutrición siempre estuvo asociada a las capas más vulnerables de la
sociedad, pero la obesidad, en sus comienzos, empezó a afectar a los estratos
con mayor poder adquisitivo. No obstante, se revirtió gracias a una estrategia
de marketing y publicidad muy perversa de los grupos de la industria de
agroalimentos”.
Se refiere a la promoción de comestibles ultraprocesados
vendidos a precios bajos que crean una falsa sensación por partida doble: que
las personas se alimentan y, al mismo tiempo, que acceden a bienes a los cuales
antes no tenían acceso. Desde aquí, las modificaciones en los hábitos de
consumo constituyeron un fenómeno propuesto y constantemente reactualizado por
el propio mercado y, como resultado, los humanos comen muchísimo peor que en
décadas precedentes. En este sentido,
¿cómo limitar la actividad de las corporaciones?
En Argentina, la principal resistencia se llama Copal
(Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios). Por ello es que,
como recomienda la ONU, la obesidad y el sobrepeso implican un conflicto de
salud pública que no puede ser resuelto por personas ni por familias
particulares sino por la intervención directa y comprometida de los estados.
Tanto Adolfo Rubinstein –titular de la Secretaría de Salud– como el propio
Mauricio Macri, durante la apertura de sesiones legislativas de este año,
indicaron que la prevención de la obesidad infantil conformaba el tópico a
combatir más importante del área.
Como se puede prever, entonces, resulta fundamental ajustar
los controles en el mundo de los alimentos y las bebidas. “Si bien el Estado
regula el nivel bromatológico de los alimentos –esto es: que no contengan
tóxicos o contaminantes– no hay una supervisión respecto del azúcar agregada y
los ultraprocesados. Las empresas son capaces de recrear líquidos con sabor y
olor a naranja, envueltos en sobres con imágenes de naranjas pero que, por
supuesto, no son naranjas”, indica Rubinstein. Se refiere, por caso, a los
típicos jugos en polvo y a los helados de palito, cuyos envoltorios incluyen
las imágenes de frutas espectaculares pero que en realidad son mezclas de agua,
azúcar y sustancias que recuerdan el sabor original, aunque distan bastante de
aportar los valores nutricionales que aparentan. Bajo esta premisa, es posible
advertir de qué manera los avances tecnológicos no siempre equivalen a
progreso: en 2018, el ser humano dispone de las mejores tecnologías pero,
desafortunadamente, utiliza sus conocimientos para perjudicar a la sociedad.
Hace apenas dos años, en Inglaterra, detectaron que el
aumento de los índices de obesidad tenía estrecha relación con el consumo
sostenido de las famosas papas fritas de paquete. Como resultado, el Estado
incrementó los impuestos a los productores de snacks. Algo similar ocurrió en
México con las bebidas azucaradas. En noviembre pasado, Argentina intentó hacer
lo propio con un impuesto para regular el consumo de gaseosas pero se chocó de
frente con dos lobbies. Uno en Tucumán que, a través del gobernador Juan Manzur
–paradójicamente, ex ministro de Salud– amenazó con que de continuar con la
propuesta, los legisladores tucumanos no votarían la ley de reforma
previsional. Por supuesto que al mandatario provincial lo que le preocupaba era
defender la industria azucarera tucumana en detrimento de la salud de la
población. El otro, como era de esperar, vino del lado de los empresarios: la
división argentina de Coca Cola presionó lisa y llanamente con abandonar su
programa de inversiones en el país. En efecto, la iniciativa se cajoneó.
Nuevas etiquetas
El Gobierno anticipó que el mes próximo lanzará un plan
nacional de etiquetado frontal para robustecer la prevención del sobrepeso y la
obesidad infantil, ya que afecta al 40 por ciento de los niños. “El mejor
ejemplo de todos lo constituye Chile, con una especie de semáforo voluntario
cuyo objetivo es la advertencia. Se realizó un excelente trabajo de psicología:
como los humanos toman sus decisiones en cuestión de segundos emplearon
símbolos susceptibles de ser rápidamente interpretados con información
contundente. Se trata de un octógono negro que con letras blancas notifica a
los consumidores que el comestible que está a punto de llevar al changuito es ‘alto
en azúcar’, ‘alto en sal’, o bien, ‘alto en grasas trans”, narra Rubinstein. De
esta manera, si el producto reúne dos octógonos negros ya no puede ser
publicitado por medios de comunicación o en la vía pública. Se trata de una
estrategia imitada por Uruguay, Perú y Canadá que, aunque no prohíbe la venta
apunta a la reconversión de la industria. No es casual que la propia Coca-Cola
haya incluido la leyenda “sin azúcar” en su etiquetado, en reemplazo paulatino
de sus variantes “light” y “Zero”, ambigüedad intencional –artimaña
marketinera– para confundir al consumidor.
No obstante –a pesar de que ya están demasiado grandes y
pueden defenderse solas– las corporaciones no luchan en soledad. Por el
contrario, sostiene el químico, “cuentan con el auxilio de médicos y políticos
comprados por estos lobbies. De la misma manera ocurre con el complejo de la
industria farmacéutica que trabaja codo a codo con los visitadores médicos
cooptando especialistas para asegurarse la venta de los productos”. Y completa:
“¿Qué mejor para las farmacéuticas que tener a millones y millones de personas
enfermas con diabetes, afecciones cardiovasculares y cáncer como resultado de
la obesidad?”.
Los Estados gastan un dineral considerable en remedios para
curar enfermedades que son absolutamente prevenibles. Sin embargo, ante la
falta de planificación sus pretextos eluden el abordaje directo de la
problemática. De todos, el preferido es el de la “multicausalidad”. ¿En qué
consiste? Según Rubinstein, “a veces se vuelve tan ‘multi’ el problema que se
torna inabordable. Se culpa al sedentarismo provocado por el delivery y los
medios de transporte, cuando el problema fundamental es la libertad que tienen
las corporaciones para hacer lo que quieren con la salud de nuestras
poblaciones”. El Ejecutivo, mientras tanto, insta a los ministerios de Salud,
Producción y Agroindustria a ponerse de acuerdo, aun a sabiendas de la
imposibilidad manifiesta.
Para quienes gustan de emplear la memoria, esta es una
situación muy similar a la que sucedía cuando el mundo advirtió que fumar
causaba cáncer de pulmón y EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). En
muchos países, el lobby industrial cedió frente a un concepto de salud pública
que priorizaba la defensa de la población. Hoy, “aunque no está prohibido
fumar, se ganó la batalla cultural: no hay una persona que ignore todos los
males que conlleva el consumo de cigarrillos. No obstante, durante mucho tiempo
creímos que si fumábamos éramos más piolas y teníamos más chances en el amor”,
dice.
En un mundo poco entrenado para respetar las diferencias, el
estigma social que deben revertir las personas obesas tornan la situación aún
más compleja. Como todo problema de salud pública implica librar una batalla
económica, política y cultural y, desde aquí, la sociedad requiere de
representantes comprometidos y capaces de ponerse en puntitas de pie y observar
más allá de la medianera del presente. “Las nuevas generaciones de jóvenes
vivirán menos que sus padres, ya que la malnutrición afecta la calidad de vida
de manera notoria y perjudica, a largo plazo, la expectativa de vida. Los
políticos no advierten que si no modifican la legislación del país, sus hijos
vivirán menos que ellos”, concluye Rubinstein. // tomado de pagina 12 de ar
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