Solo consumíamos dos tercios de los alimentos producidos, el
resto se desperdiciaba sin ser usado.
Autor: Miguel Lozupone
Los residuos que generamos individualmente y como sociedad
dicen de nosotros más que cualquier otro legado que podamos dejar. Las formas
en que los gestionamos, también. Nuestros desechos cuentan cuáles son nuestros
usos y costumbres, nuestras necesidades y carencias, y hasta nuestros lujos y
miserias. Cuando los antropólogos estudian las sociedades pasadas, desentierran
los residuos sobrevivientes para acercarse a comprender cómo funcionaban y
cuáles eran sus patrones de consumo y estilos de vida. Nuestros residuos hablan
tanto de nuestra alimentación como de nuestras creencias, mitos, y en
definitiva nos describen de forma cabal aunque nada más exista de nosotros en
la faz de la Tierra. Solo necesitamos desenterrar residuos para saber de
nuestros antepasados y cómo se relacionaban entre ellos y con su ambiente.
La antropología aplica el mismo principio para estudiar
nuestra sociedad contemporánea, llamado arqueología de la basura por el
antropólogo Paul Mullins (Universidad de Indiana, Illinois). Este científico
implementó la arqueología de la basura como forma de caracterización y
patrimonialización museística de la cultura de consumos "banales" del
siglo XXI. Según Mullins, es preciso considerar como modernos datos
arqueológicos lo que se tira a la basura, como un modo de asociar restos
materiales y prácticas sociales, tanto como la vida social de los objetos
recuperados.
Ahora, imaginemos un grupo de antropólogos del futuro
tratando de entender cómo funcionaba nuestra sociedad y cuáles eran nuestros
valores y funcionamiento solo observando nuestros residuos. ¿Qué creen que
pensarían de nosotros? Si es difícil entender el pasado con valores del
presente, también sería difícil para ellos entendernos a nosotros, pero hagamos
el intento aun sin saber cuáles son los valores, los usos y las costumbres que
nuestros observadores del futuro eventualmente tendrían. Como ejercicio es
interesante hacer el intento.
En primer lugar, pensarían que nuestra economía estaba
fundada en el uso de recursos naturales que, a juzgar por nuestros residuos,
eran ilimitados. Nada les haría pensar que había restricciones en nuestra
sociedad en el uso de papel, cartón y sus derivados. Tampoco sospecharían que
había escasez de petróleo a juzgar por el expandido uso del plástico y los motores
a combustión. Es decir, pensarán que vivíamos sobre ilimitadas fuentes de
combustibles fósiles y alrededor de frondosos bosques que hacían que el uso del
papel y la madera fuera ilimitado y barato. Lo mismo sobre el uso de metales
que extraíamos de la Tierra de forma indiscriminada.
Seguramente notarían, haciendo cálculos de población, que
había más vehículos que los que realmente necesitábamos para transportarnos y
más teléfonos que personas que podían usarlos. También pensarán que éramos
inmunes de alguna manera a todos los metales y los tóxicos que hay en nuestros
residuos. Desde las pilas y las baterías, pasando por los residuos electrónicos
hasta llegar a los residuos industriales y mineros (sin mencionar los
nucleares), les darán una idea de que podíamos vivir entre ellos sin tener
mayores problemas de salud, ya que de otro modo los hubiéramos prohibido o al
menos restringido.
Al ver los residuos de comida calcularán que solo
consumíamos dos tercios de los alimentos producidos, ya que el resto se desperdiciaba
sin ser usado. Esto les generaría varias preguntas porque notarían (analizando
nuestros restos óseos) que justamente un tercio de la población no tenía acceso
a una alimentación suficiente para tener una vida digna y saludable.
Seguramente encontrarían rastros de nuestros medicamentos y
podrían calcular los tipos de enfermedades y dolencias nos afectaban, notando
que las causas de decesos son asociables a nuestros consumos y al ambiente en
el que vivíamos. Tal como nos recuerda hoy la OMS en relación con las
expectativas crecientes de futuros casos de cáncer en humanos.
Después de un tiempo de ver la cantidad de cosas que
tirábamos a la basura y de pensar que nuestros recursos eran ilimitados,
empezarán a cruzar datos y comprenderán que nada era como parecía. Ni los
recursos eran infinitos, ni el ecosistema que nos albergaba podía reponerse al
ritmo que nosotros lo consumíamos. También entenderían nuestras dolencias de
salud como producto de esa contradicción fundamental en la que vivíamos, en definitiva,
nuestra sociedad carecía de la noción más elemental de la supervivencia, el
principio de la sustentabilidad.
Esta situación les resultaría evidente considerando cuántas
cosas consumimos y de qué manera las desechamos a la basura. Enterrarlas sin procesarlas
y sin recuperar materiales y energía seguramente les resultará una
excentricidad que no puede ser atribuible solo a pereza sino a la falta de
cálculo de la entropía y el costo de las externalidades que esa práctica
genera. Les resultará sorprendente la disponibilidad inmediata y barata de más
recursos (renovables o no) para alimentar la producción de bienes y servicios
que se tranzan en nuestra economía y que nuestros economistas hoy calculan
monetariamente como el Producto Bruto Interno (PBI) del país. Todo hecho de
forma lineal (extracción, producción, consumo, uso, descarte y enterramiento)
sin considerar la lógica circular del ecosistema que nos alberga ni los
impactos ambientales o sociales.
Hoy en la Argentina hablar de sustentabilidad suena como una
excentricidad cuando muchas familias no llegan ni a fin de mes, pero la verdad
es que ese también es un problema de sustentabilidad. Lo que nuestros
observadores del futuro seguramente querrían decirnos hoy sería que no teníamos
(tenemos) un problema de escasez de recursos (todavía) sino de administración
de esos recursos. La carencia de eficiencia y eficacia en el manejo de los
recursos produce que se vuelvan cada vez más escasos en el tiempo. En términos
de su distribución y asignación, este modelo lineal también produce desbalances
que no son sustentables. Esto explica no solo la crisis de los residuos sino
todas nuestras crisis en la Argentina de hoy.
Es imprescindible que volvamos a las fuentes de circularidad
de nuestra naturaleza. Para eso es indispensable un cambio de paradigma de la
economía lineal a la circular que incluya la trazabilidad de los residuos, el
desarrollo de un mercado de materias primas secundarias (reciclados) para la
industria, normativas que regulen la responsabilidad extendida del productor,
envases y embalajes, y los residuos especiales de generación universal (como
pilas, eléctricos y electrónicos, y aceites) que sean nacionales y de
presupuestos mínimos (obligatorias a todas la provincias).
Por la falta de sustentabilidad se disparan conflictos
ambientales y sociales por recursos finitos de consecuencias imprevisibles. Si
a esto le sumamos las consecuencias devastadoras del cambio climático, que
llegó para quedarse, nuestro futuro no es promisorio. La disputa por estos recursos
que hoy dilapidamos o enterramos será cada vez más difícil y en algún punto
crítica para la supervivencia.
Ese es el escenario que enfrentamos hoy en la Argentina y de
cómo lo resolvamos dependerá cómo nos estudien en el futuro, con la comprensión
y la familiaridad de ser nuestros herederos descendientes o la extrañeza y la
lejanía de quien estudia una civilización malograda.
Publicado en Infobae el 20 de septiembre de 2018.
Tomado de nuevos papeles
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