Alejado del ambiente artístico desde hace muchos años por sus problemas de salud, murió ayer Raúl Portal, a los 81 años, según pudo confirmar LA NACION. El emblemático conductor venía con muchas dolencias, agravadas desde el año pasado por las secuelas de varios accidentes cerebro-vasculares, incluso en el último tiempo había estado internado a raíz de una neumonía bilateral.
Para algunos, Raúl Portal quedará en la
historia como un bromista impenitente, un amable encantador de serpientes que
con una incansable verborragia y la ingenua desfachatez de los payasos hacía
todo lo posible por levantarle el ánimo a la gente desde la pantalla del
televisor. Para otros, en cambio, Portal debería ser recordado como un hombre
audaz que alentó en la tele un cambio de mentalidad necesario. Un innovador
genuino que logró más de una vez romper moldes y rutinas de larga data e
impulsar cambios que sus seguidores e imitadores nunca le reconocieron. En las
dos posturas hay algo de razón. Y cualquier mirada retrospectiva que haga
justicia con la trayectoria debería incluir parte de ellas. Murió
alejado de las luces de las cámaras, pero llegó a ser una de las figuras
más influyentes de la televisión en un tramo que arrancó a fines de los años 80
y se extendió por toda la década siguiente.
Hasta su llegada, nadie había imaginado que la trasnoche
podía ser un espacio de enorme potencial televisivo. Y más tarde fue el
creador sin patente de la idea de la TV reciclada. La inmensa lista de
programas que vivieron desde allí de los archivos visuales y de la observación
satírica de lo que hace la propia TV deberían distinguirlo como su gran mentor
y pionero. Notidormi y Perdona nuestros pecados (PNP),
las grandes invenciones televisivas de Portal, abrieron una huella que pocos
están hoy dispuestos a aceptar.
Si esto ocurre es porque el propio Portal hizo mucho para
relativizar los méritos indiscutibles de su propia obra, relegada frente a un
impulso que lo llevaba todo el tiempo a revisar su historia personal y hablar
de ella. Siempre decía que su personalidad era el fruto de una suma de
contradicciones de las que se sentía orgulloso. Cada aparición suya era
un nuevo capítulo del interminable examen de conciencia con el que
intentaba redimirse de culpas pasadas. Lejos de atormentarse, suavizaba esa
introspección llenándola de observaciones risueñas. Pero algunas de sus
contradicciones llegaban a ser insostenibles.
Se había forjado fama de "cavernícola" desde que
se supo, cuando ya era un nombre famoso en la TV, que había trabajado en el
Ministerio del Interior en tiempos del general Juan Carlos Onganía. En verdad,
se desempeñó en el área de Prensa de esa cartera entre 1968 y 1978, etapa
atravesada por gobiernos democráticos y de facto. "No tengo
arrepentimientos ideológicos porque la ideología es de buena fe. Uno tiene una
ideología porque cree en eso. Aún los extremismos suponen una mística, un
idealismo y una utopía. A los guerrilleros que dieron su vida no se los puede
censurar. Y cuando dicen que adherí al proceso militar de alguna manera tienen
razón porque yo no hice nada para defender a Isabel Perón. Es más, me alegré
cuando la echaron. Soy uno de los millones y millones de argentinos que nos
alegramos", le
dijo a LA NACION en 1997.
En la tele, Portal inventó un modo risueño y original de
aprovechamiento de los archivos televisivos, basado en la unión rápida y
certera de segmentos breves a través de un trabajo de edición muy creativo y
luego imitado hasta el cansancio. Así pedía la indulgencia del público por los
"pecados" de la pantalla. Fuera de ella, mucho más serio, empleaba
su verborragia sin fin para pedir perdón una y otra vez por sus propios pecados
políticos. "Fui insensible, nací tomando mamaderas de odio en el
antiperonismo gorila rabioso... Yo soy radical. Y he aquí otro de mis
pecados... habiendo militado 17 años en el radicalismo asistí de forma
absolutamente indiferente, como todos, al derrocamiento de Illia", señaló
en el mismo reportaje.
Siempre decía que su personaje televisivo era el remedio al
que recurría para burlarse ferozmente de sí mismo. Y completaba esa suerte de
exorcismo como el ya fallecido Mohamed Alí Seineldín, líder de las
revueltas carapintadas, y el dirigente del Partido Obrero Jorge Altamira. Sin
ponerse colorado, Portal podía elogiar a un militar furiosamente anticomunista
("Seineldín es malvinero como yo. Ama a su bandera como yo") y decir
al mismo tiempo que la Cuba revolucionaria tenía un buen gobierno y que
"la gente lo quiere mucho a Fidel Castro".
Esta última mención se conecta con otro rasgo típico de
Portal, su apego hacia Cuba. Tan grande, que acopió durante medio siglo una
colección de instrumentos afroamericanos y aprendió a tocar con bastante
destreza el bongó. Esa inclinación fue el origen de una de sus últimas
creaciones televisivas, Son de todos, un programa dedicado a
exaltar el acervo cultural de la isla, su música y sus costumbres.
Semanario insólito: Portal acusa a Jorge Asís de ser
"El Caco" 1982 - Fuente: Archivo Histórico RTA
En ese momento, Portal ya había acumulado una larga
experiencia en el medio con muchos programas de éxito. El primero fue Semanario
insólito (1982), uno de los grandes momentos bisagra de la historia
televisiva de las últimas décadas, resumen burlón de las noticias de la semana
con un estilo visual y de puesta en escena transformador para la época junto a
Raúl Becerra, Adolfo Castelo y Virginia Hanglin.
Después pasaron con su sello programas de suerte dispar (Los
juegos del terror, Misteriodismo) y el segundo momento de enorme
repercusión, el de Notidormi (1988). A Portal se le
ocurrió probar suerte en un horario marginal como el de la medianoche, que
hasta ese momento no le interesaba a nadie. Cada emisión era una mezcla de
fiesta de egresados y kermés con globos, gente disfrazada, ruido, música
estridente y Portal por encima de todos como guía del desorden y maestro de
ceremonias. En poco tiempo el rating del programa volaba. Nadie quería perderse
las ocurrencias del payaso Campanita (el propio Portal disfrazado), el mono
Darwin, el perro Tristonio, la "profesex" y un desfile de invitados
que incluía a políticos forzados a lucir en cámara una nariz de payaso.
Fernando de la Rúa, futuro presidente, dio la nota máxima.
Allí asomaron también otras marcas de autor de Portal: una
apología del optimismo (muchas veces criticada con razón porque hasta parecía
que quería imponerse casi de prepo, como si fuese un delito no hacerlo) y un
antológico desfile de neologismos, interjecciones y onomatopeyas que en algunos
casos se incorporaron al habla cotidiana. "Caracúlico", "pendeviejo",
"currandero", "manochanta", "forrándula", el
clásico "¡upa!", el enigmático "mboheio", el
"hop" con los índices para arriba y muchísimos más. Gracias a Portal,
la trasnoche se valorizó definitivamente en el mercado televisivo.
Cuatro años después comenzó la historia de PNP, desarrollada
por Portal en familia, como en buena parte de su historia mediática. Con
su mujer de siempre, Lucía, y su hijo Gastón, que desde allí llevó
adelante una muy apreciada carrera como guionista, productor y director de cine
y TV, y fue en verdad el responsable de poner en marcha la idea.
Primero con dos amigos (Franco Giorgiutti y Javier Castro
Albano) y luego sumando un equipo cada vez más grande, Gastón Portal se
dedicaba a grabar, mirar y acopiar toda la televisión posible para descubrir
las "perlitas" y los errores de cada programa que nunca aparecían
solos. El secreto del programa pasaba por mostrar el furcio de un modo cómico
compaginándolo con algún momento tomado de películas o series. Ese trabajo le
permitió a los Portal contar con un archivo que llegó a tener más de 50.000
horas grabadas, sólo igualado con el que tenía Miguel Rodríguez Arias, el
creador de Las patas de la mentira. El cuadro se completaba con las
ocurrentes presentaciones de Portal, en compañía sucesiva de Federica Pais y
Mariana Fabbiani, dos descubrimientos suyos. El ojo de Portal para descubrir
talento femenino fue siempre apreciado.
Raúl Portal junto a Federica Pais, en una entrega de los
Martín Fierro Fuente: Archivo
PNP recorrió todos los canales durante varios
años y su vigencia se mantiene firme hasta hoy, aunque con un matiz. Portal
siempre dijo que su mirada burlona sobre la tele tenía límites precisos y no
avalaba ningún tipo de "cargada". Hoy, algunos de sus continuadores
recurren a métodos similares con mucha más ferocidad, sensacionalismo y
búsqueda de impacto. Aquella fórmula, mucho más ingenua en su origen, era además
muy susceptible a la copia. En 2015, después de un largo litigio en Tribunales,
logró que la Justicia reconociera que el productor Diego Gvirtz había plagiado
a través del programa Televisión registrada la idea original
de PNP.
El éxito mantuvo mucho tiempo en el aire a PNP,
pero a la larga terminó condenándolo. Encontró tantos imitadores que la fórmula
empezó a agotarse inevitablemente. Sin alcanzar nunca la repercusión de antes,
Portal se volcó a otras aventuras menos relevantes que lo ayudaron a mantenerse
vigente. En esa etapa volcó a la TV los temas que le interesaban, entre ellas
la preocupación por el cuidado de las mascotas (El portal de las mascotas)
y la vocación solidaria (El portal de la vida), muchas veces unidas en
el apoyo a alguna institución o campaña.
Encontró por última vez un espacio de protagonismo y
atención pública de nuevo en la TV, pero fuera de un programa propio. Había
elegido un altísimo perfil para dejar siempre a la vista su estrecha amistad
con el padre Julio César Grassi y su tarea al frente de la fundación Felices
los Niños. Desde que el sacerdote quedó por primera vez en 2002 expuesto ante
la Justicia Portal salió siempre con fuerza a defenderlo y llegó
inclusive a hacerse cargo de la Fundación, de la que fue en un momento
vicepresidente. También colaboró mucho con otro religioso de gran presencia
televisiva, el sacerdote Luis Farinello.
"No tengo arrepentimientos ideológicos porque la
ideología es de buena fe" Fuente: Archivo
Ocupar ese lugar no era algo inesperado para un hombre que
hizo de todo en la vida. Había nacido el 23 de septiembre de 1939 en un hogar
de padres franceses, Raoul y Elise, y hablaba muy bien esa lengua. Llegó a
tercer año de la carrera de Ingeniería. Vendió libros y departamentos. Manejó
un boliche de música negra, un teatro y una agencia publicitaria. Nunca
aprendió a manejar y se jactó más de una vez de no tener ni tarjeta de crédito,
ni computadora personal ni teléfono celular. Pasó varias veces por la radio, y
una emisora de radio de extracción sindical con el nombre del papa Francisco
fue su último hogar en los medios. Allí, en 2014, hizo una temporada de ¡Upa,
el ánimo!
Era fanático de River, de los documentales históricos y de
las películas de acción de Sylvester Stallone y Jean Claude Van Damme. Se
definía como mejor lector que televidente, pero no se perdía algunas series y
programas cómicos: Alf, El Chavo, Viendo a Biondi y el Súper
Agente 86. Dijo una vez: "Estos programas mezclan dos cosas que amo,
el absurdo y el humor de payaso. Hagan lo que hagan, los payasos hacen reír a
los pibes. Porque payasos y chicos están en estado de gracia". La
vida de Raúl Portal, hecha de palabras infinitas y de contradicciones
permanentes, en el fondo siempre fue para él una gran broma.
Por:
Marcelo Stiletano // tomado de la nación de ar
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