viernes, 30 de junio de 2017

LA FASCINACIÓN POR EL FUTURO

La fascinación del futuro
Los humanos somos el resultado de un entramado de historias que surgen de la intersección entre el pasado y el futuro. Nuestro presente es efímero; vivimos en función de lo que fue y de lo que imaginamos o deseamos que sea.
Por eso, no hubo generación que no se diera a la construcción de porvenires posibles, visiones sobre lo que espera en un horizonte que divisamos a lo lejos.
Muchas se caracterizaron por el ansia de alcanzar una armonía con la naturaleza y con nuestros congéneres, un tema que se repite desde el jardín del edén, ese entorno idílico, sin hambre ni enfermedades y en el que impera el amor. Vistas desde hoy, algunas no parecen tan "atractivas". En La república, de Platón, artistas y escritores eran silenciados o censurados. Tomás Moro, que le puso nombre a la idea de un futuro dorado en el siglo XVI, imaginó un país en el que no existen la propiedad privada ni el dinero, se trabaja seis horas por día y se conversa sobre temas elevados, pero se incita al suicidio de los que padecen enfermedades incurables y se permite la esclavitud.
Con el poder y la complejidad crecientes de la tecnología sobrevinieron visiones más oscuras. A Samuel Butler se le atribuye haber planteado (en Erewhon) la idea de que a medida que las máquinas se hicieran más humanas, el hombre se haría más automático; a Karel Capek, que las máquinas destruirían a la humanidad (en RUR), y a Bradbury, un porvenir en el que la gente miraría "muros de televisión" y se quemarían los libros para aplastar cualquier tipo de disidencia (en Fahrenheit 451).
Barajar posibilidades acerca de mundos futuros es hoy parte de los ejercicios de prospección de muchas disciplinas, desde la genética hasta la geología o la climatología; entre otras cosas, porque las perturbaciones que la humanidad está produciendo sobre el planeta y sobre sí misma son tan enormes que amenazan con volverse inmanejables.
La revista Investigación y Ciencia dedicó no hace mucho un número especial a este tema. Algunos de los datos que mencionan los autores de nueve notas dedicadas a lo que ellos llaman "el experimento humano" dejan sin aliento. Los geólogos, por ejemplo, calculan que ya se fabricaron 500.000 millones de toneladas de hormigón (un kilo por metro cuadrado de superficie terrestre) y que la producción de plásticos alcanza los 300 millones de toneladas por año, cantidad equivalente "al conjunto de los cuerpos humanos vivos", apunta Jan Zalasiewicz, paleobiólogo de la Universidad de Leicester, Reino Unido. El científico agrega que la corteza terrestre quedará con cicatrices indelebles por minas y perforaciones que penetran varios kilómetros en el suelo, y que a ellas se sumará al entramado de cañerías que constituye una réplica subterránea de nuestras ciudades. Zalasiewicz plantea que puede considerarse la "tecnosfera" como un vástago de la biosfera que podría conducir hacia un estado planetario en el que las personas ya no llevaríamos la voz cantante.
Otros expertos valoran posibilidades como el "transhumanismo" (el "mejoramiento" o la transformación directa de los humanos mediante la tecnología hasta convertirnos en "bioartefactos"), la alteración de nuestra herencia genética y la prolongación sostenida de la vida.
Por supuesto, todas estas posibilidades abren preguntas todavía sin respuesta. ¿Habrá un futuro para la humanidad más allá de la Tierra? ¿Podrá alimentarse la humanidad sin destruir el planeta? ¿Quedará obsoleto el sexo? ¿Podrán reemplazarse todos los tejidos con órganos creados por la bioingeniería? ¿Se ampliarán las brechas por el acceso al "mejoramiento genético"?

No importa lo lejanos o improbables que sean estos escenarios, no dejan de ser inquietantes. Por otro lado, como opinó Anatole France sobre ese punto de fuga que está más allá de la propia vida, si no
hubiéramos forjado utopías, seguiríamos viviendo en las cavernas. Por Nora Bär  Tomado de la nación de ar 

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