La fascinación del futuro
Los humanos somos el resultado de un entramado de historias
que surgen de la intersección entre el pasado y el futuro. Nuestro presente es
efímero; vivimos en función de lo que fue y de lo que imaginamos o deseamos que
sea.
Por eso, no hubo generación que no se diera a la
construcción de porvenires posibles, visiones sobre lo que espera en un
horizonte que divisamos a lo lejos.
Muchas se caracterizaron por el ansia de alcanzar una
armonía con la naturaleza y con nuestros congéneres, un tema que se repite
desde el jardín del edén, ese entorno idílico, sin hambre ni enfermedades y en
el que impera el amor. Vistas desde hoy, algunas no parecen tan "atractivas".
En La república, de Platón, artistas y escritores eran silenciados o
censurados. Tomás Moro, que le puso nombre a la idea de un futuro dorado en el
siglo XVI, imaginó un país en el que no existen la propiedad privada ni el
dinero, se trabaja seis horas por día y se conversa sobre temas elevados, pero
se incita al suicidio de los que padecen enfermedades incurables y se permite
la esclavitud.
Con el poder y la complejidad crecientes de la tecnología
sobrevinieron visiones más oscuras. A Samuel Butler se le atribuye haber
planteado (en Erewhon) la idea de que a medida que las máquinas se hicieran más
humanas, el hombre se haría más automático; a Karel Capek, que las máquinas
destruirían a la humanidad (en RUR), y a Bradbury, un porvenir en el que la
gente miraría "muros de televisión" y se quemarían los libros para
aplastar cualquier tipo de disidencia (en Fahrenheit 451).
Barajar posibilidades acerca de mundos futuros es hoy parte
de los ejercicios de prospección de muchas disciplinas, desde la genética hasta
la geología o la climatología; entre otras cosas, porque las perturbaciones que
la humanidad está produciendo sobre el planeta y sobre sí misma son tan enormes
que amenazan con volverse inmanejables.
La revista Investigación y Ciencia dedicó no hace mucho un
número especial a este tema. Algunos de los datos que mencionan los autores de
nueve notas dedicadas a lo que ellos llaman "el experimento humano"
dejan sin aliento. Los geólogos, por ejemplo, calculan que ya se fabricaron
500.000 millones de toneladas de hormigón (un kilo por metro cuadrado de
superficie terrestre) y que la producción de plásticos alcanza los 300 millones
de toneladas por año, cantidad equivalente "al conjunto de los cuerpos
humanos vivos", apunta Jan Zalasiewicz, paleobiólogo de la Universidad de
Leicester, Reino Unido. El científico agrega que la corteza terrestre quedará
con cicatrices indelebles por minas y perforaciones que penetran varios
kilómetros en el suelo, y que a ellas se sumará al entramado de cañerías que
constituye una réplica subterránea de nuestras ciudades. Zalasiewicz plantea
que puede considerarse la "tecnosfera" como un vástago de la biosfera
que podría conducir hacia un estado planetario en el que las personas ya no
llevaríamos la voz cantante.
Otros expertos valoran posibilidades como el
"transhumanismo" (el "mejoramiento" o la transformación
directa de los humanos mediante la tecnología hasta convertirnos en
"bioartefactos"), la alteración de nuestra herencia genética y la
prolongación sostenida de la vida.
Por supuesto, todas estas posibilidades abren preguntas
todavía sin respuesta. ¿Habrá un futuro para la humanidad más allá de la
Tierra? ¿Podrá alimentarse la humanidad sin destruir el planeta? ¿Quedará
obsoleto el sexo? ¿Podrán reemplazarse todos los tejidos con órganos creados
por la bioingeniería? ¿Se ampliarán las brechas por el acceso al
"mejoramiento genético"?
No importa lo lejanos o improbables que sean estos
escenarios, no dejan de ser inquietantes. Por otro lado, como opinó Anatole
France sobre ese punto de fuga que está más allá de la propia vida, si no
hubiéramos forjado utopías, seguiríamos viviendo en las cavernas. Por Nora Bär Tomado de la nación de ar
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