RAMIRO VELÁSQUEZ GÓMEZ
Somos un pueblo sin memoria
En los países europeos las promociones del turismo están
llenas de imágenes de castillos, calles antiguas, ciudades viejas, algo con lo
que en parte también se vende un sector de Cartagena.
Contrario de lo que sigue sucediendo en Antioquia y en
Medellín, donde el desprecio por las construcciones antiguas es total.
Y al paso que van cayendo ese pasado rico en historias se
pierde, mientras el ciudadano se queda sin referentes.
Poco se ha salvado. La lógica del antioqueño se mueve bajo
el signo pesos: reparar un inmueble antiguo cuesta dinero y deja poco, pero
tumbarlo y construir un edificio en su lugar deja billete.
Así de simple y de duro. Del centro de la ciudad poco queda.
Tal vez el barrio Prado, que vive el mismo proceso: es caro el mantenimiento y
por ahí se abre una rendija a ese modernismo mal entendido.
La Avenida Oriental arrasó con gran parte de la historia de
Medellín para dar paso al tráfico automotor, ejemplo que hizo y hace carrera:
pese a que existen otras soluciones, llama más la atención tumbar muros. Una
vía que espantó los recuerdos del Centro
Otros barrios también perdieron referentes. La casa del
millón, en Laureles, por ejemplo, que no era antigua pero sí representó una
época de la ciudad de los años 60 y 70. O la de la culta y avanzada en ideas
señora María Antonieta Pellicer al frente de la iglesia Santa Teresita, un
jardín del arte desde mediados de los 50 que cualquier urbe del mundo
desarrollado envidiaría.
Los ejemplos abundan. Hoy se ve en municipios aledaños como
Sabaneta, donde de a poco las viejas casonas y casafincas son demolidas por el
poder del dinero. No son patrimonio cultural ni en ellas nació nadie
reconocido, entonces existe patente libre para las almádanas.
Hace pocos días acá en El Colombiano se mostró el estado
lamentable de edificios del Centro de Medellín que sirvieron de oficina a la
naciente clase dirigencial de la primera mitad del siglo 20. Hoy no generan
dinero, no importan, sobreviven maltrechos.
Así se abandonó el Centro, porque otra zona comenzó a
generar poder y dinero. Tal vez la única ciudad del mundo cuyos dirigentes
desprecian el corazón de la urbe, un error que hoy no se acaba de pagar.
El pasado no da dinero. No tenemos memoria, nos vamos
quedando sin la historia viva de la ciudad.
Maullido: reorganizar los venteros callejeros no es
llevarlos a sitios donde no van a vender nada. Tomado de el colombiano
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