EL DÉFICIT DE CAPITAL
HUMANO Jim Yong Kim, presidente del Grupo Banco MundialPublicado
en la revista Foreign Affairs
Los Gobiernos que buscan el crecimiento económico adoran
invertir en capital físico: carreteras nuevas, bellos puentes, aeropuertos
relucientes y otras obras de infraestructura. Por lo general, sin embargo,
están mucho menos interesados en invertir en capital humano, que es la suma
total de la salud, las habilidades, los conocimientos, la experiencia y los
hábitos de una población. Esto es un error, porque si se descuidan las
inversiones en capital humano, se puede debilitar drásticamente la
competitividad de un país en un mundo en rápida transformación, en el que las
economías necesitan cada vez más talento para sostener el crecimiento.
A lo largo de la historia del Grupo Banco Mundial, nuestros
expertos en desarrollo han estudiado en profundidad qué medidas hacen crecer
las economías, cuáles ayudan a las personas a salir de la pobreza y cómo los
países en desarrollo pueden invertir en prosperidad. En 2003, el Banco publicó
el primer informe anual Doing Business, en el que se clasificaba a
los países según numerosos aspectos, desde el pago de impuestos hasta el
cumplimiento de contratos. Los resultados de esos informes han sido difíciles
de ignorar: jefes de Estado y ministros de Finanzas se enfrentaron a la
posibilidad de que la inversión extranjera directa disminuyera si las empresas
decidían invertir en países con un mejor clima para los negocios. En los 15
años transcurridos desde entonces, Doing Business ha inspirado
la implementación de más de 3180 reformas regulatorias.
Ahora estamos adoptando un enfoque similar para canalizar la
inversión en personas. Expertos del Grupo Banco Mundial están elaborando un
índice nuevo para medir en qué grado el capital humano contribuye a la
productividad de la próxima generación de trabajadores. El índice —que se presentará
en octubre en Bali, durante las Reuniones Anuales del Grupo Banco Mundial—
medirá la salud y la cantidad y calidad de educación que un niño nacido hoy
puede esperar alcanzar a los 18 años.
Los académicos saben mucho sobre los numerosos beneficios
que se derivan de la mejora del capital humano. Sin embargo, sus conocimientos
no se han traducido en un llamado convincente a la acción en los países en
desarrollo. Uno de los factores limitantes es la escasez de datos confiables
que expongan claramente los beneficios de invertir en capital humano, no solo
para los ministros de Salud y Educación, sino también para los jefes de Estado,
los ministros de Finanzas y otras personas influyentes de todo el mundo. Por
ese motivo, un índice de capital humano que se aplique a todos los países puede
impulsar más y con mayor eficacia las inversiones en las personas.
En las últimas tres décadas, la esperanza de vida en los
países ricos y pobres ha comenzado a converger. La escolarización se ha
expandido enormemente. Pero el programa de trabajo sigue inconcluso: casi una
cuarta parte de los niños menores de 5 años sufren malnutrición, más de
260 millones de niños y jóvenes no asisten a la escuela, y el 60 % de los
que concurren a las escuelas primarias en los países en desarrollo siguen sin
alcanzar un nivel mínimo de competencia en el aprendizaje. Hay demasiados casos
de Gobiernos que no invierten en su población.
EL PODER DE LAS PERSONAS
El valor del capital humano puede calcularse de varias
maneras. Tradicionalmente, los economistas lo han hecho midiendo cuánto más
gana una persona por haber asistido a la escuela mayor cantidad de años. En
diversos estudios se ha llegado a la conclusión de que cada año adicional de
educación aumenta los ingresos de una persona en un 10 % en promedio. La
calidad de la educación también importa. En Estados Unidos, por ejemplo, la
sustitución de un docente de baja calidad en un aula de escuela primaria por otro
de calidad media provoca un aumento de USD 250 000 en los ingresos
que tendrán en conjunto los alumnos de esa aula a lo largo de su vida.
Pero las capacidades cognitivas no son las únicas
dimensiones del capital humano que cuentan. Las habilidades socioemocionales,
como la determinación y la diligencia, a menudo generan beneficios económicos
igualmente elevados. La salud también es importante: las personas más sanas
tienden a ser más productivas. Pensemos en lo que sucede cuando los niños dejan
de tener lombrices parasitarias. Un estudio realizado en Kenya en 2015 reveló
que, si se administraban medicamentos antiparasitarios en la infancia, se
reducía el ausentismo escolar y aumentaban los salarios en la edad adulta hasta
en un 20 %; es decir, se obtenían beneficios para toda la vida a partir de
una píldora cuya producción y distribución cuesta alrededor de 30 centavos de
dólar.
Las diferentes dimensiones del capital humano se
complementan entre sí desde una edad temprana. Una nutrición y estimulación
adecuadas en el útero y durante la primera infancia mejoran el bienestar físico
y mental en las etapas posteriores de la vida. Si bien algunos déficits en las
habilidades cognitivas y socioemocionales que se manifiestan a una edad
temprana pueden subsanarse posteriormente, los costos se vuelven más elevados a
medida que los niños se acercan a la adolescencia. Por lo tanto, no es de
extrañar que una de las inversiones más rentables que pueden hacer los
Gobiernos consista en centrarse en el capital humano durante los primeros 1000
días de vida de un niño.
¿Qué tiene que ver todo esto con el crecimiento económico?
Para empezar, cuando se suman los beneficios de las inversiones individuales en
capital humano, el impacto global es mayor que la suma de las partes. Pensemos
de nuevo en los escolares de Kenya: cuando se desparasita a un niño también se
reducen las posibilidades de que otros se infecten, lo que a su vez los
predispone para un mejor aprendizaje y salarios más altos. Además, algunos de
los beneficios de la mejora del capital humano se extienden más allá de la
generación en la que se realizan las inversiones. Por ejemplo, educar a las
madres en la atención prenatal mejora la salud de sus hijos en la infancia.
Las inversiones individuales en capital humano suman: los
economistas del desarrollo han estimado que el capital humano por sí solo
explica entre el 10 % y el 30 % de las diferencias en el ingreso per cápita de
los países. Estos efectos positivos también persisten en el tiempo. A mediados
del siglo XIX, el estado de São Paulo, en Brasil, alentó la inmigración de
europeos instruidos en determinados asentamientos. Más de 100 años después,
esos mismos asentamientos muestran un nivel educativo más elevado, una mayor
proporción de trabajadores en el sector manufacturero frente al agrícola y un
ingreso per cápita más alto.
La educación genera beneficios especialmente significativos,
por lo que desempeña un papel importante en la reducción de la pobreza. La
historia de éxito de Ghana es prueba de esta relación: a lo largo de la década
de 1990 y en los primeros años de este siglo, el país duplicó su gasto en
educación y mejoró drásticamente sus tasas de matriculación en la escuela
primaria. Como resultado, la tasa de alfabetización aumentó 64 puntos
porcentuales desde principios de la década de 1990 hasta 2012, y la tasa de
pobreza se redujo del 61 % al 13 %.
Las inversiones en educación también pueden reducir la
desigualdad. En la mayoría de los países, los hijos de personas más acomodadas
empiezan a tener acceso a mejores oportunidades a una edad temprana, lo que les
genera ventajas para toda la vida, mientras que los niños de padres más pobres
no tienen estas oportunidades. Cuando los Gobiernos toman medidas para corregir
ese problema, la desigualdad económica tiende a disminuir. En un estudio
publicado este año elaborado a partir de una prueba realizada en Carolina del
Norte, se calculó que, si en Estados Unidos los programas de desarrollo en la
primera infancia tuvieran cobertura universal, la desigualdad de ingresos del
país se reduciría un 7 %, lo suficiente para alcanzar los niveles de
equidad de Canadá.
FOTO Eduque bien a sus hijos. Maestra en el noreste de
Nigeria, junio de 2017. © AKINTUNDE AKINLEYE / REUTERS
Los beneficios sociales de invertir en capital humano van
aún más allá. Cuando una persona permanece más tiempo en la escuela, se reduce
la probabilidad de que cometa un delito. Lo mismo sucede con los programas que
mejoran las habilidades no cognitivas. En un estudio realizado en Liberia en
2017, se inscribió a un grupo de traficantes de drogas, ladrones y otros
hombres con predisposición delictiva en terapias cognitivas conductuales para
que desarrollasen habilidades tales como el reconocimiento de las emociones, la
mejora del autocontrol y el manejo de situaciones difíciles. El programa,
combinado con la transferencia de una pequeña suma de dinero en efectivo,
redujo considerablemente las probabilidades de que estos hombres reincidieran
en la delincuencia.
El capital humano también está asociado a la participación
social. A mediados de la década de 1970, Nigeria introdujo la educación
primaria universal, con lo que se incorporó a la escuela una gran cantidad de
niños que de otro modo no habrían asistido. Años más tarde, esas mismas
personas tendían a prestar más atención a las noticias, a hablar con sus pares
sobre política, a asistir a reuniones comunitarias y a votar.
Las inversiones en capital humano también aumentan la
confianza. Las personas más educadas confían más en los demás, y las sociedades
más confiadas tienden a lograr mayor crecimiento económico. También son más
tolerantes: las investigaciones sugieren que la amplia ola de reformas
referidas a la enseñanza obligatoria que tuvo lugar en toda Europa a mediados
del siglo xx promovió en la población una actitud más receptiva hacia los
inmigrantes.
LA MANO VISIBLE
El capital humano no se materializa por sí solo, sino que
debe nutrirlo el Estado. En parte, esto se debe a que con frecuencia no se tienen
en cuenta los beneficios que las inversiones en las personas pueden generar
para los demás. Por ejemplo, al decidir si van a desparasitar a sus hijos, los
padres toman en cuenta las posibles mejoras para la salud de sus propios niños,
pero rara vez piensan que el tratamiento reducirá el riesgo de infección en los
otros. O cuando deciden si pagarán la matrícula de sus hijos en el jardín de
infantes, es posible que no consideren los beneficios sociales más amplios que
esto conllevará, como la reducción de las tasas de delincuencia y
encarcelamiento. Estos efectos secundarios son significativos: en un estudio
realizado en 2010 sobre un programa preescolar desarrollado en Michigan en la
década de 1960, se estimó que por cada USD 1 gastado, la sociedad
recibió beneficios por un valor de entre USD 7 y USD 12.
En ocasiones, las normas sociales inducen a los padres a
abstenerse de invertir en sus hijos e hijas. Aunque la preferencia de los
progenitores por los hijos varones sobre las niñas está bien documentada, el
alcance de la discriminación puede ser asombroso. El Gobierno de India ha
calculado que en el país hay hasta 21 millones de “niñas no deseadas”, es
decir, niñas cuyos padres deseaban tener varones, y en quienes invierten mucho
menos, tanto en lo que respecta a la salud como a la educación. Otras veces,
las familias desean invertir en el capital humano de sus niños, pero
simplemente no pueden permitírselo. Los padres pobres de niños talentosos no
pueden pedir un préstamo sobre las futuras ganancias de sus hijos para pagar la
escuela hoy. E incluso cuando la enseñanza es gratuita, los padres siguen
teniendo que solventar el transporte y los útiles escolares, por no mencionar
el costo de oportunidad que surge debido a que el niño en el aula no puede
trabajar para obtener ingresos adicionales para su familia.
A pesar de que invertir en capital humano es crucial para
los Gobiernos, la política a menudo se interpone en el camino. Los políticos
pueden carecer del incentivo necesario para apoyar iniciativas que quizá tarden
décadas en dar frutos. Por ejemplo, mientras no se desate una pandemia, por lo
general pueden permitirse descuidar la salud pública. Raras veces resulta una
medida popular financiar programas de salud pública que implican elevar los
impuestos o desviar fondos de gastos más visibles, como las obras de
infraestructura o los subsidios públicos. El Gobierno de Nigeria encontró una
fuerte resistencia en 2012 cuando eliminó el subsidio a los combustibles con
el fin de ampliar el gasto en servicios de salud maternoinfantil. La cobertura
de los medios de comunicación se centró en la impopular eliminación del
subsidio y prestó escasa atención a la tan necesaria expansión de la atención
primaria de la salud. Tras amplias protestas públicas, el subsidio se restableció.
En algunos países, esta resistencia se explica en parte por la debilidad del
contrato social: los ciudadanos no confían en su Gobierno y dudan a la hora de
pagar los impuestos, ya que temen que se malgasten.
El problema de la implementación es igualmente abrumador. En
todo el mundo, hay demasiados niños y niñas que no saben leer porque sus
maestros no están adecuadamente capacitados. Los indicadores de prestación de
servicios (iniciativa puesta en marcha por el Grupo Banco Mundial en colaboración
con el Consorcio Africano de Investigaciones Económicas para reunir datos sobre
los países de África al sur del Sahara) han puesto de manifiesto la gravedad
del problema.
En los siete países analizados —Kenya, Mozambique, Nigeria,
Senegal, Tanzanía, Togo y Uganda— solo el 66 % de los docentes de cuarto
grado dominaba el programa académico de lengua que se suponía debía enseñar, y
únicamente el 68 % tenía el conocimiento mínimo necesario para enseñar
matemáticas. En lo que respecta a la atención de la salud, los profesionales
médicos de estos países eran capaces de diagnosticar correctamente afecciones
comunes como paludismo, diarrea, neumonía, tuberculosis y diabetes en apenas el
53 % de los casos.
La implementación representa también un desafío en los
lugares donde las personas que prestan un servicio determinado carecen de
motivación para hacer bien su trabajo. En esos mismos siete países, en
promedio, los maestros enseñaban solo la mitad del tiempo establecido. En
muchos casos, el problema estriba en que los empleados públicos trabajan en
burocracias politizadas, donde los ascensos se basan en las conexiones, no en
el desempeño.
Sin embargo, ha habido experiencias con resultados
positivos. Cuando los incentivos de los Gobiernos centrales, los Gobiernos
locales y los prestadores de servicios están en sintonía, los países pueden
hacer grandes avances para mejorar el capital humano. Ese fue el caso del Plan
Nacer, que se lanzó en Argentina en 2004 con el respaldo del Grupo Banco
Mundial y brinda seguro médico a familias que no lo tienen. El Plan Nacer
entregaba fondos a las provincias sobre la base de indicadores que medían el
alcance y la calidad de sus servicios de salud maternoinfantil, con lo cual se
incentivó a las provincias a invertir en una mejor atención. Así se logró que entre
los beneficiarios del plan se redujera en un 19 % la probabilidad de bajo
peso al nacer.
Las poblaciones en los países en desarrollo cada vez exigen
mejor atención de la salud y educación. En Perú, por ejemplo, gracias a una
excelente campaña impulsada por grupos de la sociedad civil, se logró incluir
decididamente el retraso del crecimiento de los niños en el programa político
para 2006, que era un año electoral. Los políticos reaccionaron estableciendo
un objetivo claro: reducir esa afección alrededor de 5 puntos porcentuales en
cinco años. El resultado del país superó incluso esa ambiciosa meta: entre 2008
y 2016, la tasa de retraso del crecimiento de los niños menores de 5 años cayó
aproximadamente 15 puntos porcentuales. Eso demostró que el cambio era posible.
EL PODER DE LAS MEDICIONES
Cuando políticos y burócratas no cumplen, quienes más sufren
son los pobres. Sin embargo, existe una forma de empoderar a las personas para
que exijan los servicios que se merecen: la transparencia. Si los ciudadanos tienen
mejor acceso a la información, pueden saber qué están haciendo o no sus líderes
y quienes desempeñan cargos públicos. Por ejemplo, en 2005, en Uganda,
investigadores que trabajaban con organizaciones comunitarias divulgaron fichas
de calificación de los establecimientos de salud locales, y eso movilizó a las
comunidades a exigir mejores servicios. Como consecuencia de esta simple
medida, los resultados de salud mejoraron de manera sostenida; por ejemplo, se
redujo la mortalidad de los niños menores de 5 años. De manera similar, en
2001, tras conocerse los puntajes decepcionantes que Alemania había obtenido en
su primera participación en el Programa Internacional de Evaluación de
Estudiantes (PISA), resultado que avergonzó al pueblo germano (lo que se conoció
como el “shock de PISA”), el Gobierno puso en marcha importantes
reformas educativas que mejoraron el aprendizaje.
Las evaluaciones del aprendizaje fueron igualmente
significativas en Tanzanía. En 2011, la organización no gubernamental Twaweza,
con el respaldo del Grupo Banco Mundial, publicó los resultados de un estudio
en el que se habían evaluado la alfabetización y las nociones elementales de
aritmética de los niños. Las conclusiones fueron desalentadoras: solo 3 de cada
10 alumnos de tercer grado tenían buen dominio de las nociones de aritmética de
segundo grado, y menos de 3 podían leer un cuento en inglés para niños de
segundo grado. Más o menos en la misma época, se dieron a conocer los
resultados de los estudios de indicadores de prestación de servicios, que
llamaron la atención acerca de la falta de competencia y el ausentismo de los
docentes. Ante la consiguiente protesta del público, el Gobierno introdujo la
iniciativa “Big Results Now” (Resultados importantes ya) para encarar los bajos
niveles de aprendizaje.
Tal como lo demuestran estos ejemplos, la publicación de
análisis creíbles sobre el estado del desarrollo del capital humano puede
favorecer que se tomen medidas. En esta lógica se basan los indicadores que el
Grupo Banco Mundial está elaborando para medir elementos clave del capital
humano. En los países donde las inversiones en capital humano son ineficaces,
estas mediciones también pueden servir como llamado a la acción. Estamos
concentrando nuestros esfuerzos en la salud y la educación teniendo en cuenta
los aspectos básicos. Los niños que nacen hoy ¿vivirán lo suficiente para poder
ir a la escuela? Si sobreviven, ¿se matricularán en la escuela? ¿Durante
cuántos años y cuánto aprenderán? Cuando terminen la escuela secundaria, ¿estarán
en buenas condiciones de salud y preparados para poder seguir aprendiendo y
trabajar en el futuro?
En muchos países en desarrollo, aún queda mucho por hacer en
cuanto a la salud de los jóvenes. En Benin, Burkina Faso y Côte d'Ivoire, el
10 % de los niños que nazcan hoy no sobrevivirán hasta su quinto
cumpleaños. En Asia meridional, como resultado de la malnutrición crónica, más
de un tercio de los niños menores de 5 años tienen una talla baja para su edad,
lo cual afecta su desarrollo cerebral y limita seriamente su capacidad de
aprender.
Del mismo modo, es preocupante el estado de la educación.
Para comprender mejor si la escolaridad se traduce en aprendizaje, el Grupo
Banco Mundial, en colaboración con el Instituto de Estadística de la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO), ha elaborado una nueva base de datos integral de puntajes en las
pruebas de rendimiento escolar. Hemos armonizado los resultados de varios
programas de evaluación importantes que abarcan más de 150 países para que sean
comparables con los puntajes de PISA. La base de datos revela enormes
deficiencias en el aprendizaje: menos de la mitad de los estudiantes en los
países en desarrollo alcanzan lo que en PISA se denomina “dominio mínimo” (un
puntaje de aproximadamente 400), en comparación con el 86 % en las
economías avanzadas. En Singapur, el 98 % de los estudiantes alcanzaron el
parámetro de referencia internacional de dominio básico en la escuela
secundaria; en Sudáfrica, lo logró el 26 % de los estudiantes. En otras
palabras, casi todos los estudiantes de secundaria de Singapur tienen suficientes
habilidades para el mundo del trabajo, mientras que casi tres cuartas partes de
los jóvenes de Sudáfrica son analfabetos funcionales. Esto representa un
impresionante desaprovechamiento del potencial humano.
Los ministros de Finanzas suelen pasar más tiempo
preocupándose por la deuda de su país que por su capital humano.
Cuando los niños salen de la escuela, enfrentan futuros muy
distintos en cuanto a la salud, según el país donde vivan. Un indicador sombrío
son las tasas de supervivencia de los adultos: en los países más ricos, menos
del 5 % de los jóvenes de 15 años no llegarán a cumplir 60, mientras que
en las naciones más pobres, el 40 % de los jóvenes de 15 años habrán
muerto antes de los 60.
Estos datos puntuales son una radiografía de las enormes
diferencias que existen en materia de salud y educación entre los países. Para
integrar estas distintas dimensiones del capital humano en un todo
significativo, el Grupo Banco Mundial las está combinando en un único índice
que mide las consecuencias de no invertir en capital humano en términos de
productividad perdida de la siguiente generación de trabajadores. Nuestro
análisis indica que en los países donde menos se invierte en capital humano en
la actualidad, la productividad de la fuerza de trabajo del futuro será solo
entre un tercio y la mitad de lo que podría ser si las personas gozaran de
plena salud y recibieran una educación completa de buena calidad.
La medición de los beneficios económicos de invertir en
capital humano de esta manera no reduce el valor social e intrínseco de una
mejor salud y educación. Más bien, llama la atención sobre los costos
económicos de no brindarlas. Los ministros de Finanzas suelen pasar más tiempo
preocupándose por la deuda de su país que por su capital humano. Al demostrar
los efectos beneficiosos de las inversiones en capital humano sobre la
productividad de los trabajadores, el Grupo Banco Mundial puede conseguir que
los encargados de formular las políticas se preocupen tanto por lo que sucede
en sus escuelas y hospitales como por lo que ocurre en la cuenta corriente del
país.
Además, el índice estará acompañado de una clasificación,
que debería servir como un llamado a la acción en aquellos países donde las
inversiones sean insuficientes. Con el informe Doing Business aprendimos
que pueden tomarse las medidas más integrales, pero que de ellas no siempre se
derivan reformas. La existencia de una clasificación expone la cuestión
directamente ante los jefes de Estado y los ministros de Finanzas, y hace que
sea difícil ignorar las evidencias.
Las comparaciones entre países son solo el primer paso. Para
que los Gobiernos puedan identificar qué inversiones en capital humano
arrojarán resultados, tienen que ser capaces de medir los diversos factores que
contribuyen a ese capital humano. Contar con mejores mediciones es un bien
público y, como ocurre con la mayoría de los bienes públicos, nunca hay
suficientes fondos para ello. El Grupo Banco Mundial puede agregar valor real
en este aspecto: puede ayudar a armonizar las diversas iniciativas sobre
mediciones entre los asociados para el desarrollo, recabar más información de
mejor calidad, asesorar a los encargados de formular las políticas acerca de
cómo utilizarla, brindar apoyo técnico y ayudar a diseñar intervenciones eficaces.
EL CAPITAL HUMANO EN EL SIGLO XXI
El capital humano es importante para las personas, las
economías, las sociedades y la estabilidad mundial. También es importante a lo
largo de las generaciones. Cuando los países no invierten productivamente en capital
humano, los costos son enormes, sobre todo para los más pobres. Y estos altos
costos ponen a las nuevas generaciones en seria desventaja. Dado que ante los
avances tecnológicos se valoran más las habilidades de orden superior, si los
países no sientan las bases para que sus ciudadanos puedan llevar vidas
productivas, ello no solamente tendrá costos elevados, sino que también
generará más desigualdad. Además, se pondrá en riesgo la seguridad, ya que las
aspiraciones insatisfechas pueden derivar en agitación.
Tener mejor información es solo una parte de la respuesta.
Para empezar, es difícil para un Gobierno brindar servicios de calidad cuando
no hay suficiente dinero. En consecuencia, los países que crónicamente no
invierten lo suficiente en capital humano deberán eliminar lagunas y exenciones
impositivas, mejorar la recaudación fiscal y reorientar el gasto dejando de
otorgar subsidios ineficientes. Por ejemplo, en los últimos años, tanto Egipto
como Indonesia han reducido de manera drástica sus subsidios a la energía y han
reasignado esos recursos a redes de protección social y a la atención de la
salud. Un mayor ingreso fiscal puede ir de la mano de mejores resultados de
salud. Entre 2012 y 2016, gracias a lo ingresado por el impuesto al tabaco,
Filipinas pudo triplicar tanto el presupuesto del Departamento de Salud como el
porcentaje de su población que recibía seguro médico. En Estados Unidos,
ciudades como Filadelfia decidieron utilizar recursos de los impuestos a las
bebidas gaseosas para financiar la educación en la primera infancia.
Sin embargo, no basta con incrementar el financiamiento.
Algunos países tendrán que trabajar para mejorar la eficiencia de sus servicios
sociales y mantener, al mismo tiempo, su calidad. En Brasil, por ejemplo, según
un estudio reciente del Grupo Banco Mundial, las mejoras en eficiencia en el
sector de la salud a nivel local podrían generar ahorros equivalentes al
0,3 % del producto interno bruto. En otros países, será fundamental poder
conciliar los intereses contrapuestos de las partes interesadas. Las décadas de
experiencia de Chile en materia de reforma educativa demostraron la importancia
de formar coaliciones políticas para concentrarse en una meta clave: el
aprendizaje para todos. En 2004, el país logró introducir la remuneración por
desempeño para los docentes, equilibrando dicha reforma con concesiones a los
sindicatos docentes.
Cualquiera que sea el punto de partida, es fundamental
contar con mediciones más adecuadas. Al final de cuentas, solo puede mejorarse
aquello que se mide. Las mediciones cada vez más exactas deberían generar
expectativas comunes acerca de las reformas necesarias. También deberían
aclarar interrogantes acerca de las prioridades, generar un debate útil sobre
diversas políticas y promover la transparencia.
En 1949, el presidente del Banco Mundial, John McCloy,
escribió en estas páginas: “El desarrollo no es algo que pueda bosquejarse en
un tablero de dibujo y luego hacerse realidad con la varita mágica de la
asistencia monetaria”. A menudo, sostenía McCloy, existe una brecha entre los
conceptos de desarrollo y su implementación en la práctica. Esa es precisamente
la brecha que el índice de capital humano del Grupo Banco Mundial pretende
cerrar. Las nuevas mediciones alentarán a los países a invertir en capital
humano con un intenso sentido de urgencia. Eso ayudará a preparar a todos para
competir y prosperar en la economía del futuro, cualquiera que esta sea, y a
hacer que el sistema mundial funcione para todos. El costo de no realizar esas
inversiones sería simplemente demasiado alto para la solidaridad humana y el
progreso humano.
Artículo publicado en la revista Foreign Affairs (i)// TOMADO DE ENVIO DE BANCO MUNDIAL
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