Galápagos, el refugio natural que lucha por preservarse
En el Pacífico, a mil kilómetros de las costas ecuatorianas,
el archipiélago famoso por sus tortugas gigantes es también un fascinante y
raro caso de conservación, a prueba, incluso, de la industria turística
Rodolfo Foto: Fernando Dvoskin/Lugares
E l primer vistazo ya es toda una declaración de principios.
Cuando desde la ventanilla del avión comienzan a divisarse las instalaciones
del aeropuerto de Baltra, uno de los dos que recibe vuelos desde el continente,
el comité de bienvenida a las Islas Galápagos se distingue perfectamente
formado. No se trata de una guardia militar ni de una banda de música
folklórica. En Baltra, a los visitantes los esperan tres molinos de viento de
última generación.
Desde siempre, las Galápagos estuvieron rodeadas de un aura
experimental casi mitológica. Situadas en medio del océano Pacífico, a mil
kilómetros de distancia de las costas ecuatorianas, la activa geología
volcánica y la soledad han marcado en todos los planos la evolución de este
singular archipiélago.
La conjunción de factores conformó un espacio que los
primeros exploradores hallaron tan misterioso como fascinante. Por un lado,
especies vegetales y animales -muchas de ellas exclusivas del lugar- que
quedaron ancladas en el tiempo, en algunos casos sin más depredador natural que
el ser humano. Por otro, una población escasa que apenas ocupa de manera
permanente cuatro de las quince islas principales y desde siempre ha generado
un desarrollo limitado y perezoso, pero que los investigadores actuales encuentran
ideal para poner en práctica proyectos que ayuden a preservar lo existente y a
garantizar el porvenir.
Cambio de clima
Baltra es un islote plano, pedregoso y reseco, donde al
margen de los molinos y la estación área sólo existe otra construcción humana:
una planta de energía fotovoltaica. Entre ambas complementan la producción
eléctrica que no sólo alimenta el funcionamiento del aeropuerto, sino que
enciende también buena parte de las luces de la vecina Santa Cruz, la más
poblada de todas las islas. Viento y sol, energía cien por cien renovable. Por
ahí pasa hoy una de las apuestas de un espacio como no existe otro en el mundo.
Desembarcar en Galápagos implica mucho más que un cambio
radical de clima y de paisaje; es sencillamente trasladarse a otra dimensión,
zambullirse en un medio donde todo (o casi todo) está pensado para que la
naturaleza continúe siendo la reina. "Le aseguro que esto no cambiará.
Nuestros hijos estudian en universidades a distancia o van a Guayaquil o Quito,
pero vuelven porque se sienten comprometidos con el objetivo de mantener las
islas como lo que son, un refugio natural", afirma con convicción José
Luis, tripulante de una de las múltiples embarcaciones que cada día surcan las
aguas para llevar turistas a conocer alguno de los paraísos circundantes.
El 97 por ciento de los 7880 km2 de tierra y los 45000 km2
de agua que componen el archipiélago están declarados Parque Nacional y Reserva
Marina, respectivamente, y no pueden ser visitados sin guías oficiales, sin un
registro previo, sin cumplir las normas de cuidado extremo para piedras,
plantas y animales. Y las normas se cumplen con un alto porcentaje de eficacia.
En los ranchos del corazón de Santa Cruz, la parte alta
donde la lluvia dice presente cada día en contraste con la sequedad de las
costas, las tortugas gigantes que dieron su nombre al lugar caminan
despreocupadas ante los continuos clics de las cámaras de fotos. En Puerto
Baquerizo Moreno, San Cristóbal, mandan a su vez los lobos marinos. Ocupan dos
playas, una a cada lado de la pequeña ensenada, pero no se conforman sólo con
eso. Trepan por las escaleras, toman por asalto el malecón, se tiran a dormir
en los bancos o en medio de los estrechos puentes de madera. Nadie los toca,
nadie los molesta, aunque a veces haya que pasar literalmente sobre sus cuerpos
para continuar la marcha.
La fauna
imperturbable
Algo parecido sucede con las iguanas, que aparecen en el
rincón más inesperado, ya sea entre las rocas, en la arena o en plena ciudad;
con los piqueros de patas azules, las fragatas o los pelícanos. La cercanía
humana no los perturba, quizás porque saben que quienes los visitan respetarán
a ultranza el sosiego de sus quehaceres cotidianos.
Foto: Fernando Dvoskin/Lugares
Las encantadoras playas de Tortuga Bay -una Brava, muy
amplia, y otra Mansa, más reducida-, se encuentran a dos kilómetros de Puerto
Ayora (Santa Cruz), al final de un cuidado sendero de adoquines en cuyo único
punto de partida hay una casilla donde es necesario dejar anotados los datos
personales. Durante el paseo no se ven cuidadores, ni vigilantes, ni cámaras.
La única compañía son las opuntias, enormes cactus propios de las islas.
Tampoco hay cestos para la basura. Sin embargo, a nadie se
le ocurre tirar un papel al suelo, mucho menos un plástico o una botella de
cristal, y lo mejor es que no se trata de un nivel de cuidado excepcional: el
hecho se repite en cada punto del archipiélago. Como si el tórrido aire de
Galápagos estuviera impregnado de un elixir mágico y el simple hecho de
inhalarlo transformara a los visitantes en fanáticos ecologistas defensores del
medio ambiente.
Un desastre ecológico
Cien metros antes de iniciar la caminata rumbo a Tortuga Bay
se levanta el moderno edificio del Centro de Información de Energías Renovables
(CIER), inaugurado en 2015. Las placas solares recubren el tejado y los
cristales de aislamiento térmico atenúan el calor del día para ahorrar los
gastos en refrigeración. Su construcción, financiada en parte por Corea del
Sur, es una metáfora del modus operandi con el que el archipiélago persigue sus
objetivos: colaboración internacional para mantener el entorno lo más impoluto
posible.
Si todo tiene una fecha de comienzo, la del 13 de enero de
2001 podría ser la que activó el motor para la definitiva concientización de
los responsables del futuro de Galápagos. Aquella noche, el buque petrolero
Jessica encalló en la entrada de Puerto Baquerizo Moreno. Transportaba 600
toneladas de diésel y otras tantas de aceites; la mitad de la carga acabó
derramada en el mar, afectando a lobos marinos, pingüinos, tortugas, aves,
peces y a todo el ecosistema costero de San Cristóbal y otras islas cercanas.
El mayor desastre ecológico de la historia galapagueña fue
el punto de partida para el proyecto Cero Combustibles Fósiles, es decir, la
transformación del archipiélago en un espacio sustentable sólo con fuentes
renovables. Los números indican que ya se ha logrado el 40 por ciento de su
cometido, consiguiendo al mismo tiempo una significativa reducción de la
emisión de CO2 a la atmósfera.
Energías alternativas
La geografía y la geología brindan múltiples opciones y la
idea es aprovecharlas todas, no sólo el viento y el sol. En Floreana (300
habitantes y una extraña y misteriosa historia derivada de su
"conquista" por un médico alemán en los años 30 del siglo pasado)
funcionan dos plantas de biomasa que extraen la energía de la materia orgánica
del aceite de piñón y se espera que la potencia de las mareas y la geotermia
sean los próximos en incorporarse al sistema.
Esta última, tal vez la menos conocida y evidente de las
variables para obtener energía natural, se explica por sí sola en la cúspide
del volcán Sierra Negra, en Isabela. "Metan la mano en ese hueco, sin
miedo", anima Víctor, el guía del Parque Nacional. Uno por uno los
participantes de una excursión que requiere de cinco horas de ascenso y
descenso bajo el sol a muy pocos kilómetros del Ecuador terrestre, comprueban
que el calor proveniente del centro de la Tierra también puede ser una fuente
de recursos energéticos.
Foto: NYT
Con diez kilómetros de diámetro, el cráter del Sierra Negra
es el segundo más grande del planeta detrás del Ngorongoro tanzano y tuvo su
última erupción en 2005. En su superficie no se aprecian fumarolas -salvo que
llueva durante varios días- pero la lava renegrida y la ausencia de vegetación
indican que la actividad bulle bajo los pies. A su alrededor y camino del
cercano volcán Chico, la variada tonalidad de las piedras configuran un
magnífico retrato expresionista realizado en roca viva, pura demostración de un
estallido iniciático que irradia su fuerza incontrolable y la pone a
disposición de quien quiera y sepa captarla.
En Galápagos, la vida se sumerge despreocupada, con o sin
tanque de oxígeno, para asistir al espectáculo submarino de tortugas,
tiburones, rayas, lobos marinos, delfines o peces de variedad infinita. Camina
con la lenta elegancia de los flamencos rosados en Isabela o Floreana. Dormita
gustosa como los lobos marinos o las tortugas.
Pero, sobre todo, se trata de un sitio donde gobierna el
respeto. A las plantas, a los animales, a las rocas, al agua y al propio aire.
Sus 30.000 habitantes saben que no será fácil afrontar el desafío de un turismo
con apetencias depredadoras, pero parecen dispuestos a presentar batalla para
que nada cambie, para que cada visitante siga sintiendo que pisar sus islas es
entrar en otra dimensión.
Datos útiles
Cómo llegar
No hay vuelos directos a Galápagos y es necesario hacer
trasbordo en Guayaquil o Quito. Una vez ahí, la compañía Latam ofrece varios
servicios diarios a Baltra (junto a la isla de Santa Cruz) y San Cristóbal, ya
en el archipiélago. Los precios varían según época del año y promociones, pero
se puede conseguir ida y vuelta por 600-700 dólares.
Para ingresar
Tras comprar los pasajes y hacer las reservas de alojamiento
es imprescindible completar un prerregistro de entrada que se encuentra en la
web http:/www.gobiernogalapagos.gob.ec/pre-registro-tct/. Después, al llegar a
Guayaquil o Quito, hay que pasar entonces por una oficina del aeropuerto donde
se efectúa el registro definitivo, previo pago de 10 dólares por persona. Y ya
en Galápagos se deben pagar otros 100 dólares por grupo familiar o de amigos
como entrada general al Parque Nacional.
Abierto todos los días, de 9 a 22. Friedrichstrasse 43.
www.mauermuseum.de
Dónde dormir y comer
Galápagos no es un destino barato. Pueden conseguirse
modestos menús a 8-10 dólares por persona (el dólar es la moneda corriente en
Ecuador), pero si la idea es comer a la carta resulta casi imposible bajar de
20-25. Las especialidades son, obviamente, los pescados y mariscos.
Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela y Floreana tienen sitios
para alojarse. Hay opciones para todos los gustos y bolsillos en los puertos y
también ecocomplejos en el interior. Lo más común son hostales o B&B en
torno a los 100 dólares por noche y habitación doble.
Qué hacer
Hay pocos paseos fuera del área del Parque Nacional, y son
los que pueden hacerse de manera libre. El resto exigen guía y hay que
contratarlos. Dependiendo de la duración el costo varía entre 40 y 150 dólares
por persona, con comida y equipo de snorkel incluidos. En todas las islas
abundan las agencias organizadoras (hay que reservar plaza el día anterior).
Son recomendables el tour 360º en San Cristóbal, la visita a Seymour Norte en
Santa Cruz, la excursión a los túneles y la caminata a los volcanes Sierra
Negra y Chico en Isabela.
Para tener en cuenta
Los traslados entre islas en lancha duran alrededor de dos
horas y existen apenas un par de servicios al día.
No hay conexión directa en lancha entre Isabela y San
Cristóbal, es obligatorio hacer escala en Santa Cruz, lo que implica pasar todo
el día viajando. Se puede ahorrar tomando un taxi aéreo de la empresa Emetebe o
planificando el viaje para entrar a las islas por Baltra y salir por San
Cristóbal, o viceversa.
El clima presenta dos estaciones: la caliente
(diciembre-junio) y la seca (julio-noviembre). Las mejores épocas de visita son
durante las transiciones entre ambas porque es cuando se pueden ver más
animales. Las temperaturas son en general altas en la costa pero puede hacer
frío en el centro de las islas y por la noche.
Puerto Ayora tiene el área comercial mejor surtida de las
islas, con ofertas interesantes, y muy caras, en joyería.
Maravilla sustentable
La intención de alejar de Galápagos cualquier vestigio de
combustible fósil no es un gesto aislado. Complementa la visión global del
desarrollo respetada por la mayoría de los nativos de las islas. "Aquí no
va a encontrar grandes cadenas hoteleras ni logotipos de hamburgueserías
famosas", señala Fabricio, mientras enseña diferentes especies de iguanas
que descansan en Las Tintoreras, islotes de lava frente a Puerto Villamil, en
Isabela: "Nuestro modelo turístico es sustentable y no concuerda con el
modelo de negocio de esas cadenas, entonces no vienen".
Tiene razón Fabricio, novio de una psicóloga argentina
("de Lomas de Zamora, en octubre vendrá para quedarse a vivir acá",
asegura). Los hoteles de Galápagos, incluso los de mayor confort y número de
estrellas, están a tono con el entorno en cuanto a tipo de edificación y
tamaño. No existen los resorts, aunque en voz baja se afirme que
multinacionales chinas ya están haciendo estudios de inversión para levantar
los primeros complejos de ese tipo. La oferta de las playas, todas públicas,
consiste en ser sólo playas, es decir, tienen arena, piedras, mar, algún que
otro árbol, y eventualmente iguanas tomando sol. Pero nada más. Los shoppings
brillan por su ausencia. Y los restaurantes son emprendimientos locales o como
mucho de algún empresario del continente, sin grandes pretensiones ni lujos.
Y pese a todo, el turismo es, por supuesto, la principal
industria del archipiélago (apenas complementada con una producción testimonial
de café y bananas). Un cupo de poco más de 200.000 personas al año -la gran
mayoría, norteamericanos; algo menos de un 5 por ciento, argentinos- obtienen
los permisos para conocer las maravillas de un lugar diferente a todos. TOMADO
DE LA NACION DE AR
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