El doctor Jaime
Breilh cuestiona el modelo tradicional de salud pública
“No hay enfermedades de la pobreza”
Teórico de la epidemiología crítica, impulsa una universidad
que adopte los valores culturales de la sociedad a la que pertenece. Y rescata
la resistencia cultural de los pueblos de América.
Por Renata Padín
Jaime Breilh es un teórico reconocido de la nueva visión de
la epidemiología crítica.
Imagen: Pablo Piovano
“No hay enfermedades de la pobreza. Hay enfermedades de la
riqueza con desigualdad. Es necesario cambiar el punto de vista, porque si no
aparecen los pobres como responsables de las enfermedades. Lo que el modelo de
salud pública dominante llama ‘enfermedades de la pobreza’ debería llamarse
‘enfermedades generadas por un sistema social que necesita de la desigualdad’.”
El doctor Jaime Breilh es un teórico reconocido como uno de
los mayores impulsores, desde la década de los 70, de una nueva visión de la
epidemiología crítica –rama fundamental de la nueva salud pública– y promotor
de la aplicación sistemática de la categoría “determinación social de la
salud”. Sus obras circulan en tres idiomas y varias de ellas están reconocidas
como clásicos de la literatura científica en salud de América Latina. Establece
cuestionamientos esenciales al modelo de investigación convencional
(positivista) ligado al funcionalismo y abre caminos innovadores para la
metodología científica. Estudiosos de la salud pública y epistemólogos lo han
catalogado como uno de los cuatro teóricos sobresalientes de América Latina en
el campo de la Epidemiología junto a Asa Cristina Laurell, Naomar Almeida y
Cecilia Donnangelo. La Organización Panamericana de la Salud ha incorporado su
obra Epidemiología Crítica a su programa de textos.
–Usted habla de epidemiología crítica, de medicina social y
de salud colectiva. ¿Podemos desarrollar un poco estos conceptos?
–Son nombres distintos para un proyecto que fue cambiando
con el tiempo, pero que básicamente se opone al concepto de salud pública
imperante. La medicina social está en el camino de Ramón Carrillo, de Salvador
Allende... Como ministro de Salud, Allende publicó La realidad médico-social
chilena, obra sobre la salud pública con énfasis en la medicina social, en la
que se señalaba claramente que el principal condicionante del nivel de salud de
una población es su nivel socioeconómico. La medicina social busca entender
cómo las condiciones sociales y económicas impactan en la salud, así como su
importancia en la medicina. Y también fomentar las condiciones en las cuales la
comprensión pueda conducir a una sociedad más sana. Ahora hablamos de salud
colectiva, entendiendo salud como el articulador de las características
personales con los condicionamientos sociales.
–Ajá, por eso es importante hablar de enfermedades de la
riqueza con desigualdad si hablamos de diarrea infantil, mal de Chagas...
–Es que la salud pública tradicional no mira el contexto
social. Por ejemplo, las poblaciones infantiles en América latina están
sometidas a productos químicos desde la vida intrauterina. Hay innumerables
obras, estudios, trabajos científicos sobre este tema. Basta recordar a Andrés
Carrasco...
–Con su lucha contra el glifosato y los problemas que eso le
acarreó...
–Bien. Ahora veamos las diferencias entre los enfoques de la
salud de los que hablábamos al comienzo. La salud pública tradicional descubre
que hay muchísimos chicos anémicos en América latina, y los trata con
suplementos de hierro. La salud colectiva, además de tratar la anemia, llama a
suspender las fumigaciones, busca cortar la causa.
–De ahí su referencia a Carrasco...
–Pero el modelo imperante, el farmacobiológico, es muy
poderoso. No estudia los problemas de salud como una totalidad sino que lo
divide todo, y para cada porción tiene un medicamento.
–Es un negocio que cierra bien redondito... Las fumigaciones
favorecen su renta y aumentan las ventas de medicamentos.
–Y así es como las matrices de poder determinan las
potencialidades de defensa y los problemas. La agricultura se torna entonces
una economía de la muerte por destrucción ecológica. Los recursos naturales se
toman sólo como recursos para hacer negocios. Muchas de las actividades
económicas actuales, como la minería extractivista, la agroindustria con
transgénicos, están ligadas a grandes intereses. Y todo se reduce a una
cuestión de ganancias, no hay un enfoque ecológico.
–Y volvemos a las verdaderas causas de las enfermedades...
–Sí. Hay que cambiar el objeto de la salud. Se debe trabajar
sobre el proceso de enfermedad, cómo y por qué se enferman las personas. Voy a darle un ejemplo claro. Una cosa es
estudiar el dengue y cómo combatirlo. Y otra muy distinta es entenderlo en
relación con los sistemas de producción que hacen que prolifere el vector. Los
determinantes sociales de la salud son las condiciones sociales y económicas
que influyen en las diferencias individuales y colectivas en el estado de
salud. Son los riesgos asociados a las condiciones de vida y de trabajo –por
ejemplo, la distribución de ingresos, bienestar, poder–, más que factores
individuales –como sería el estilo de vida individual o la herencia genética–,
que aumentan la vulnerabilidad hacia las enfermedades.
–Entonces esa imagen bucólica del campo como un lugar sano,
con la naturaleza en su esplendor...
–Ya no. Ya hablamos de la agricultura de la muerte. Se
produce lo que llamamos hoguera tóxica, que es desencadenar los efectos
deletéreos del calentamiento global en zonas cada vez más chicas. Con el uso de agrotóxicos, se
destruye la naturaleza.
–¿Y qué justifica esa destrucción? ¿Sólo el afán de riqueza?
–Sí. La biodiversidad es un pésimo negocio.
–Es cierto... Impide la explotación a gran escala, el
trabajo en serie... Exige métodos casi artesanales...
–¡Por supuesto! El monocultivo eleva la renta. Y está
también el tema de la aplicación de la tecnología. La mala aplicación va
destruyendo la vida, al destruir la biodiversidad.
–Pero sigue siendo económicamente rentable.
–Ya empieza a quedar en evidencia que no es así, por los
enormes gastos que exige la salud pública. Esto demuestra que el actual modelo
no sirve.
–Usted es rector de la Universidad Andina de Ecuador. ¿Cómo
juega la universidad en este contexto? No se forma igual a los profesionales en
esquemas tan distintos.
–Claro que no. Pero el tema del modelo universitario es
mucho más amplio. Queremos cambiar el concepto de riqueza académica. No todos
los modelos de universidad son igualmente válidos en todas las circunstancias.
Queremos una universidad abierta a la comunidad, que sea un proveedor de
pensamiento crítico, no un proveedor de datos.
–Hay que repensar, entonces, nuestras universidades.
–Sí. No todos tenemos que parecernos o imitar a Harvard.
Pero tampoco vale la actitud cerril de rechazar o negar todo lo que venga de
Harvard, que es una institución maravillosa y muy valiosa. Nosotros propugnamos
una metacrítica del poder capitalista, con la articulación de los “buenos
saberes”.
–¡Qué lindo eso de adaptar las universidades a nuestras comunidades!
Es un alivio que haya catedráticos para los cuales nuestra cultura sea valiosa.
–Es que yo rescato algo muy importante en nuestra América,
que es el concepto de resiliencia en lo social y en la vida cultural.
–Tiene razón... Más de quinientos años después de ese
genocidio que la cultura dominante llama Descubrimiento, las culturas indígenas
en América.
–Y sus aportes tienen que ser integrados a nuestro corpus
académico. TOMADO D E PAGINA 12 DE AR
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