DEBATE. El
especialista habló de un tema muy polémico en el país.
El doctor Horacio Lucero fue parte de los pocos científicos
que hace una década dieron cuenta de los efectos nocivos que los productos
tenían para la salud.
Hace más de diez años
el doctor Horacio Lucero, investigador del Instituto de Medicina Regional de la
Unne, se sumaba a un escaso número de científicos de la Argentina que daba
cuenta con evidencias ante la opinión pública de los efectos nocivos que los
agroquímicos tenían para la salud.
Lejos de generar un impacto en los espacios de decisión, lo
que vino después terminó resultando un escenario mucho más complejo y
descontrolado de lo que por entonces sólo era calificado de “alarmista”.
Su experiencia en estudios de genotoxicidad en población
expuesta de la provincia del Chaco lo llevó a ser convocado a un proyecto que
lo vinculó al doctor Raúl Montenegro (profesor de la Cátedra de Biología
Evolutiva Humana, Universidad Nacional de Córdoba) y al doctor Jean-Jacques
Girardot (investigador francés de la Universidad de Franche-Comté) para
estudiar mediante otros indicadores el impacto sanitario ambiental y ecológico
que tienen los plaguicidas. A la espera de la concreción del proyecto, el
doctor Lucero lo considera vital para el estudio de otros contaminantes en la
zona y ver la relevancia estadística de la aplicación de agroquímicos.
Las denuncias en las que se asocia el incremento de una
multiplicidad de patologías con la exposición a la fumigación de agroquímicos,
surgieron de la vinculación con las primeras investigaciones que ya se
realizaban en el país y en el extranjero, además del contacto estrecho con el
grupo de científicos liderados por el ya fallecido doctor Andrés Carrasco,
referente en el área.
Algunas de esas evidencias fueron recogidas en poblaciones
enteras expuestas en forma directa al contacto con los agrotóxicos, como los
casos del barrio Ituzaingó de Córdoba (2001) que fue llevado a la justicia y
logró sentar jurisprudencia. Así los investigadores alertados por estos
hallazgos realizaron estudios en aplicadores de estos productos y demostraron
un incremento en los indicadores de riesgo asociados a genotoxicidad en
comparación con la población no expuesta. La doctora Delia Aiassa,
investigadora del Departamento de Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias
Exactas de la Unrc, Córdoba, es una de los principales exponentes en esta área
de estudio.
Para Lucero, desde entonces a diciembre de 2016 nada ha
cambiado, por el contrario: ha empeorado.
“A pesar de la tecnología que se dispone para realizar
fumigaciones de precisión, la deriva de estos agroquímicos no es controlada. La
gravedad del estado de situación dado por los datos que se relevan del mismo
campo, tiene dos razones: en primer lugar se desplazó demasiado la frontera
agropecuaria. Al recorrer las rutas se puede ver que entre un campo y otro hay
fuentes de agua, pequeños poblados, escuelas, etc. Todos quedan presos de estos
químicos. Si esto no fuera así no existirían tantas denuncias de escuelas
rurales fumigadas ni se encontrarían agroquímicos en las fuentes de agua”,
señaló Lucero.
La segunda razón y quizás la más grave es que “el Estado no
cumple con su rol como organismo de contralor”. “No se controla ni la cantidad
ni los agroquímicos y sus mezclas con las que se fumigan las plantaciones.
Además, los mismos productores admiten un aumento preocupante de las dosis de
plaguicidas porque las malezas se hacen resistentes”, explicó.
-No. El monitoreo debe continuar también en los alimentos,
porque aparecen rastros de plaguicidas a medida que se van buscando. La
Universidad Nacional de La Plata tiene un equipo de investigadores que está
realizando este seguimiento en productos de uso cotidiano. Han hallado de
manera azarosa restos de glifosato en el algodón comercial de farmacia. De a
poco y gracias a la tecnología disponible, este control no oficial nos permite
comprender el peligro al que estamos expuestos.
Ocho de cada diez verduras y frutas tienen agrotóxicos. Lo
afirma una investigación realizada por este mismo grupo de investigadores, en
la que se analizaron verduras de hoja verde, cítricos y hortalizas. El 76,6%
tenía al menos un químico y el 27,7% de las muestras tenía entre tres y cinco
agroquímicos. La variedad de plaguicidas es muy grande. Y el cóctel de químicos
es muy fuerte. Entre los productos que más se detectaron está el insecticida
endosulfán.
El trabajo afirma que los pequeños productores son también
víctimas del modelo que los impulsa a utilizar los plaguicidas. Insta a que los
gobiernos tomen medidas urgentes y llama la atención: la solución no pasa por
reemplazar un veneno por otro, sino en dejar de usarlos.
-Estamos ahora en esa etapa de aparición de enfermedades que
se consideraban poco frecuentes y basta con relacionar los datos de indicadores
de salud con cantidad de agroquímicos vendidos. Muchos niños hijos de
productores rurales están expuestos a intoxicación crónica a pequeñas dosis a
lo largo de su vida, lo que puede finalmente desencadenar multiplicidad de
patologías.
-Si tuviera que tomar tres medidas para salir de esta
situación de peligro sanitario en que se encuentra la región y el país, ¿cuáles
serían?
-La Ley General del Ambiente Nº 25.675 (LGA) tiene al menos
dos principios de los cuales debemos valernos para actuar rápidamente si
queremos evitar males mayores:
El Principio Precautorio dice textual: “Cuando haya peligro
de daño grave o irreversible, la ausencia de información o certeza científica
no deberá utilizarse como razón para postergar las medidas eficaces”. El otro
es el Principio de Sustentabilidad: “El desarrollo económico, social y el
aprovechamiento de los recursos naturales deberán realizarse a través de una
gestión apropiada del ambiente, de manera que no comprometa las posibilidades
de las generaciones presentes y futuras”.
En segundo lugar hay que buscar alternativas de producción a
largo plazo.
En Argentina dejamos de privilegiar la alimentación de seres
humanos para pasar a alimentar masivamente el ganado de la comunidad europea y
china, y a proveer de biocombustibles sus vehículos, Estamos perdiendo la
soberanía alimentaria con el consecuente problema social que esto acarrea. ¿Hay
opciones? Una de ellas es la agroecología. Tiene sus detractores, que sostienen
que es un modelo que no puede alimentar al mundo. Pero no consideran que los
organismos genéticamente modificados tampoco alimentan al mundo, porque cada
vez hay más gente con hambre y enferma.
Por último, tomaría una medida a nivel científico de
profundizar el trabajo en red con los diferentes grupos que tienen su objeto de
estudio en este tema. Convocar al pequeño segmento de científicos comprometidos
e independientes para aportar información a las autoridades responsables de
cuidarnos. Debemos asumir la responsabilidad como hombres de ciencia, formados
en universidades públicas gratuitas, porque la ecuación es sencilla: cuando no
se discute un problema, se lo silencia, y en consecuencia desaparece. Es una
táctica que hasta el momento dio muy buenos resultados. Tomado d e el litoral de
ctes ar NOTA MIENTRAS EN CONTROL DE TOXICO ESTE EN MANOS DE LOS EMPLEADOS DE LAS CORPORACIONES AGRARIAS ES IMPOSIBLE SE SOLUCIONE; HAY QUE TENER EN CUENTA QUE ARGENTINA ES EN EL MUNDO EL ÚNICO LUGAR DONDE CONTROLAN LOS AGRONOMOS Y NO SALUDA PUBLICA
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