Un símbolo contra los agrotóxicos
Tras años de trabajar como fumigador, contrajo una
polineuropatía tóxica severa. A los 53 años, pesaba menos de 40 kilos.
Fabián Tomasi, el ex fumigador de la localidad entrerriana
de Basavilbaso que dedicó los últimos años de su vida a luchar contra los
agrotóxicos, falleció ayer tras padecer una neumonía por la que estaba
internado desde hacía cinco días. Se le había declarado desde hacía varios años
una polineuropatía tóxica metabólica severa, que le causó una disfunción del
sistema nervioso periférico. Contrajo la enfermedada a raíz del contacto con
los venenos, ya que, según explicó, nadie le advirtió de los riesgos que corría
y trabajaba sin protección. Es el protagonista del libro Envenenados, del
periodista y escritor Patricio Eleisegui, que lo convirtió en un símbolo
mundial de la lucha contra los agrotóxicos. Y uno de los retratados por Pablo
Piovano en su ensayo fotográfico El costo humano de los agrotóxicos.
El ex fumigador había empezado a trabajar con agroquímicos
en el año 2005 para una empresa de fumigación aérea, y su tarea, según él mismo
contó en varias entrevistas, era abrir los envases que contenían las sustancias
químicas –entre las que había glifosato–, volcarlas en un recipiente de 200
litros de agua, y enviarlas por una manguera hacia la aeronave para que rociara
los campos sembrados con soja. Sobre su trabajo contó: “Era verano,
trabajábamos en pata y sin remera, y comíamos sandwiches de miga debajo de la
sombra del avión que era la única sombra que había en las pistas improvisadas
en el medio del campo. La única instrucción que yo recibí fue hacerlo siempre
en contra del viento, así los gases no me afectaban”.
En las innumerables entrevistas que les dio a medios locales
y de todo el mundo, Tomasi era lapidario con respecto a los que fabrican y usan
agrotóxicos: “No son empresarios, son operarios de la muerte”. E insistía: “Lo que más duele es el silencio de la
mayoría, y todos esos niños que nacen con malformaciones por los agrotóxicos en
un país sin asistencia y que les da la espalda. Mientras, las empresas que los
fabrican, los medios que los defienden, y los funcionarios que los permiten,
insisten con llamarlos fitosanitarios, como si no mataran, como si la vida no
importara”.
En Argentina, el uso del glifosato y de otros pesticidas se
fue incrementando con el correr de los años. Las empresas comercializadoras de
estos de productos (Monsanto, Syngenta, Dow AgroSciences, Bayer y Atanos)
aseguran que sus estudios demuestran que el glifosato no es perjudicial para la
salud humana, basándose en lo que llaman “ abrumadora evidencia científica”.
Durante años esto se aceptó, ya que el enorme poderío económico de estas
compañías las transformaba en inatacables, tal y como ocurría en décadas
pasadas con las por entonces todopoderosas tabacaleras. Pero se fueron
sucediendo las voces que alertaban sobre los riesgos. Y en agosto, por primera
vez, un jurado de California condenó a Monsanto (en la actualidad, en pleno
proceso de compra por la alemana Bayer) a indemnizar con 289 millones de
dólares a un hombre que enfermó de cáncer (su estado es terminal) a causa de su
exposición a un producto de la multinacional que contiene el herbicida
glifosato.
En 1996, el gobierno de Carlos Menem aprobó la utilización
de cultivos transgénicos capaces de sobrevivir a potentes agroquímicos,
especialmente la soja Roundup Ready (RR). Así, todas las localidades del
interior del país fueron quedando rodeadas de campos extensivos de soja, aunque
también de maíz y trigo, con semillas transgénicas. Tomado de pagina 12 de ar
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