La dolorosa sombra de
la pobreza
Estremecedor relato de Dorila Josefa Gómez, que cría tres
hijos en una especie de carpa hecha por ella con plásticos y lonas. No tiene
ayuda social
Por Magena Valentié
DENTRO DE LA “CASA”. Como no hay focos, usan la pantalla de
un viejo televisor en desuso como única luz.
- “Mamá, ¿usted sabía
que su deber era traer al niño a la escuela el primer día de clase ¿no?”
Eran los últimos días de abril. Sólo ella, Dorila Josefa
Gómez, la mamá de Manuel, sabía por lo que había pasado para poder estar ahí,
inscribiendo a su hijo en el primer grado de la escuela Kapeluz. Aunque fueran
los últimos días de abril.
- “¿Seis años? ¡Pero este niño nunca hizo jardín! ¿Por qué
no lo mandó nunca, mamá? ¿Usted no sabe que la escuela es gratuita?”
Dorila ni siquiera sabía si iba a poder llevar a Manuel
todos los días a la escuela. Son más de 15 cuadras las que tiene que caminar
desde el asentamiento de Gobernador del Campo y Santiago, en El Manantial,
hasta la escuela Kapeluz.
- “¿Y para qué viene
a inscribirlo al chico si ni siquiera se toma el trabajo de traerlo a clase?
¡Otra vez faltó!”
A Manuel le supuraba el oído a causa de una terrible
infección, según le dijeron en el Hospital de Niños. No es fácil mantener
limpios a los chicos cuando se vive sin agua corriente, cuando hay un solo caño
para todos los vecinos. Tampoco hay baño. Las necesidades se hacen en un tacho
y se tiran en un pozo cercano. El piso es de tierra. Las paredes no existen. La
cocina son dos leños cruzados.
- “Manuel no sabe agarrar el lápiz, mamá. Vamos a tener que
mandarlo al jardín, aunque sea algunos días, para que ejercite la motricidad
fina”.
Manuel, aunque es chiquito, cuida a sus dos hermanos.
Cristian, de cinco años, y Noelia, de tres, se turnan para acunar a un cachorro
que se deja alzar como un bebé, envuelto en un trapo.
Cristian mira con un solo ojo. Un parche de gasa, ya sucia,
le cubre la mitad de la cara. “Andaba jugando con una cinta de plástico que se
le ha ardido en el fuego y un pedacito se le ha pegado en el ojo. ¡Es lo que
anda detrás mío, nomás, en la cocina!”, justifica la mamá.
La casa de Dorila está hecha íntegramente de plásticos de
piletas rotas, lonas, maderas y latones. “Me he dado maña para hacerla yo sola.
Usted ha visto lo que es la necesidad... Mis vecinos de la Gobernador del Campo
me han regalado cinco chapas para hacer el techo”, cuenta con una sonrisa
carente de piezas dentarias.
En sus 32 años, Dorila no siempre vivió así. “Cuando me he
separado de marido me he ido a vivir con mis hijos en la casa de mi mamá, en
Villa Muñecas. Pero no han faltado los problemas, los chicos le molestaban y me
les pegaba. Un día hemos discutido feo y me he ido. De esto hace como dos años,
mi hija era bebé. Me he venido aquí, cuando todo esto era monte y no había
ningún vecino”, recorre con la mirada a su alrededor. “Aquí no había nada. Hemos
vivido seis meses en una carpa, en esa que está ahí ¿la ve?”, muestra la lona
verde que se suma a las demás, sobre palos y hierros viejos. En pleno invierno
Dorila se acurrucaba con dos niños y una bebé dentro de la carpa fría cubierta
de cartones. Por eso no inscribió a Manuel. Porque estaba haciendo su casa,
guiada sólo por la intuición y el coraje.
El esposo de Dorila está preso desde hace tres años. “Yo lo
visito en el penal todos los miércoles y le llevo los chicos para que los vea.
Él me ayuda haciendo cositas de madera que me da para que yo venda. En la
cárcel trabaja de carpintero y le pagan $ 1.000 por mes, pero a mí solamente me
da $ 300. El resto le hacen quedar no sé por qué. En la boleta que él firma
figuran $ 1.000”. Ella se las arregla haciendo tareas domésticas en casas de
familia. Cobra unos $ 200 o $ 300 por día. Va con los tres chicos.
Asignación Universal por Hijo no cobra desde hace dos meses.
“Me la han quitado porque no he podido presentar los papeles”, baja la mirada.
En el CAPS de El Manantial ya no le dan leche para su hija desde que cumplió
los dos años.
“Vamos a tener que hacer una visita domiciliaria a la casa
de Manuel. Es la única forma de saber por qué ese chico no viene a la escuela”.
Por las noches, los cuatro duermen sobre tres colchones
apilados. El televisor al frente de la cama emite imágenes azuladas que nadie
ve, pero que sirven para iluminar un poco el refugio oscuro, donde no hay focos
ni ventanas. Un brasero que se prende por las noches arrima calor. Arriba, entre
el techo y la pared de lona se filtra un pedazo de cielo. “Entra frío por ahí
-admite Dorila-, pero no se llueve”, agrega como quitándole dramatismo. Un olor
rancio, a humedad, inunda el cuarto. A la entrada, pero bajo la lona hay una
montaña de ropa sin guardar. Es que no hay muebles, sólo unos tachos de pintura
que hacen las veces de baldes o de asientos. ”Necesitaría una mesita con sillas
para comer”. “¿Y una casita? “Sí, le he pedido al delegado comunal de El
Manantial (Juan Carlos
Bernard). Pero me ha contestado que si estoy en un
asentamiento, él no me puede ayudar”.
Los perros ladran. Una maestra con delantal blanco se acerca
al asentamiento. Es la señorita de primer grado, que ha preguntado en
muchísimas casas antes de dar con la de Manuel. Él la reconoce a lo lejos y
corre a su encuentro, con los brazos abiertos: “¡señorita!, ¡señorita!” Ella se
detiene sonriente y lo envuelve en un abrazo. Lo toma de la mano y se deja
conducir hasta la carpa de lona. Dorila, espectadora de todo, aguarda al lado
de lo que ella pudo construir con sus brazos. Ya no hay más nada que explicar
ni que ocultar. Manuel espera que su mamá y su maestra se saluden sin
asperezas; ansía que se den un beso. Y lo que pasa, es mucho más de lo que él
espera: el beso se convierte en abrazo largo y las palabras, en lágrimas.
Cifras que lastiman
- 26% de los argentinos vive bajo la línea de pobreza. (11,3
millones)
- 5% es la tasa de indigencia (2,1 millones).
- 22% de los tucumanos son pobres y 3%, indigentes
1. No hay programas
de vivienda para Tucumán
“En esta nueva gestión nacional no tenemos programas de
vivienda para Tucumán. La gente más vulnerable, que antes podía acceder a este
tipo de ayuda, ya no la recibe. La Secretaría de Hábitat y Vivienda no hizo
nada de envergadura”, se excusa el ministro de Desarrollo Social de la
Provincia, Gabriel Yedlin. En cuanto a la Asignación Universal por Hijo, que
fue suspendida para Dorila Gómez, el funcionario opina: “la Nación no tendría
que haberla cortado, o por lo menos tendría que haber consultado antes a la
Provincia. No se puede manejar todo desde un Excel”.
Tucumán cuenta con alrededor de 300 asentamientos
irregulares. Basta que se constituyan 14 casas precarias en un predio para que
sea considerado una villa, explica Fernando Roger, director de Regulación
Dominial y Hábitat. “Hay un proyecto de ley que ya pasó al Senado para lograr
la regularidad de 4.000 villas en el país, de las cuales 202 son para Tucumán.
Ya estamos trabajando en 72 localidades”, afirma Rogel. No obstante aclara que
en los asentamientos nuevos no pueden intervenir.
3. “Sólo si alguien
le da un terreno, le entregaremos una casa prefabricada”
“El terreno que ocupa Dorila Gómez tiene dueño. No podemos
darle una prefabricada para que la ponga allí. Tendría que conseguirse aunque
sea unos metros de tierra. El delegado comunal dice que ya no tiene tierras
fiscales”, dice Lorena Málaga, subsecretaria de Atención de Familias en Riesgo
Social. Trabajadoras sociales ya fueron a ver a Dorila. “Quedaron impactadas
por su indigencia; vamos a articular con la Secretaría de Familia para que
atienda las necesidades de ella y de los chicos”, agrega.
4. “La mitad de los
usurpadores viene de afuera”
“En El Manantial ya no tenemos tierras fiscales. Además el
tema de las usurpaciones es un gran problema. La mitad de los usurpadores son
gente de afuera, no de El Manantial”, dice con indignación Juan Carlos Bernard,
delegado comunal de El Manantial. “A nuestros propios vecinos les hace falta
viviendas y no tenemos. Pero esta gente viene y se agarra los lugares más
lindos y después reclaman luz y servicios”, protesta. TOMADO DE LA GACETA DE
TUCUMAN AR
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