NO TODO BRILLA EN EL ORO , POR Hernán Sorhuet Gelós
Son muchos los temas incómodos en los que no se quiere
pensar porque constituyen actividades que la humanidad ha desarrollado desde
siempre, y conforman parte de ese universo construido para suministrarles
bienes y servicios a los pueblos.
Un caso paradigmático es la extracción del oro. Un metal
que fascina a los seres humanos, no solo
por la nobleza de sus propiedades sino por su belleza inigualable.
El colega argentino Sergio Elguézabal realizó un trabajo
periodístico muy interesante: “Oro saco, guardo oro”, en el cual intenta dejar
al descubierto la paradoja que encierra su multimillonario mercado mundial.
Deja en claro que el oro es mayoritariamente un bien
simbólico que representa cuan poderoso es quién lo detenta.
El experto Alberto Acosta Espinosa, economista de la
Universidad de Colonia (Alemania) e integrante de la Faculta Latinoamericana de
Ciencia Sociales (Flacso) de Quito, señala que de todo el oro que se extrae en
el planeta, solo el 11% se utiliza con fines científicos, tecnológicos y
medicinales. El resto se “entierra” nuevamente en las bóvedas de los bancos y
una parte menor va a parar a la joyería.
¿Cuál es el problema?
El drama radica en todo lo que no se ve detrás del
reluciente dorado de un lingote.
Para obtener 1 gramo de oro se dinamitan 4 toneladas de
roca. Ello explica los gigantescos cráteres que esta actividad deja a su paso,
destruyendo suelo, subsuelo y por tanto el ecosistema completo.
Para obtener 1 kilo de oro se utilizan 850 kilos del potente
veneno cianuro de sodio, así como 1.100 kilos de explosivos. Pero allí no se
detiene el problema. Por casa kilogramo de oro que se resguarda en el tesoro
del banco fue necesario consumir 380 mil litros de agua pura, 36 mil
kilowatts/hora y 2 mil litros de gasoil.
En principal argumento invocado por las corporaciones
mineras internacionales y los gobiernos -que acuerdan proyectos mineros en sus
jurisdicciones- para promoverlos es que darán trabajo y generarán riqueza.
Cuando en realidad se trata de trabajos poco saludables y temporales, y de
actividades que una vez finalizadas dejan a su paso instalaciones y pueblos
fantasmas.
Lo que hay que tener bien claro es que la extracción del oro
nunca es una actividad sustentable.
El recurso no es renovable y por lo tanto se agota cuando se
extrae el último gramo.
Pero además deja a su paso un pasivo ambiental enorme, que
será pagado por las actuales y las futuras generaciones porque el daño es
permanente.
Para tener una idea de lo gigantescos que pueden llegar a
ser los cráteres producidos por esta actividad digamos que el de la mina
Kalgoorlie ubicada al suroeste de Australia tiene 3.5 kilómetros de largo, 1.5
de ancho y 570 metros de profundidad; y el de la mina Grasberg en Indonesia
ocupa 8 kilómetros cuadrados y registra 480 metros de profundidad.
En resumen, nos debemos una profunda discusión sobre el
futuro de estas actividades. En qué circunstancias se podrían autorizar y en
cuáles no, porque es inevitable que destruyen todo a su paso, contaminando el
suelo, el agua y el aire en sus áreas de influencia. TOMADO DE EL PASI DE UY
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