Hacernos cargo de la
basura
Alicia Prieto Profesora de Geografía
Una de las actividades humanas más inadvertidas es la
producción de basura. Todos los miembros de una familia producen residuos,
desde los recién nacidos hasta el abuelo, incluyendo a las mascotas. No somos
conscientes de la basura que producimos, ya que no generamos ningún vínculo con
ella. Hasta nos da placer sacarla de casa, como si no nos perteneciera, y una
vez que está afuera ni siquiera nos sentimos responsables de haberla creado. La
sacamos a la calle a diario, sin más. Imagino mi basura con todas las bolsas de
basura de la Argentina, de América y del mundo ocupando lugar.
Mis residuos junto con los de todas las personas de la
región metropolitana de Buenos Aires, que son unos 15 millones de habitantes,
se reparten en tres complejos ambientales de la Ceamse: José León Suárez,
Ensenada y González Catán. Generamos unas 17.000 toneladas de residuos diarios,
de los cuales se recuperan los restos de poda, neumáticos, vidrio, plástico,
papel, cartón y metal. Estos últimos vuelven al circuito productivo gracias al
trabajo de los recuperadores urbanos.
Cuando pienso en el espacio que ocupa toda esta basura, me
pregunto cuándo empezó todo esto. ¿En qué momento las ciudades necesitaron
implementar un sistema que se hiciera cargo de la basura de
sus habitantes?
Fueron necesarias las epidemias de cólera en 1867, la fiebre
tifoidea en 1869 y la fiebre amarilla en 1871 para despertar el interés por el
primer plan integral de tratamiento de la basura tendiente a mejorar la salud
pública. Consistía en el barrido de las calles, el transporte de los residuos y
su disposición final en un predio de 70 hectáreas en el actual barrio de
Pompeya, que se popularizó como "La Quema", ya que era el único
tratamiento conocido hasta el momento. De la quema a cielo abierto se pasó a la
quema en usinas de incineración y más tarde se incorporaron incineradores en
los edificios de departamentos. Esta medida que aparentaba modernidad atrasó
cien años el tratamiento de lo que tiramos.
A principios del siglo XX se responsabilizó por primera vez
a la población de su basura. Los vecinos estaban obligados a clasificarla. Hace
un siglo que nos quieren concientizar de la basura que producimos y no hay
caso. Todavía no asumimos esa responsabilidad.
No tomamos conciencia de que una vez que hacemos
"desaparecer" lo que ya no tiene valor para nosotros, se pone en
marcha un complejo proceso en etapas: disposición inicial (yo saco la basura);
recolección (el ruidoso camión de la basura y sus recolectores); transferencia
(compactación y paso a un camión más grande); tratamiento (clasificación por parte
de los recuperadores urbanos), y disposición final (vertido en los complejos
ambientales).
Mientras muchos nos desentendemos del contenido de la bolsa
una vez que la sacamos a la calle, otros lo perciben a diario. Es el caso de
quienes viven cerca de los complejos de la Ceamse, que lo huelen
permanentemente o los que viven sobre él. Se calcula que unas 100.000 personas
viven en casas construidas sobre terrenos que han sido rellenados con basura en
la localidad de José León Suárez. La gran mayoría trabaja como cartonero,
quemero o reciclador urbano, aportando su trabajo invisible a la enorme tarea
de reducir el volumen de los residuos que llegan al centro de disposición
final. Lo que queda luego de su trabajo es lo que se define como basura. A
diferencia de lo que se considera residuo, la basura es lo que ya no sirve, lo
que no se puede recuperar. Será por esto que la palabra basura es un tremendo
insulto.
Si pudiéramos detenernos por un momento a pensar en el
contenido de las bolsas de basura que generamos, estaríamos más atentos a la
necesidad de disminuir su volumen. Ya nos dijeron muchas veces qué tipo de
basura es la que causa mayores males en el ambiente. Sabemos que la cáscara de
un durazno va al relleno sanitario y que en unos meses se degradará. Una
botella de vidrio, en cambio, tardará unos 4000 años en degradarse, de modo que
deberíamos recuperar ese vidrio para volver a usarlo, ya que es 100%
reutilizable.
Teniendo en cuenta que somos nosotros quienes damos el
puntapié inicial en el circuito de la basura, deberíamos considerar seriamente
reducir el tamaño de la bolsa y tomarnos el trabajo de clasificar su contenido.
Sería un gran cambio, tendríamos que empezar a querer un poquito más nuestra
propia basura. A tenerla en cuenta como algo propio. Sería un acto de amor a la
humanidad. Y, por lo tanto, a nosotros mismos.
. Tomado de la nación de ar
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