¿A quién le importa
el medio ambiente?
Con Trump al frente de Estados Unidos, la ecología dejó de ser
una prioridad en la agenda, lo que amenaza con transformar el escenario global
de la política ambientall
Martín De Ambrosio Ilustración: María Elina Méndez
¿Quién puede preocuparse por un río envenenado, la
progresiva desertización o la pérdida de biodiversidad en medio de bombardeos o
de alarmas nucleares? Nadie piensa en sus bisnietos cuando sus hijos corren
peligro.
Entre tantas consecuencias de las medidas tomadas por Donald
Trump en sus primeros cien días como presidente de Estados Unidos, luce en
primer plano una ausencia: el interés por el ambiente. No sólo por el
desfinanciamiento de áreas clave, como la propuesta de reducción del
presupuesto de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) en un 31%, sino también
por colocar en sitios importantes a funcionarios con dudoso pasado privado en
la materia, como el ex CEO de la petrolera Exxon Mobil, Rex Tillerson, a cargo
de la Secretaría de Estado y el negacionista del cambio climático Scott Pruitt
al frente de la misma EPA. Pero quizás lo más significativo sea que el cuidado
de los recursos naturales esté fuera de agenda. Con guerras comerciales,
bombazos por doquier, peligros atómicos (Corea del Norte, Pakistán y el seguramente
mítico botón rojo de la propia Casa Blanca) entre otras inestabilidades, pensar
en el mediano plazo y la sustentabilidad parecería imposible.
Como el futuro no elimina el pasado pero sí la lente con la
que puede mirárselo, a la luz de las primeras medidas de Trump, Barack Obama
aparece como un campeón del ambientalismo. En los seis años que van de 2009 a
2015, el 80% de su período de gobierno, Obama pasó del sonoro fracaso de la
cumbre de Copenhague al éxito del Acuerdo de París, en el que se decidió, bajo
el paraguas de la ONU, que cada país redujera lo que pudiera sus emisiones de
gases contaminantes para que la temperatura del planeta no subiera más de 2ºC
promedio hacia fin de siglo. Si bien Obama no fue todo lo "verde" que
el movimiento ecológico esperaba, generó una serie de medidas importantes
dentro del país, en el plano bilateral (en coalición con la China de Xi
Jinping) y multilateral (la ONU accedió a modificar el método pre-Kioto de
medición de emisiones de gases contaminantes para que Estados Unidos pudiera
entrar).
Para Mariano Turzi, doctorado por la Universidad Johns
Hopkins y autor de Todo lo que necesitás saber sobre el (des)orden mundial
(Paidós), se profundiza una tendencia de Estados Unidos en contra de temas
globales, como el cambio climático. "Cuando uno piensa en la falta de
apoyo de los republicanos al Protocolo de Kioto (1999) vemos ahí una tendencia
de largo plazo. En relación específicamente con la ecología, Trump tiene una
doble situación: por un lado el negacionismo y por el otro la desaparición del
tema de la agenda interna de Estados Unidos", dice. Turzi, que es también
profesor en la Universidad Torcuato Di Tella, añade que "es muy probable
que nunca se den las reuniones de funcionarios de ambiente de China y Estados
Unidos como durante el gobierno de Obama. Trump no se pone del lado de la
sociedad civil que busca más energías limpias y renovables, sino del minero
abandonado por Washington".
"No sólo la ecología está fuera de agenda sino que
también se está deshaciendo la agenda de Obama sobre el tema. En cien días las
decisiones tomadas dan idea de que se está desmantelando el gran avance que
había tenido Estados Unidos respecto de temas ecológicos globales durante los
años de Obama", coincide Paula Lugones, periodista y autora del reciente
libro Los Estados Unidos de Trump (Ariel).
El presidente actual, además de defensor del regreso a
energías sucias como el carbón y el petróleo en detrimento de las energías
limpias y renovables, dio vía libre para dos oleoductos muy peligrosos y tiene
en carpeta más eliminaciones de regulaciones a la industria. "Ahora, las
empresas carboníferas o mineras no tienen la obligación de suministrar los
niveles de metano y otros contaminantes que expulsan a la atmósfera. Con las
regulaciones de Obama tenían la obligación de darlos periódicamente",
agrega Lugones, corresponsal del diario Clarín en Washington.
Ma non troppo
Sin embargo, los ambientalistas no se rinden. Qué va a pasar
respecto del Acuerdo de París contra el cambio climático es una de las grandes
preguntas. Si bien durante la campaña Trump se mantuvo fuerte en contra de la
mismísima existencia del cambio climático (para qué luchar contra algo que es
un invento chino), luego se mostró moderado, algo inédito para él.
"Hay mucha especulación sobre qué va a pasar con el
Acuerdo de París", dice Amanda Starbuck, directora de campañas de
Greenpeace Argentina. "Su equipo de asesores dice que va a tomar una
decisión el 29 de mayo, pero sabemos que es un equipo que está dividido. Por un
lado, su hija Ivanka, que parece muy influyente en su círculo íntimo, estuvo en
París y le interesa el Acuerdo, pero está claro que Pruitt piensa lo
contrario", dice la británica.
Starbuck, que dejó su cargo en la californiana Rainforest
Action Network para vivir en Sudamérica, cree que todos los cambios propuestos
por el presidente republicano "son un sabotaje a las acciones
climáticas", pero advierte que ese intento va a fallar. "Todos los
países actúan y saben lo caro que es no actuar. China, la India y la Unión
Europa han reafirmado su compromiso. El G-7 confirmó que el clima es una
absoluta prioridad. No importa qué haga Trump o lo que él crea; él no es la
única voz. California, que es una de las más grandes economías del mundo,
trabaja a favor. Y también los empresarios que saben que el 71% de las personas
en Estados Unidos piensan que hay que actuar. Por más que la agenda de Trump
sea la contaminación de carbono y el aislacionismo, seguimos hablando de una
prioridad global."
Dentro del movimiento ambiental hay diversas posiciones
sobre si conviene o no que Estados Unidos permanezca en el Acuerdo, porque
tampoco es bueno que se quede a cualquier precio. "Hay dos posturas -dice
Enrique Maurtua, director de cambio climático de la Fundación Ambiente y
Recursos Naturales (FARN)-. Algunos creen que es bueno que Estados Unidos se
quede para no perder la fe en el multilateralismo. Pero otros temen que se
quede y no sea constructivo: en la ONU las negociaciones son por consenso. Se
puede quedar y decir que no está de acuerdo con nada y patear el tablero todo
el tiempo. O unirse a Arabia Saudita, Venezuela y Rusia, que pueden escudarse
detrás de Estados Unidos. Si sale del Acuerdo va a ser un golpe, la inercia de
París se va a ver disminuida, pero algunos estarían felices por eliminar este
riesgo. Si Estados Unidos va a bloquear, mejor que se vaya." En la reunión
de este fin de año en Bonn (Alemania, COP23), Estados Unidos va a participar
porque legalmente no le alcanza el tiempo para irse por más que repudie el
Acuerdo. La otra opción, extrema, es que no sólo se salga del Acuerdo de París
sino incluso de la misma Convención de Cambio Climático de la ONU. No es un
escenario factible, pero tampoco se puede descartar.
La trama es tan intrincada que Trump no termina de tomar la
decisión y hasta hay sectores de la industria -como megapetroleras- y aliados a
ella -como Tillerson-, que prefieren por razones comerciales permanecer en la
lucha oficial contra el cambio climático, dado que cambiar el modo en que produce
el mundo su energía y sus productos también es un negocio fabuloso (la semana
pasada, una solicitada a página completa en The New York Times, firmada por 200
grandes empresas, pidió a Trump no abandonar el Acuerdo de París). Incluso
desde el punto de vista que parece ser el que privilegia Trump, el del trabajo
para los trabajadores norteamericanos, no parece sensato olvidarse de un
plumazo de las energías renovables. "Sólo la energía solar dio más empleo
el año pasado que todas las tradicionales combinadas", apunta Maurtua. Lo
dice un informe del propio Departamento de Energía de Estados Unidos: son
374.000 empleos solares versus 187.00 de las energías fósiles.
Tampoco desde el Sierra Club, organización ambientalista
norteamericana fundada en 1892, creen que estemos al borde del fin de la agenda
ecológica global en la era de Trump. "¡Desde luego que no!", se
escandaliza Steve Herz, abogado de la ONG. "Desde que fue electo Trump
otros 30 países ratificaron el Acuerdo de París y muchos otros han confirmado
su compromiso con las metas de reducción de contaminantes, más allá de lo que
haga Trump. Y ningún país ha dicho que seguirá a Estados Unidos si se va del
Acuerdo. París es fuerte", remarcó.
¿Y la guerra como factor que deja todo en segundo plano? Starbuck
también lo relativiza: "Estados Unidos siempre estuvo en actividades
bélicas en diferentes lugares del mundo. El cambio climático tiene muchas
maneras de impactar en el mundo, pero una de las consecuencias es un aumento en
el número de migrantes. Mi miedo es que fallar en el manejo del cambio
climático genere más conflictos humanitarios y más inestabilidad en ciertos
lugares del mundo". Maurtua matiza: "En la época de Bush, durante la
guerra contra Irak después de las Torres Gemelas y hasta 2008, Estados Unidos
fue un país difícil para las negociaciones. Pero da la sensación de que este
escenario es más tenso aún. El tema es que todo lo negativo que haga Estados
Unidos va a generar frenos".
Lo paradójico es que el liderazgo en materia ambiental ahora
lo tiene China, poco sujeta a los vaivenes de las democracias occidentales y
con un historial de gran contaminador. Hace un tiempo, el país oriental decidió
poner proa hacia las energías renovables, impulsado por razones estratégicas y
por los desastres ambientales que literalmente matan a su población. Con China
al mando, los amigos de las teorías conspirativas, irónicamente, quizás tengan
un argumento en su favor. TOMADO DE LA NACION DE AR
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