miércoles, 31 de octubre de 2018

UN MUNDO (SUBMARINO) DE SENSACIONES


 Alejo Irigoyen, especialista en el estudio de sistemas marinos
La pesca comercial e ilegal, pero también la deportiva y recreativa modifican el escenario acuático de los peces. El investigador del Conicet explica cómo proteger los recursos naturales cuando el Estado no interviene y por qué el conocimiento implica soberanía.
Por Pablo Esteban
FOTO Alejo Irigoyen investiga en el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (Cesimar-Cenpat).
“Como el ser humano es un bicho terrestre nos cuesta mucho documentar lo que ocurre en el mar. Desde aquí, lo que desconocemos es infinitamente superior a lo que sabemos”, afirma Alejo Irigoyen, doctor en Biología –egresado de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco– e Investigador del Conicet en el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (Cesimar-Cenpat). Aproximadamente el 70 por ciento de la superficie terrestre está cubierta por mar y, como se podría aventurar, un diagnóstico profundo de los océanos –mundo paralelo habitado por una tremenda biodiversidad– resultaría de importancia capital. 
En las últimas décadas, la investigación marina se convirtió en un campo de estudios con dinamismo creciente. Sobre todo porque pretende funcionar como una herramienta capaz de regular la actividad humana, ante la ausencia de políticas públicas orientadas al manejo sustentable. El paisaje es complejo: la pesca comercial y la deportiva modifican la homeostasis natural. A su vez, las prácticas ilegales, perpetradas por busques extranjeros que deambulan en los límites nacionales, expropian los recursos autóctonos y lesionan la soberanía, un anhelo que en la actualidad se advierte degradado en todas sus formas. En un libro reciente, “Peces y pesca deportiva argentina”, Irigoyen restituye la voz de los pescadores costeros al tiempo que incorpora sus saberes tradicionales al conocimiento científico. A continuación, algunas reflexiones al respecto. 
–Usted es especialista en temas vinculados a la ecología de los peces.
–Sí, la línea de trabajo principal en la que me desempeño se concentra en el estudio de los peces de arrecife, un grupo muy particular que habita en zonas de sustratos rocosos. El propósito es desarrollar un diagnóstico (analizar los comportamientos de las especies, explorar cómo se mueven, calcular cuántos hay) para, en una fase posterior, generar herramientas de manejo a partir del trabajo de campo.
–¿Qué clase de trabajo de campo?
–En general, prácticas de buceo, fundamentales para describir el ambiente con mayor precisión. Además, se consideran los efectos de las prácticas pesqueras y las medidas de regulación respecto de las áreas de reserva marina. Se trata de espacios protegidos donde se restringe (ya sea parcial o totalmente) la extracción de animales. Los aportes realizados contribuyen a conocer mejor nuestro patrimonio natural, porque necesitamos saber qué hay en el mar para luego poder protegerlo.
–¿Qué hay respecto de las políticas pesqueras? ¿Cómo está regulado ese campo?
–El sector industrial es el que dinamiza la economía del área que extrae recursos (principalmente merluzas y langostinos) distanciados de la costa. En el país, al no aportar un valor agregado sobre lo pescado, se produce un proceso de primarización. Aproximadamente el 90 por ciento de la materia prima se embala en el barco, llega al puerto, se ubica en container y se exporta de manera directa. Las de mayor peso, por supuesto, son las empresas extranjeras que realizan prácticas ilegales y giran las ganancias obtenidas hacia sus países de origen.
–¿Qué prácticas implica la denominada “pesca ilegal”?
–Básicamente son embarcaciones que deambulan en los límites que separan las aguas nacionales de las internacionales y pescan sin los permisos del caso. La plataforma continental (lecho y subsuelo de las áreas submarinas que se extienden más allá de su mar territorial) se extiende hasta las 200 millas marinas respecto de la costa y abarca lo que se conoce como “aguas nacionales”, espacio sobre el cual el Estado posee plenos derechos de exploración, explotación, conservación y administración. En la región patagónica, por caso, como la extensión marítima es mayor que la continental, las actividades de vigilancia y control de la frontera se tornan muy difíciles.
–Al haber poca supervisión, las flotas extranjeras violan la soberanía y extraen los recursos locales.
–Exacto. Además, la situación actual es muy dramática. Prefectura Naval actúa de manera limitada, al enfrentar a grupos extranjeros con personal muy entrenado que apenas identifican los controles domésticos se fugan a una velocidad digna de película. Lo que aún significa más, la pesca ilegal se halla exacerbada por un rasgo natural. Precisamente en la frontera se encuentra el talud continental, donde se concentran grandes masas de calamares, como producto de la emergencia de aguas ricas en nutrientes que provienen desde las profundidades.
–De manera que los peces están, pero se los llevan otros.
–En Puerto Madryn las matrículas de estudiantes de ingeniería pesquera se desploman porque no hay mucho que hacer en las plantas industriales domésticas. Los recursos son expropiados por actores extranjeros, o bien los extraen los actores locales pero los exportan sin valor agregado.
–Sin embargo, también puede verse a ciudadanos locales que realizan pesca deportiva desde la costa.
–Sí, claro, se trata de sujetos muy importantes. Buena parte de las investigaciones que producimos desde la ciencia surgen a partir de conversaciones con los pescadores, a menudo, aquellos individuos que mejor conocen el mar. Existen localidades con pueblos originarios costeros que aportan sus saberes ecológicos tradicionales, provenientes de generaciones de miles de años.
–Lo que sucede es que la ciencia, usualmente, descarta los relatos orales porque, desde su perspectiva, no deberían componer el conocimiento “oficial”.
–Los biólogos tenemos mucho que aprender de las ciencias sociales. Se produce una retroalimentación por intermedio de la cual los científicos conocemos detalles empíricos sustanciales de quienes están en contacto permanente con el medio, mientras que los pobladores también enriquecen sus prácticas porque logran comprender, a través de nuevos conceptos y clasificaciones, las características de las especies pescadas.
–¿Y cómo se regula la pesca deportiva? Es muy común la imagen del pescador abrazado a una especie de gran tamaño. Cuánto más grande mejor.
–Tal cual. Incluso, el dicho interno es: “¿cuántos tiburones habrá matado Facebook?”, ya que en la sociedad actual lo que las personas exhiben es fundamental para socializar, construir una identidad y tener fama. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, sin embargo, se observan con menor recurrencia este tipo de imágenes. Afortunadamente, las fotos del pescador abriéndole la mandíbula al tiburón y colocando su cabeza entre los dientes del animal moribundo escasean. Esto es gracias a la concientización que provino de investigaciones como las nuestras, al aportar evidencia que la pesca deportiva puede tener efectos nocivos sobre las poblaciones y llevar a la extinción de diversas especies. Sin ir tan lejos, el escalandrún se halla en estado crítico, al borde del agotamiento (hoy existe el 10 por ciento de lo que había hace solo tres décadas). 
–No obstante, Buenos Aires tiene sus normas que prohíben la caza de grandes tiburones. Algo es algo...
–Sí, pero solo tiene vigencia en esa provincia. Si tenemos en cuenta que estos animales se trasladan desde el sur de Brasil hasta la Patagonia, la medida se aplica en un rango muy pequeño si se compara a su patrón migratorio. Por otra parte, a diferencia de la pesca marina donde todavía persiste ese imaginario de agua vasta, infinita y llena de recursos, también se producen prácticas de agua dulce que están muy bien reglamentadas. Esto sucede con la pesca deportiva patagónica continental (ríos y lagos de cordillera y mesetas) que responde a férreos controles.   // TOMADO DE PAGINA 12 DE AR

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