Alejo Irigoyen,
especialista en el estudio de sistemas marinos
La pesca comercial e ilegal, pero también la deportiva y
recreativa modifican el escenario acuático de los peces. El investigador del
Conicet explica cómo proteger los recursos naturales cuando el Estado no
interviene y por qué el conocimiento implica soberanía.
Por Pablo Esteban
FOTO Alejo Irigoyen investiga en el Centro para el Estudio
de Sistemas Marinos (Cesimar-Cenpat).
“Como el ser humano es un bicho terrestre nos cuesta mucho
documentar lo que ocurre en el mar. Desde aquí, lo que desconocemos es
infinitamente superior a lo que sabemos”, afirma Alejo Irigoyen, doctor en
Biología –egresado de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco– e
Investigador del Conicet en el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos
(Cesimar-Cenpat). Aproximadamente el 70 por ciento de la superficie terrestre
está cubierta por mar y, como se podría aventurar, un diagnóstico profundo de
los océanos –mundo paralelo habitado por una tremenda biodiversidad– resultaría
de importancia capital.
En las últimas décadas, la investigación marina se convirtió
en un campo de estudios con dinamismo creciente. Sobre todo porque pretende
funcionar como una herramienta capaz de regular la actividad humana, ante la
ausencia de políticas públicas orientadas al manejo sustentable. El paisaje es
complejo: la pesca comercial y la deportiva modifican la homeostasis natural. A
su vez, las prácticas ilegales, perpetradas por busques extranjeros que
deambulan en los límites nacionales, expropian los recursos autóctonos y
lesionan la soberanía, un anhelo que en la actualidad se advierte degradado en
todas sus formas. En un libro reciente, “Peces y pesca deportiva argentina”,
Irigoyen restituye la voz de los pescadores costeros al tiempo que incorpora
sus saberes tradicionales al conocimiento científico. A continuación, algunas
reflexiones al respecto.
–Usted es
especialista en temas vinculados a la ecología de los peces.
–Sí, la línea de trabajo principal en la que me desempeño se
concentra en el estudio de los peces de arrecife, un grupo muy particular que
habita en zonas de sustratos rocosos. El propósito es desarrollar un
diagnóstico (analizar los comportamientos de las especies, explorar cómo se
mueven, calcular cuántos hay) para, en una fase posterior, generar herramientas
de manejo a partir del trabajo de campo.
–¿Qué clase de
trabajo de campo?
–En general, prácticas de buceo, fundamentales para
describir el ambiente con mayor precisión. Además, se consideran los efectos de
las prácticas pesqueras y las medidas de regulación respecto de las áreas de
reserva marina. Se trata de espacios protegidos donde se restringe (ya sea
parcial o totalmente) la extracción de animales. Los aportes realizados
contribuyen a conocer mejor nuestro patrimonio natural, porque necesitamos
saber qué hay en el mar para luego poder protegerlo.
–¿Qué hay respecto de
las políticas pesqueras? ¿Cómo está regulado ese campo?
–El sector industrial es el que dinamiza la economía del
área que extrae recursos (principalmente merluzas y langostinos) distanciados
de la costa. En el país, al no aportar un valor agregado sobre lo pescado, se
produce un proceso de primarización. Aproximadamente el 90 por ciento de la
materia prima se embala en el barco, llega al puerto, se ubica en container y
se exporta de manera directa. Las de mayor peso, por supuesto, son las empresas
extranjeras que realizan prácticas ilegales y giran las ganancias obtenidas
hacia sus países de origen.
–¿Qué prácticas
implica la denominada “pesca ilegal”?
–Básicamente son embarcaciones que deambulan en los límites
que separan las aguas nacionales de las internacionales y pescan sin los
permisos del caso. La plataforma continental (lecho y subsuelo de las áreas
submarinas que se extienden más allá de su mar territorial) se extiende hasta
las 200 millas marinas respecto de la costa y abarca lo que se conoce como
“aguas nacionales”, espacio sobre el cual el Estado posee plenos derechos de
exploración, explotación, conservación y administración. En la región
patagónica, por caso, como la extensión marítima es mayor que la continental,
las actividades de vigilancia y control de la frontera se tornan muy difíciles.
–Al haber poca
supervisión, las flotas extranjeras violan la soberanía y extraen los recursos
locales.
–Exacto. Además, la situación actual es muy dramática.
Prefectura Naval actúa de manera limitada, al enfrentar a grupos extranjeros
con personal muy entrenado que apenas identifican los controles domésticos se
fugan a una velocidad digna de película. Lo que aún significa más, la pesca
ilegal se halla exacerbada por un rasgo natural. Precisamente en la frontera se
encuentra el talud continental, donde se concentran grandes masas de calamares,
como producto de la emergencia de aguas ricas en nutrientes que provienen desde
las profundidades.
–De manera que los
peces están, pero se los llevan otros.
–En Puerto Madryn las matrículas de estudiantes de
ingeniería pesquera se desploman porque no hay mucho que hacer en las plantas
industriales domésticas. Los recursos son expropiados por actores extranjeros,
o bien los extraen los actores locales pero los exportan sin valor agregado.
–Sin embargo, también
puede verse a ciudadanos locales que realizan pesca deportiva desde la costa.
–Sí, claro, se trata de sujetos muy importantes. Buena parte
de las investigaciones que producimos desde la ciencia surgen a partir de
conversaciones con los pescadores, a menudo, aquellos individuos que mejor
conocen el mar. Existen localidades con pueblos originarios costeros que
aportan sus saberes ecológicos tradicionales, provenientes de generaciones de
miles de años.
–Lo que sucede es que
la ciencia, usualmente, descarta los relatos orales porque, desde su
perspectiva, no deberían componer el conocimiento “oficial”.
–Los biólogos tenemos mucho que aprender de las ciencias
sociales. Se produce una retroalimentación por intermedio de la cual los
científicos conocemos detalles empíricos sustanciales de quienes están en
contacto permanente con el medio, mientras que los pobladores también
enriquecen sus prácticas porque logran comprender, a través de nuevos conceptos
y clasificaciones, las características de las especies pescadas.
–¿Y cómo se regula la
pesca deportiva? Es muy común la imagen del pescador abrazado a una especie de
gran tamaño. Cuánto más grande mejor.
–Tal cual. Incluso, el dicho interno es: “¿cuántos tiburones
habrá matado Facebook?”, ya que en la sociedad actual lo que las personas
exhiben es fundamental para socializar, construir una identidad y tener fama. A
diferencia de lo que ocurría en el pasado, sin embargo, se observan con menor
recurrencia este tipo de imágenes. Afortunadamente, las fotos del pescador
abriéndole la mandíbula al tiburón y colocando su cabeza entre los dientes del
animal moribundo escasean. Esto es gracias a la concientización que provino de
investigaciones como las nuestras, al aportar evidencia que la pesca deportiva
puede tener efectos nocivos sobre las poblaciones y llevar a la extinción de
diversas especies. Sin ir tan lejos, el escalandrún se halla en estado crítico,
al borde del agotamiento (hoy existe el 10 por ciento de lo que había hace solo
tres décadas).
–No obstante, Buenos
Aires tiene sus normas que prohíben la caza de grandes tiburones. Algo es
algo...
–Sí, pero solo tiene vigencia en esa provincia. Si tenemos
en cuenta que estos animales se trasladan desde el sur de Brasil hasta la
Patagonia, la medida se aplica en un rango muy pequeño si se compara a su
patrón migratorio. Por otra parte, a diferencia de la pesca marina donde
todavía persiste ese imaginario de agua vasta, infinita y llena de recursos,
también se producen prácticas de agua dulce que están muy bien reglamentadas.
Esto sucede con la pesca deportiva patagónica continental (ríos y lagos de
cordillera y mesetas) que responde a férreos controles. //
TOMADO DE PAGINA 12 DE AR
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