“ESTOY EN EL FINAL
DEL VIAJE PERO DISFRUTANDO DEL MILAGRO DE HABER
NACIDO”
La muerte de su perra lo llevó a dejar su cargo de senador.
José “Pepe” Mujica prefiere pasar sus últimos años cultivando la tierra y
rodeado de sus afectos. Reflexiones de un hombre que ha vivido.
Por Fernando Amato. Se llama José Alberto Mujica pero le
encanta que le digan “el Pepe”. Hace alarde de su sobriedad (aunque le molesta
la palabra austeridad) y adora mostrarse en su “escarabajo” y cultivando en su
chacra. Tiene 83 años y mucha vida encima. Fue guerrillero, funcionario público
y sigue siendo agricultor. Es considerado uno de los políticos más respetados
de toda la historia del Uruguay.
En 1964, después de un paso por el Partido Nacional, se
incorporó a la guerrilla del Movimiento Nacional de Liberación-Tupamaros.
Recibió seis balazos en enfrentamientos. Fue detenido en cuatro oportunidades
pero se escapó dos veces de la cárcel. Con el retorno de la democracia, en
1985, decidió formar el Movimiento de Participación Popular, que se incorporó al
Frente Amplio, que se quedaría primero con la intendencia de Montevideo y, en
2005, con la presidencia del Uruguay. Mujica fue diputado y senador en varias
ocasiones. Fue ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca entre 2005 y 2008.
Finalmente, se convirtió en presidente en 2010 al conseguir el 52,39 por ciento
de los votos en el balotaje. Desde 2005 está casado con Lucía Topolansky aunque
su historia de amor se remonta a los viejos tiempos de la guerrilla. Ella es
una histórica dirigente del MPP y actualmente es la vicepresidenta de la
Nación.
A pesar de hacer culto de la sobriedad y de cultivar la
amistad y el tiempo libre para poder disfrutar de la vida, el Pepe tuvo una
vida intensa. Muy intensa. Pero hace unos meses murió su gran amiga y, según su
propia definición, “la más fiel de su gobierno”. La pérdida de su perra Manuela
(a la que le faltaba una patita producto de un accidente en el que el propio
Mujica la atropelló con su tractor) le hizo sentir la necesidad de mejorar su
calidad de vida y parar la pelota. El último 14 de agosto presentó ante su
propia esposa su renuncia como senador. Algunos especulan con que el año
próximo podría retornar como candidato a diputado. Sin embargo, en su voz se
siente la cadencia de quien está reflexionando sobre el final de sus días,
haciendo balances y disfrutando de verdad de su tiempo y sus afectos. De eso
empezamos hablando.
–¿En qué momento de
su vida se encuentra parado después de tanto tiempo transcurrido y de tantas
cosas vividas?
–Es difícil definirlo. Pero estoy en el final del viaje por
obvias razones estadísticas. Ochenta y tres años cumplidos es bastante tiempo,
por lo tanto me queda un trecho relativamente corto.
–Hay que tener mucha
filosofía de vida para asumirlo tan tranquilamente. Además hace un tiempo
renunció a ser senador, como preparándose para esto.
–Pienso que es un proceso natural de todas las cosas vivas
que tienden a envejecer y se van. Y en realidad el único milagro que existe
para cada uno de nosotros es la aventura de haber nacido. Cosa que no nos damos
cuenta porque es demasiado cotidiana, pero hay 40 millones de posibilidades de
que le toque a otro y nunca nos preguntamos por qué me tocó a mí. Después, lo
demás es contingente.
–Esa naturalidad con
que lo dice, ¿será quizás porque está conforme con lo que hizo con su vida?
–Pienso que el hombre es un bichito bastante ansioso que
siempre tiene más capacidad de soñar y de anhelar que lo que efectivamente
puede concretar. Siempre hay, por suerte, una multitud de cosas que no puede
alcanzar. Y así vamos. Pero el progreso de la especie es colectivo y nunca en
línea recta ascendente. A la larga se asciende, pero a veces con unas caídas
tremendas. Eso que llamamos civilización es el capital que heredamos de las
generaciones anteriores. No es poca cosa.
–No es otra cosa que
el materialismo dialéctico de la historia del marxismo lo que está planteando.
–Si podemos contribuir con algo cuando nos vayamos, hemos
contribuido bastante.
–De las etapas de su
vida, ¿con cuál se siente más conforme?
–Lo que pasa es que las etapas hay que encuadrarlas en
aquello del hombre y sus circunstancias. Cada tiempo tiene un medio ambiente
social, político, sociológico que lo determina. Y eso varía. Por ejemplo, ahora
estamos en una época de transición. El explosivo avance de la inteligencia y de
la inteligencia artificial y los saltos que está dando la ideología van a
imponer cambios de carácter fenomenal. Todavía no pertenecemos a ese mundo pero
ya no pertenecemos al de mi niñez o mi infancia. Es demasiado lo que ha pasao
(N. del A.: Preferí respetar su forma y cadencia del hablar porque forma parte
de su ser).
–Pero para uno que
tiene ideología, cuánta inestabilidad genera este mundo de transición. Porque
si hay que superar lo anterior pero no tenemos respuesta de lo que vendrá, se
vuelve todo muy inestable.
–Es que es difícil entenderlo ideológicamente. El propio
concepto de “ideología” está cambiando. Por ejemplo, aquello que llamábamos
“intuición” ya no existe. Son cálculos veloces, pero cálculos. Y es un
mecanismo que les ha puesto la vida a todos los mamíferos y las aves, que tiene
peculiaridades en el hombre. Bueno, los que decimos que tenemos una determinada
ideología somos nietos o bisnietos de Robespierre, pero hoy sabemos que el
hombre es un fenomenal capítulo de emociones y que lo racional es de anteayer.
Porque no podemos pensar en cambios si no conocemos al bicho que era el
problema que tenían nuestros abuelos, que idealizaban la cosa pero no tenían
herramientas para conocer al hombre.
–El problema es que
si estamos en una transición que no sabemos en dónde va a desembocar, ¿qué
hacemos en el mientras tanto?
–Yo creo que el problema no es cuestionárselo, el problema
es detenerse en nombre de cuestionamientos, o cambiar de bando, que es
distinto. Yo creo que el capitalismo le ha hecho un aporte formidable al
desarrollo humano, porque atrás del asunto de la ganancia desató una serie de
desarrollos, logró domesticar a la ciencia y complementar la tecnología para
mejorar la productividad y creó una explosión científica. Esos méritos del
capitalismo tampoco pueden nublar la fenomenal cuota de egoísmo que lleva
adentro y algunas contradicciones muy serias respecto al mínimo concepto de
igualdad. Es decir que hay una cuenta pendiente que no creo que la pueda
arreglar el capitalismo y que el socialismo tampoco es el camino que hemos
ensayao. Todo eso está en tela de juicio.
–Y con esta
perspectiva, ¿se puede tener esperanza en la humanidad?
–Claro. Siempre. La esperanza es hija de la vida. No sólo
hay que tener esperanza sino que hay que construirla con elementos racionales y
con elementos emotivos. E incorporando los desafíos que te va presentando la
realidad. Porque si no está todo congelao. ¿Y entonces en qué caemos? Nos
resignamos o nos sentamos en el cordón de la vereda a justificar todo lo que
pasa y no nos comprometemos con nada. Y esa es la forma que tal vez busca el
sistema. Caemos en una especie de nihilismo crítico que no hace nada. Pero hay
una cosa clara en mi modesta manera de ver. En primer término, un sistema no es
una forma de producir o de distribuir la riqueza y no es tampoco una forma de
propiedad, puede ser todo eso pero además termina generando una forma cultural.
Y esa cultura es funcional a los propios intereses del sistema. Este consumismo
atroz que tenemos hoy, es algo enormemente funcional a la necesidad de la
ganancia. Pero en esta peripecia está la historia de la economía, está la
historia del hombre y de la mujer, del ser. La gran pregunta es, ¿somos más
felices o menos felices? ¿Qué está pasando con las enfermedades del balero? Ahora
precisamos ansiolíticos para dormir y esto y lo otro. Tenemos una cantidad de
mejoras y tenemos síntomas muy negativos también. Por otro lado, nuestra
civilización nos lleva a vivir en una mentira en la que estamos comprando cosas
de la mañana a la noche… y debiendo. Porque lo fundamental es comprar y deber.
–Es como una carrera
armamentística de bienes…
–Es la carrera del burro y la zanahoria. Le ponen la
zanahoria adelante y nunca la alcanza porque terminamos confundiendo tener con
ser.
–Ahora, para romper
con eso hace falta tener una concepción de vida muy firme…
–Y practicarla.
–Pero no es fácil lograrlo en lo colectivo. No todos pueden.
–Claro que no todos pueden. Lo que pasa es que un sistema o
una clase social no domina por la cantidad de soldados o policías que tiene, a
la larga domina por la cultura que logra perma-nentemente colocar en la mayoría
de la gente. Somos funcionales a ese sistema, estamos como en una red invisible
de la cual estamos prendidos todos. Pero hay una batalla cultural…
–Que estamos
perdiendo…
–Yo no le puedo decir a la gente “esperá, que dentro de 50 o
100 años esto va a cambiar porque un mundo utópico que vamos a construir así y
asá”. Lo que le puedo decir es “no seas pelandrún, no te dejes engrampar con
esto. Aprendé a vivir con sobriedad y peleá para que te quede tiempo de tu vida
para cultivar los afectos, para tus hijos, para tus amigos. En la vida hay que
trabajar, sí. Si tenés necesidades materiales hay que trabajar porque hay que
cubrir las necesidades. Pero la vida no se hizo sólo para trabajar. Asegurate
un tiempo para vivir. Y vivir significa que tengas tiempo para algún hobby,
para esparcimiento sin joder a nadie. Y tiempo para los afectos. Si sos joven,
tiempo para el amor. Para las relaciones elementales. Si tenés hijos no creas
que las relaciones con los hijos se arreglan con juguetes. No querés que a tu
hijo le falte nada pero le faltás vos porque no tenés jamás tiempo de andar una
hora con tu hijo caminando por la calle”. Eso le diría. ¿Por qué? Porque al fin
y al cabo eso tiene que ver con la felicidad humana. La vida no puede ser sólo
obligaciones. Tengo que pagar esto y el otro. Pero todo está hecho para que
estés ensartao. A ver, una vez que tenés techo seguro y comida, lo demás
empieza a ser accesorio, relativo. Pero eso si uno no lo pelea en la
conciencia, no hay caso. Tengo trabajadores en mi país que consiguieron las
seis horas de trabajo como un progreso en sus luchas sindicales. Bueno, ¿qué
hicieron? Se consiguieron otro trabajo y ahora trabajan más que antes.
–El planteo que usted
hace se contrapondría con el socialismo de los años 60, la utopía del patria o
muerte, revolución o nada…
–Nada, no, porque yo no puedo sacrificar a una generación en
el hoy de su vida. Tengo que tratar de ayudarla para que en este mundo y en
esta circunstancia aprenda a vivir y no se deje llevar por la vorágine. No
puedo evitar que la calle esté llena de autos pero tengo que aprender a cruzar
la calle sin que me pisen. Eso no quiere decir que no hay que pelear por la
revolución. Pero incluso para pelear por eso otro tengo que tener pocas trampas
materiales, porque cuantas más trampas materiales tenga más peligrosamente
puedo abdicar, traicionar o resignarme.
–Hay una anécdota que
cuenta que en el año 1973, Perón le ofreció el Ministerio de Desarrollo Social
a los Montoneros y estos lo rechazaron porque ellos venían a hacer la
revolución y no a repartir colchones. Esa concepción de todo o nada…
–Ni una cosa ni la otra. Porque nada es nada. Nada es nada.
Y yo creo que uno no puede despreciar una elemental mejora de cualquier persona
que está viviendo con dificultades. Porque si no la gente no nos entiende tampoco.
Yo no le puedo decir: “Mirá que va a venir el socialismo y vas a estar mejor”.
Porque me va a decir “yo tengo que pagar la luz y estoy pelao. Y me van a
cortar la luz. ¿Ta?”. Yo no me puedo desenganchar de los problemas concretos de
Juan, Pedro y María. Porque si me desengancho de eso, me desengancho de su
humanidad y lo único que estoy haciendo es una abstracción. Para que esa
humanidad me respete y pueda acompañar tengo que atender los problemas que
tiene. ¿Con eso arreglo el mundo? No, claro que no arreglo el mundo. Pero voy
juntando fuerza.
–¿Cómo vivió usted
todo el proceso de integración regional que se dio durante la década pasada?
–Yo creo que para los que comen bien todos los días, tuvo
poca importancia. Para los que tenían muchas dificultades para tener dos o tres
comidas al día, fue bastante bueno. ¿Eso es suficiente? No. Logramos aumentar
la cantidad de consumidores, si se quiere, y mejorar su condición. No quiere
decir que los hayamos hecho ciudadanos plenamente conscientes. Dimos una mano.
Algo hicimos. No lo suficiente. Y seguramente que hemos cometido errores. ¿Por
qué? Porque la mano negra de los intereses imperiales andan a la vuelta. Hacen
lo que tienen que hacer, el problema es no darles razones.
–Esa mano imperial se
ve un poco más clara en estos días.
–Sí, pero siempre ha estao. Y nosotros hemos colaborado con
nuestros propios errores. Y algunos de nuestros errores son parte de lo que
hablábamos antes. ¿Porque cuál es la ideología real de nuestra época, qué les
plantea como modelo de triunfo a las masas? Este es el punto. Triunfar en la
vida es ser rico. Aunque eso no te lo enseñan en ningún liceo, en ninguna
universidad. Tácitamente, todo lo que se mueve en la sociedad te está gritando
que sos triunfador si ganaste plata y si no sos un perdedor. Bueno, si
sembramos semejante ideario no nos asustemos con la consecuencia que tiene que
haya mucha gente que intenta acortar el camino para este triunfo. No planteamos
discusiones como la felicidad. La felicidad no está vinculada a la riqueza, lo
cual no quiere decir que bajo una chapa agujereada y sin comida alguien pueda
ser feliz. Pero cubiertas, ciertas cuestiones elementales, me animo a afirmar
lo contrario, que mucha gente muy rica son francamente desgraciaos porque viven
preocupados de que los están robando porque no tienen tiempo pa nada porque
tienen una ansiedad, y lo único que tienen es la impronta de poder por un
hiperconsumo ofensivo. Son unas pobres criaturas débiles. Para los Aimara,
pobre es el que no tiene comunidad. Y creo que esa es la mayor pobreza de un
hombre, no tener un círculo de gente que nos pueda aun consolar ante lo
irreparable. Estar rodeado sólo de gente interesada.
–¿Cuando usted estuvo
tantos años preso, se podía conservar esa filosofía de vida, esa esperanza en
la humanidad, pensar que vale la pena la lucha?
–Claro que vale la pena. Se puede vivir porque se nació, y
en eso somos iguales a una planta de lechuga o a un escarabajo. La única
diferencia que tiene el hombre es que, hasta cierto punto, por tener un poquito
desarrollao eso que llamamos conciencia puede orientar su vida para acá o para
allá. El que no se preocupe en orientar su vida, el mercado lo va a orientar
para allá y se va a pasar toda la vida pagando cuentas. Tácitamente. Pero es
hermoso tener una causa para vivir porque uno nació para dedicar la vida a una
causa que uno trata de construir. ¿Por qué? Porque eso es ponerse metas. Metas
muy difíciles de lograr, pero el asunto es andar.
–Es un devenir
permanente…
–Que no va a tener fin jamás. Y en el fondo sabemos que
estamos en una carrera de postas. Lo importante es que quede algo y que otros
sigan. Dándole contenido a su existencia porque de lo contrario me queda la
única alternativa de confundir la vida con comprar cosas. Y entonces no tengo consuelo
frente a la muerte.
–¿Tiene algún sueño
recurrente? ¿Se sueña presidente, guerrillero, agricultor?
–Son planos de cosas distintas. A mí me gusta la tierra.
Porque es ingrata. Nos pega cada golpes bárbaros. Es un desafío. Yo trabajo la tierra no por lo que me da, sino por lo que
me gusta. Y no son tiempos de guerrillas porque hay un salto tecnológico. Pero
tampoco son tiempos de quedarse quietos, hay que luchar por crear familia,
familia no de sangre sino de ideas, que piensen parecido. Porque los seres
humanos de a uno tenemos muy poca fuerza. Y el progreso tiene que ser colectivo
o no es. Y pienso que el mejor dirigente no es el que hace más, sino el que
cuando desaparece deja gente que lo suplanta con ventaja. Porque la lucha creo
que es eterna mientras viva el hombre. Nunca vamos a tocar el cielo con las
manos y decir llegamos a un mundo perfecto. No. Vamos subiendo una escalera y
de vez en cuando bajamos porque se nos rompe un escalón y lo tenemos que
remendar y seguir andando. Pero lo principal de la vida es sentirse contento
con uno mismo.
–Recién hablamos de
la década anterior, ¿pero cómo analiza este momento de avance del
neoliberalismo?
–Hay un avance. Yo creo que la historia es un permanente
flujo y reflujo. Y quiérase o no hay un motor oculto en la sociedad que es la
lucha de clases, que está ahí. Que no es totalmente consciente, que por
momentos se desvaría. Y creo que en la época contemporánea se afirma
enormemente por un lado el progreso tecnológico, hay más riqueza en el mundo,
pero hay una concentración creciente de la riqueza. Y creo que los seres
humanos, instintivamente, tenemos un sentimiento de igualdad. Que en la medida
que vamos madurando lo tenemos que aprender a sujetar, corregir para poder
bancar las contradicciones de nuestra vida. Si tú tienes dos gurises, uno de
cinco y uno de seis, y si le llevas un juguete a uno y al otro no le llevas
nada, me cuentas lo que pasa después. Eso es inmanente. Tenemos un sentido de
igualdad. Y lo que más golpea en la vida contemporánea es la terrible desigualdad.
La distancia. Y estamos educados en sociedades más o menos liberales con una
afirmación pomposa de los derechos humanos, hijos de la Revolución Francesa que
dice que todos somos iguales y bla bla. Pero todos sabemos que hay unos más
iguales que otros. Y sin caer en igualitarismos obtusos, que es imposible
porque la naturaleza hace cosas semejantes, no iguales. Estamos hablando de
igualdad de semejantes, no de cosas idénticas.
–Igualdad de
derechos.
–Claro. Igualdad de derechos pero como decían los jacobinos,
que se expresa bajo el techo de la casa en la que vivimos, no en una cuestión
burocrática.
–Usted hablaba de la
diferencia de época y de las nuevas formas de lucha, ¿cómo toma el auge del
feminismo como nueva forma de manifestación política?
–El feminismo representa una causa más que justa, en tratar
de colocar a la mujer en lugar de paridad. No en igualdad porque la igualdad no
es posible. Por suerte no es posible porque si este mundo fuera de hombres
sería insoportable. Pero crear la visión de tener los mismos derechos y
reconocer que en la civilización humana, sobre todo en la occidental, ha habido
un fuerte patriarcado durante mucho tiempo. Que uno empieza y que sigue con los
hijos, etcétera.
–Pensé en la pregunta
sobre el feminismo cuando usted hablaba de la lucha de clases…
–Sí, sí. Porque el feminismo tomao como un elemento para
escamotear la lucha de clases, el feminismo que se olvida arteramente del vía
crucis que pasan las mujeres en los escalones más pobres de la sociedad, a
veces abandonadas y con hijos, ya no es tan feminismo.
–¿La igualdad de
derechos estaría enmarcada en la lucha de clases?
–Hay muchísimas mujeres que aparte de los azotes de la
sociedad patriarcal, soportan el azote de la pobreza y el abandono y, por lo
general, cargan con los hijos. Creo que esa es la peor deuda de toda nuestra
sociedad.
–¿Cómo ve usted la
relación histórica entre argentinos y uruguayos? Nos han llamado ladrones.
Hemos tenido idas y venidas.
–Yo sé que mis compatriotas donde no se sienten jamás
discriminados ni diferenciados es en la Argentina. Prácticamente pasan
desapercibidos. Y viceversa. Hay una especie de choque cultural que tiene que
ver con la cuestión de clase. Como hay un balneario, Punta del Este, en gran
medida hecho por capital argentino y va determinado tipo de argentino. Y
también van uruguayos corrientes a trabajar, que sirven a esos argentinos.
Jardineros, cocineras, cuidadores, etcétera. Esa minúscula Argentina que va a
Punta del Este suele sembrar, de hecho y sin que se lo proponga, una imagen, un
estereotipo de argentino, que no tiene nada que ver con el pueblo argentino, y
eso se difunde en los comentarios y le hace mal a la relación.
–Es medio extraño
porque, a pesar de eso, el uruguayo sigue mucho lo que pasa en la Argentina, en
sus medios de comunicación…
–Terriblemente instalao. Nosotros somos la misma
nacionalidad en el fondo de la historia con intereses portuarios diferenciaos.
–Claro, si nos
remontamos a la relación de Artigas con Entre Ríos o Santa Fe…
–¡Pero por favor! Pero la historia lo quiso así, lo hizo
así, lo determinó. Pero somos más que pueblos hermanos, nacimos de la misma
placenta. Podemos ser hermanos con Brasil, pero con la Argentina nacimos medio
en la misma placenta y por eso tenemos una identidad común. Y lo que pasa en la
Argentina tiene una enorme influencia en el Uruguay. Resumiendo: cuando la
Argentina se resfría, nosotros nos engripamos.
–Con la situación
política y económica actual de la Argentina mejor que no se contagien.
–En general siempre nos hemos contagiao. Ahora estamos
viviendo como en un milagro. Pero tenemos problemas derivados de que la crisis
argentina va a afectar el turismo en el verano. Los ricos van a ir igual, pero
sobre todo va a afectar a la clase media. Lo bueno es que ahora estamos más
desconectados del sistema financiero. En el año 2002, el Banco Galicia tenía 60
empleados y dos mil millones de depósito. Eso era inconcebible. Porque en el
Uruguay se había cultivado la imagen de ser una nueva Luxemburgo. Entonces
mucha plata que se disparaba de la región pasaba por Uruguay y dejaba costos de
servicios. Pero a partir de la crisis de 2002, con la llegada del Frente Amplio
en 2005, se empieza a separar eso. Y hoy tenemos un sistema financiero que no
es dependiente del sistema financiero argentino. No tenemos problemas de
padecer una corrida bancaria. Porque aprendimos que no nos convenía. Luxemburgo
está cerca de Francia y Alemania y nosotros estamos pegaos a Brasil y
Argentina. No es lo mismo (risas). Pero nos preocupa la suerte de la Argentina
enormemente.
–Recuerdo que un
comentario habitual en los tiempos en que usted era presidente era que Uruguay
estaba mejor, con menos pobreza, pero un país caro para vivir.
–Uruguay es un país caro por la legislación social que
tenemos. No es casual que seamos el país de América latina que reparte mejor.
¿Y por qué reparte mejor? ¿Porque el mercado reparte mejor? No. Porque el
Estado le sigue obligando al mercado a que reparta. Porque hay leyes laborales,
porque hay convenios colectivos. ¡Y claro que somos caros! Y somos caros porque
se pagan impuestos, porque se subsidian cosas, porque tenemos una educación
pública vasta, totalmente gratuita, porque tenemos un sistema de salud en el
que atendemos a todos, porque la jubilación se ajusta automáticamente cuando
aumenta el IPC de los trabajadores y por Constitución, no atado a la voluntad
del gobierno.
–¿Cuál fue su mayor
satisfacción como presidente y cuál la espina que le quedó atragantada?
–Lo que más satisfacción me dio fue que bajó la pobreza un
9,5 por ciento y bajó la indigencia a 0,5 por ciento. Y que se dio mucho más en
las áreas rurales, que estaban olvidadas. La ley de las ocho horas de trabajo
para el peón rural se estableció en 1915, pero los peones rurales no tuvieron
ocho horas de trabajo hasta que llegamos nosotros. Y porque las sirvientas no
tenían sindicalización ni seguridad social y ahora tienen. Y yo sé que eso es
caro. Pero no se puede chiflar y comer gofio. Yo conozco empresarios que se
fueron a Paraguay porque allá no hay cargas sociales. Pero yo no peleo por un
pueblo que esté sumergido. Uno quiere que las empresas prosperen pero que
también prospere la gente, y esa es una lucha dura.
–¿Y la espina que le
quedó atragantada?
–No haberme entendido más con la Argentina y con Brasil.
Estamos jodidos en integración. Quería hacer un puerto de aguas profundas con
Argentina y Brasil y también con Paraguay y Bolivia. Y no se pudo. Y quería que
hiciéramos una empresa de dragado común con la Argentina porque estos ríos que
tenemos van a seguir sacándonos barro y tapándonos los canales y nos están
afanando la guita.
–¿Y por qué no se
pudo?
–No se pudo conveniar. Empalmar los sistemas eléctricos, por
ejemplo. Pero allá están en manos privadas y nosotros en manos del Estado. Se
arma lío.
Terminamos la charla y me quedo pensando en esos dos mundos
de los que habla el Pepe. En esa transición entre lo que fue y lo que será. En
lo quedará de la disputa entre capitalismo y socialismo. Entre los valores
humanos y la inteligencia artificial. El Pepe se levanta parsimoniosamente con
su camisa gastada, su pulóver escote en V y toda su filosofía de vida encima.
Antes de cruzar la puerta le pido una selfie. Casi con vergüenza la subo a las
redes. Súbitamente, los mundos del Pepe vuelven a entrecruzarse de una forma un
tanto extraña. TOMADO DE PAGINA 12 DE AR
No hay comentarios:
Publicar un comentario