sábado, 13 de octubre de 2018

DISFRUTANDO DEL MILAGRO DE HABER NACIDO "Pepe Mujica"


 “ESTOY EN EL FINAL DEL VIAJE PERO DISFRUTANDO DEL MILAGRO DE HABER
NACIDO”
La muerte de su perra lo llevó a dejar su cargo de senador. José “Pepe” Mujica prefiere pasar sus últimos años cultivando la tierra y rodeado de sus afectos. Reflexiones de un hombre que ha vivido.
Por Fernando Amato. Se llama José Alberto Mujica pero le encanta que le digan “el Pepe”. Hace alarde de su sobriedad (aunque le molesta la palabra austeridad) y adora mostrarse en su “escarabajo” y cultivando en su chacra. Tiene 83 años y mucha vida encima. Fue guerrillero, funcionario público y sigue siendo agricultor. Es considerado uno de los políticos más respetados de toda la historia del Uruguay.
En 1964, después de un paso por el Partido Nacional, se incorporó a la guerrilla del Movimiento Nacional de Liberación-Tupamaros. Recibió seis balazos en enfrentamientos. Fue detenido en cuatro oportunidades pero se escapó dos veces de la cárcel. Con el retorno de la democracia, en 1985, decidió formar el Movimiento de Participación Popular, que se incorporó al Frente Amplio, que se quedaría primero con la intendencia de Montevideo y, en 2005, con la presidencia del Uruguay. Mujica fue diputado y senador en varias ocasiones. Fue ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca entre 2005 y 2008. Finalmente, se convirtió en presidente en 2010 al conseguir el 52,39 por ciento de los votos en el balotaje. Desde 2005 está casado con Lucía Topolansky aunque su historia de amor se remonta a los viejos tiempos de la guerrilla. Ella es una histórica dirigente del MPP y actualmente es la vicepresidenta de la Nación.
A pesar de hacer culto de la sobriedad y de cultivar la amistad y el tiempo libre para poder disfrutar de la vida, el Pepe tuvo una vida intensa. Muy intensa. Pero hace unos meses murió su gran amiga y, según su propia definición, “la más fiel de su gobierno”. La pérdida de su perra Manuela (a la que le faltaba una patita producto de un accidente en el que el propio Mujica la atropelló con su tractor) le hizo sentir la necesidad de mejorar su calidad de vida y parar la pelota. El último 14 de agosto presentó ante su propia esposa su renuncia como senador. Algunos especulan con que el año próximo podría retornar como candidato a diputado. Sin embargo, en su voz se siente la cadencia de quien está reflexionando sobre el final de sus días, haciendo balances y disfrutando de verdad de su tiempo y sus afectos. De eso empezamos hablando.
–¿En qué momento de su vida se encuentra parado después de tanto tiempo transcurrido y de tantas cosas vividas?
–Es difícil definirlo. Pero estoy en el final del viaje por obvias razones estadísticas. Ochenta y tres años cumplidos es bastante tiempo, por lo tanto me queda un trecho relativamente corto.
–Hay que tener mucha filosofía de vida para asumirlo tan tranquilamente. Además hace un tiempo renunció a ser senador, como preparándose para esto.
–Pienso que es un proceso natural de todas las cosas vivas que tienden a envejecer y se van. Y en realidad el único milagro que existe para cada uno de nosotros es la aventura de haber nacido. Cosa que no nos damos cuenta porque es demasiado cotidiana, pero hay 40 millones de posibilidades de que le toque a otro y nunca nos preguntamos por qué me tocó a mí. Después, lo demás es contingente.
–Esa naturalidad con que lo dice, ¿será quizás porque está conforme con lo que hizo con su vida?

–Pienso que el hombre es un bichito bastante ansioso que siempre tiene más capacidad de soñar y de anhelar que lo que efectivamente puede concretar. Siempre hay, por suerte, una multitud de cosas que no puede alcanzar. Y así vamos. Pero el progreso de la especie es colectivo y nunca en línea recta ascendente. A la larga se asciende, pero a veces con unas caídas tremendas. Eso que llamamos civilización es el capital que heredamos de las generaciones anteriores. No es poca cosa.
No es otra cosa que el materialismo dialéctico de la historia del marxismo lo que está planteando.
–Si podemos contribuir con algo cuando nos vayamos, hemos contribuido bastante.
–De las etapas de su vida, ¿con cuál se siente más conforme?
–Lo que pasa es que las etapas hay que encuadrarlas en aquello del hombre y sus circunstancias. Cada tiempo tiene un medio ambiente social, político, sociológico que lo determina. Y eso varía. Por ejemplo, ahora estamos en una época de transición. El explosivo avance de la inteligencia y de la inteligencia artificial y los saltos que está dando la ideología van a imponer cambios de carácter fenomenal. Todavía no pertenecemos a ese mundo pero ya no pertenecemos al de mi niñez o mi infancia. Es demasiado lo que ha pasao (N. del A.: Preferí respetar su forma y cadencia del hablar porque forma parte de su ser).
–Pero para uno que tiene ideología, cuánta inestabilidad genera este mundo de transición. Porque si hay que superar lo anterior pero no tenemos respuesta de lo que vendrá, se vuelve todo muy inestable.
–Es que es difícil entenderlo ideológicamente. El propio concepto de “ideología” está cambiando. Por ejemplo, aquello que llamábamos “intuición” ya no existe. Son cálculos veloces, pero cálculos. Y es un mecanismo que les ha puesto la vida a todos los mamíferos y las aves, que tiene peculiaridades en el hombre. Bueno, los que decimos que tenemos una determinada ideología somos nietos o bisnietos de Robespierre, pero hoy sabemos que el hombre es un fenomenal capítulo de emociones y que lo racional es de anteayer. Porque no podemos pensar en cambios si no conocemos al bicho que era el problema que tenían nuestros abuelos, que idealizaban la cosa pero no tenían herramientas para conocer al hombre.
–El problema es que si estamos en una transición que no sabemos en dónde va a desembocar, ¿qué hacemos en el mientras tanto?
–Yo creo que el problema no es cuestionárselo, el problema es detenerse en nombre de cuestionamientos, o cambiar de bando, que es distinto. Yo creo que el capitalismo le ha hecho un aporte formidable al desarrollo humano, porque atrás del asunto de la ganancia desató una serie de desarrollos, logró domesticar a la ciencia y complementar la tecnología para mejorar la productividad y creó una explosión científica. Esos méritos del capitalismo tampoco pueden nublar la fenomenal cuota de egoísmo que lleva adentro y algunas contradicciones muy serias respecto al mínimo concepto de igualdad. Es decir que hay una cuenta pendiente que no creo que la pueda arreglar el capitalismo y que el socialismo tampoco es el camino que hemos ensayao. Todo eso está en tela de juicio.
–Y con esta perspectiva, ¿se puede tener esperanza en la humanidad?
–Claro. Siempre. La esperanza es hija de la vida. No sólo hay que tener esperanza sino que hay que construirla con elementos racionales y con elementos emotivos. E incorporando los desafíos que te va presentando la realidad. Porque si no está todo congelao. ¿Y entonces en qué caemos? Nos resignamos o nos sentamos en el cordón de la vereda a justificar todo lo que pasa y no nos comprometemos con nada. Y esa es la forma que tal vez busca el sistema. Caemos en una especie de nihilismo crítico que no hace nada. Pero hay una cosa clara en mi modesta manera de ver. En primer término, un sistema no es una forma de producir o de distribuir la riqueza y no es tampoco una forma de propiedad, puede ser todo eso pero además termina generando una forma cultural. Y esa cultura es funcional a los propios intereses del sistema. Este consumismo atroz que tenemos hoy, es algo enormemente funcional a la necesidad de la ganancia. Pero en esta peripecia está la historia de la economía, está la historia del hombre y de la mujer, del ser. La gran pregunta es, ¿somos más felices o menos felices? ¿Qué está pasando con las enfermedades del balero? Ahora precisamos ansiolíticos para dormir y esto y lo otro. Tenemos una cantidad de mejoras y tenemos síntomas muy negativos también. Por otro lado, nuestra civilización nos lleva a vivir en una mentira en la que estamos comprando cosas de la mañana a la noche… y debiendo. Porque lo fundamental es comprar y deber.
–Es como una carrera armamentística de bienes…
–Es la carrera del burro y la zanahoria. Le ponen la zanahoria adelante y nunca la alcanza porque terminamos confundiendo tener con ser.
–Ahora, para romper con eso hace falta tener una concepción de vida muy firme…
–Y practicarla.
–Pero no es fácil lograrlo en lo colectivo. No todos pueden.
–Claro que no todos pueden. Lo que pasa es que un sistema o una clase social no domina por la cantidad de soldados o policías que tiene, a la larga domina por la cultura que logra perma-nentemente colocar en la mayoría de la gente. Somos funcionales a ese sistema, estamos como en una red invisible de la cual estamos prendidos todos. Pero hay una batalla cultural…
–Que estamos perdiendo…
–Yo no le puedo decir a la gente “esperá, que dentro de 50 o 100 años esto va a cambiar porque un mundo utópico que vamos a construir así y asá”. Lo que le puedo decir es “no seas pelandrún, no te dejes engrampar con esto. Aprendé a vivir con sobriedad y peleá para que te quede tiempo de tu vida para cultivar los afectos, para tus hijos, para tus amigos. En la vida hay que trabajar, sí. Si tenés necesidades materiales hay que trabajar porque hay que cubrir las necesidades. Pero la vida no se hizo sólo para trabajar. Asegurate un tiempo para vivir. Y vivir significa que tengas tiempo para algún hobby, para esparcimiento sin joder a nadie. Y tiempo para los afectos. Si sos joven, tiempo para el amor. Para las relaciones elementales. Si tenés hijos no creas que las relaciones con los hijos se arreglan con juguetes. No querés que a tu hijo le falte nada pero le faltás vos porque no tenés jamás tiempo de andar una hora con tu hijo caminando por la calle”. Eso le diría. ¿Por qué? Porque al fin y al cabo eso tiene que ver con la felicidad humana. La vida no puede ser sólo obligaciones. Tengo que pagar esto y el otro. Pero todo está hecho para que estés ensartao. A ver, una vez que tenés techo seguro y comida, lo demás empieza a ser accesorio, relativo. Pero eso si uno no lo pelea en la conciencia, no hay caso. Tengo trabajadores en mi país que consiguieron las seis horas de trabajo como un progreso en sus luchas sindicales. Bueno, ¿qué hicieron? Se consiguieron otro trabajo y ahora trabajan más que antes.
–El planteo que usted hace se contrapondría con el socialismo de los años 60, la utopía del patria o muerte, revolución o nada…
–Nada, no, porque yo no puedo sacrificar a una generación en el hoy de su vida. Tengo que tratar de ayudarla para que en este mundo y en esta circunstancia aprenda a vivir y no se deje llevar por la vorágine. No puedo evitar que la calle esté llena de autos pero tengo que aprender a cruzar la calle sin que me pisen. Eso no quiere decir que no hay que pelear por la revolución. Pero incluso para pelear por eso otro tengo que tener pocas trampas materiales, porque cuantas más trampas materiales tenga más peligrosamente puedo abdicar, traicionar o resignarme.
–Hay una anécdota que cuenta que en el año 1973, Perón le ofreció el Ministerio de Desarrollo Social a los Montoneros y estos lo rechazaron porque ellos venían a hacer la revolución y no a repartir colchones. Esa concepción de todo o nada
–Ni una cosa ni la otra. Porque nada es nada. Nada es nada. Y yo creo que uno no puede despreciar una elemental mejora de cualquier persona que está viviendo con dificultades. Porque si no la gente no nos entiende tampoco. Yo no le puedo decir: “Mirá que va a venir el socialismo y vas a estar mejor”. Porque me va a decir “yo tengo que pagar la luz y estoy pelao. Y me van a cortar la luz. ¿Ta?”. Yo no me puedo desenganchar de los problemas concretos de Juan, Pedro y María. Porque si me desengancho de eso, me desengancho de su humanidad y lo único que estoy haciendo es una abstracción. Para que esa humanidad me respete y pueda acompañar tengo que atender los problemas que tiene. ¿Con eso arreglo el mundo? No, claro que no arreglo el mundo. Pero voy juntando fuerza.
–¿Cómo vivió usted todo el proceso de integración regional que se dio durante la década pasada?
–Yo creo que para los que comen bien todos los días, tuvo poca importancia. Para los que tenían muchas dificultades para tener dos o tres comidas al día, fue bastante bueno. ¿Eso es suficiente? No. Logramos aumentar la cantidad de consumidores, si se quiere, y mejorar su condición. No quiere decir que los hayamos hecho ciudadanos plenamente conscientes. Dimos una mano. Algo hicimos. No lo suficiente. Y seguramente que hemos cometido errores. ¿Por qué? Porque la mano negra de los intereses imperiales andan a la vuelta. Hacen lo que tienen que hacer, el problema es no darles razones.
–Esa mano imperial se ve un poco más clara en estos días.
–Sí, pero siempre ha estao. Y nosotros hemos colaborado con nuestros propios errores. Y algunos de nuestros errores son parte de lo que hablábamos antes. ¿Porque cuál es la ideología real de nuestra época, qué les plantea como modelo de triunfo a las masas? Este es el punto. Triunfar en la vida es ser rico. Aunque eso no te lo enseñan en ningún liceo, en ninguna universidad. Tácitamente, todo lo que se mueve en la sociedad te está gritando que sos triunfador si ganaste plata y si no sos un perdedor. Bueno, si sembramos semejante ideario no nos asustemos con la consecuencia que tiene que haya mucha gente que intenta acortar el camino para este triunfo. No planteamos discusiones como la felicidad. La felicidad no está vinculada a la riqueza, lo cual no quiere decir que bajo una chapa agujereada y sin comida alguien pueda ser feliz. Pero cubiertas, ciertas cuestiones elementales, me animo a afirmar lo contrario, que mucha gente muy rica son francamente desgraciaos porque viven preocupados de que los están robando porque no tienen tiempo pa nada porque tienen una ansiedad, y lo único que tienen es la impronta de poder por un hiperconsumo ofensivo. Son unas pobres criaturas débiles. Para los Aimara, pobre es el que no tiene comunidad. Y creo que esa es la mayor pobreza de un hombre, no tener un círculo de gente que nos pueda aun consolar ante lo irreparable. Estar rodeado sólo de gente interesada.
–¿Cuando usted estuvo tantos años preso, se podía conservar esa filosofía de vida, esa esperanza en la humanidad, pensar que vale la pena la lucha?
–Claro que vale la pena. Se puede vivir porque se nació, y en eso somos iguales a una planta de lechuga o a un escarabajo. La única diferencia que tiene el hombre es que, hasta cierto punto, por tener un poquito desarrollao eso que llamamos conciencia puede orientar su vida para acá o para allá. El que no se preocupe en orientar su vida, el mercado lo va a orientar para allá y se va a pasar toda la vida pagando cuentas. Tácitamente. Pero es hermoso tener una causa para vivir porque uno nació para dedicar la vida a una causa que uno trata de construir. ¿Por qué? Porque eso es ponerse metas. Metas muy difíciles de lograr, pero el asunto es andar.
–Es un devenir permanente…
–Que no va a tener fin jamás. Y en el fondo sabemos que estamos en una carrera de postas. Lo importante es que quede algo y que otros sigan. Dándole contenido a su existencia porque de lo contrario me queda la única alternativa de confundir la vida con comprar cosas. Y entonces no tengo consuelo frente a la muerte.
–¿Tiene algún sueño recurrente? ¿Se sueña presidente, guerrillero, agricultor?
–Son planos de cosas distintas. A mí me gusta la tierra. Porque es ingrata. Nos pega cada golpes bárbaros. Es un desafío. Yo trabajo la  tierra no por lo que me da, sino por lo que me gusta. Y no son tiempos de guerrillas porque hay un salto tecnológico. Pero tampoco son tiempos de quedarse quietos, hay que luchar por crear familia, familia no de sangre sino de ideas, que piensen parecido. Porque los seres humanos de a uno tenemos muy poca fuerza. Y el progreso tiene que ser colectivo o no es. Y pienso que el mejor dirigente no es el que hace más, sino el que cuando desaparece deja gente que lo suplanta con ventaja. Porque la lucha creo que es eterna mientras viva el hombre. Nunca vamos a tocar el cielo con las manos y decir llegamos a un mundo perfecto. No. Vamos subiendo una escalera y de vez en cuando bajamos porque se nos rompe un escalón y lo tenemos que remendar y seguir andando. Pero lo principal de la vida es sentirse contento con uno mismo.
–Recién hablamos de la década anterior, ¿pero cómo analiza este momento de avance del neoliberalismo?
–Hay un avance. Yo creo que la historia es un permanente flujo y reflujo. Y quiérase o no hay un motor oculto en la sociedad que es la lucha de clases, que está ahí. Que no es totalmente consciente, que por momentos se desvaría. Y creo que en la época contemporánea se afirma enormemente por un lado el progreso tecnológico, hay más riqueza en el mundo, pero hay una concentración creciente de la riqueza. Y creo que los seres humanos, instintivamente, tenemos un sentimiento de igualdad. Que en la medida que vamos madurando lo tenemos que aprender a sujetar, corregir para poder bancar las contradicciones de nuestra vida. Si tú tienes dos gurises, uno de cinco y uno de seis, y si le llevas un juguete a uno y al otro no le llevas nada, me cuentas lo que pasa después. Eso es inmanente. Tenemos un sentido de igualdad. Y lo que más golpea en la vida contemporánea es la terrible desigualdad. La distancia. Y estamos educados en sociedades más o menos liberales con una afirmación pomposa de los derechos humanos, hijos de la Revolución Francesa que dice que todos somos iguales y bla bla. Pero todos sabemos que hay unos más iguales que otros. Y sin caer en igualitarismos obtusos, que es imposible porque la naturaleza hace cosas semejantes, no iguales. Estamos hablando de igualdad de semejantes, no de cosas idénticas.

–Igualdad de derechos.
–Claro. Igualdad de derechos pero como decían los jacobinos, que se expresa bajo el techo de la casa en la que vivimos, no en una cuestión burocrática.
–Usted hablaba de la diferencia de época y de las nuevas formas de lucha, ¿cómo toma el auge del feminismo como nueva forma de manifestación política?
–El feminismo representa una causa más que justa, en tratar de colocar a la mujer en lugar de paridad. No en igualdad porque la igualdad no es posible. Por suerte no es posible porque si este mundo fuera de hombres sería insoportable. Pero crear la visión de tener los mismos derechos y reconocer que en la civilización humana, sobre todo en la occidental, ha habido un fuerte patriarcado durante mucho tiempo. Que uno empieza y que sigue con los hijos, etcétera.
–Pensé en la pregunta sobre el feminismo cuando usted hablaba de la lucha de clases…
–Sí, sí. Porque el feminismo tomao como un elemento para escamotear la lucha de clases, el feminismo que se olvida arteramente del vía crucis que pasan las mujeres en los escalones más pobres de la sociedad, a veces abandonadas y con hijos, ya no es tan feminismo.
–¿La igualdad de derechos estaría enmarcada en la lucha de clases?
–Hay muchísimas mujeres que aparte de los azotes de la sociedad patriarcal, soportan el azote de la pobreza y el abandono y, por lo general, cargan con los hijos. Creo que esa es la peor deuda de toda nuestra sociedad.
–¿Cómo ve usted la relación histórica entre argentinos y uruguayos? Nos han llamado ladrones. Hemos tenido idas y venidas.
–Yo sé que mis compatriotas donde no se sienten jamás discriminados ni diferenciados es en la Argentina. Prácticamente pasan desapercibidos. Y viceversa. Hay una especie de choque cultural que tiene que ver con la cuestión de clase. Como hay un balneario, Punta del Este, en gran medida hecho por capital argentino y va determinado tipo de argentino. Y también van uruguayos corrientes a trabajar, que sirven a esos argentinos. Jardineros, cocineras, cuidadores, etcétera. Esa minúscula Argentina que va a Punta del Este suele sembrar, de hecho y sin que se lo proponga, una imagen, un estereotipo de argentino, que no tiene nada que ver con el pueblo argentino, y eso se difunde en los comentarios y le hace mal a la relación.
–Es medio extraño porque, a pesar de eso, el uruguayo sigue mucho lo que pasa en la Argentina, en sus medios de comunicación…
–Terriblemente instalao. Nosotros somos la misma nacionalidad en el fondo de la historia con intereses portuarios diferenciaos.
–Claro, si nos remontamos a la relación de Artigas con Entre Ríos o Santa Fe…
–¡Pero por favor! Pero la historia lo quiso así, lo hizo así, lo determinó. Pero somos más que pueblos hermanos, nacimos de la misma placenta. Podemos ser hermanos con Brasil, pero con la Argentina nacimos medio en la misma placenta y por eso tenemos una identidad común. Y lo que pasa en la Argentina tiene una enorme influencia en el Uruguay. Resumiendo: cuando la Argentina se resfría, nosotros nos engripamos.
–Con la situación política y económica actual de la Argentina mejor que no se contagien.
–En general siempre nos hemos contagiao. Ahora estamos viviendo como en un milagro. Pero tenemos problemas derivados de que la crisis argentina va a afectar el turismo en el verano. Los ricos van a ir igual, pero sobre todo va a afectar a la clase media. Lo bueno es que ahora estamos más desconectados del sistema financiero. En el año 2002, el Banco Galicia tenía 60 empleados y dos mil millones de depósito. Eso era inconcebible. Porque en el Uruguay se había cultivado la imagen de ser una nueva Luxemburgo. Entonces mucha plata que se disparaba de la región pasaba por Uruguay y dejaba costos de servicios. Pero a partir de la crisis de 2002, con la llegada del Frente Amplio en 2005, se empieza a separar eso. Y hoy tenemos un sistema financiero que no es dependiente del sistema financiero argentino. No tenemos problemas de padecer una corrida bancaria. Porque aprendimos que no nos convenía. Luxemburgo está cerca de Francia y Alemania y nosotros estamos pegaos a Brasil y Argentina. No es lo mismo (risas). Pero nos preocupa la suerte de la Argentina enormemente.
–Recuerdo que un comentario habitual en los tiempos en que usted era presidente era que Uruguay estaba mejor, con menos pobreza, pero un país caro para vivir.
–Uruguay es un país caro por la legislación social que tenemos. No es casual que seamos el país de América latina que reparte mejor. ¿Y por qué reparte mejor? ¿Porque el mercado reparte mejor? No. Porque el Estado le sigue obligando al mercado a que reparta. Porque hay leyes laborales, porque hay convenios colectivos. ¡Y claro que somos caros! Y somos caros porque se pagan impuestos, porque se subsidian cosas, porque tenemos una educación pública vasta, totalmente gratuita, porque tenemos un sistema de salud en el que atendemos a todos, porque la jubilación se ajusta automáticamente cuando aumenta el IPC de los trabajadores y por Constitución, no atado a la voluntad del gobierno.
–¿Cuál fue su mayor satisfacción como presidente y cuál la espina que le quedó atragantada?
–Lo que más satisfacción me dio fue que bajó la pobreza un 9,5 por ciento y bajó la indigencia a 0,5 por ciento. Y que se dio mucho más en las áreas rurales, que estaban olvidadas. La ley de las ocho horas de trabajo para el peón rural se estableció en 1915, pero los peones rurales no tuvieron ocho horas de trabajo hasta que llegamos nosotros. Y porque las sirvientas no tenían sindicalización ni seguridad social y ahora tienen. Y yo sé que eso es caro. Pero no se puede chiflar y comer gofio. Yo conozco empresarios que se fueron a Paraguay porque allá no hay cargas sociales. Pero yo no peleo por un pueblo que esté sumergido. Uno quiere que las empresas prosperen pero que también prospere la gente, y esa es una lucha dura.
–¿Y la espina que le quedó atragantada?
–No haberme entendido más con la Argentina y con Brasil. Estamos jodidos en integración. Quería hacer un puerto de aguas profundas con Argentina y Brasil y también con Paraguay y Bolivia. Y no se pudo. Y quería que hiciéramos una empresa de dragado común con la Argentina porque estos ríos que tenemos van a seguir sacándonos barro y tapándonos los canales y nos están afanando la guita.
–¿Y por qué no se pudo?
–No se pudo conveniar. Empalmar los sistemas eléctricos, por ejemplo. Pero allá están en manos privadas y nosotros en manos del Estado. Se arma lío.
Terminamos la charla y me quedo pensando en esos dos mundos de los que habla el Pepe. En esa transición entre lo que fue y lo que será. En lo quedará de la disputa entre capitalismo y socialismo. Entre los valores humanos y la inteligencia artificial. El Pepe se levanta parsimoniosamente con su camisa gastada, su pulóver escote en V y toda su filosofía de vida encima. Antes de cruzar la puerta le pido una selfie. Casi con vergüenza la subo a las redes. Súbitamente, los mundos del Pepe vuelven a entrecruzarse de una forma un tanto extraña.  TOMADO DE PAGINA 12 DE AR

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